Catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco hasta su jubilación, ateo y republicano, prefiere presentarse como profesor antes que filósofo. No desliga la ética de la política. El nacionalismo y sus trampas lingüísticas son parte de su crítica constante. También la corrupción del lenguaje ordinario y los estragos de no saber envejecer, como dice su último e intenso libro: ‘A fin de cuentas’.
Pregunta.– En alguna ocasión ha escrito que «España es un país poco democrático». ¿Qué déficit tiene?
Respuesta.– Primero que no es una república… Esa frase que me recuerda tiene sentido si uno considera que hasta la Constitución tiene problemas muy serios.
P.–¿Cuáles detecta?
R.– Entre otros, el que se contemple a algunas comunidades autónomas que tienen más cuidados del Estado que otras. Eso rompe la premisa básica de toda democracia: que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones. Además, que la ley electoral prima a unos por encima de otros, pues tampoco parece lo más aceptable en una democracia. Así que repasando punto por punto los aspectos principales de nuestro dominio político no creo que estemos cerca de un cierto ideal democrático. La gente no sabe exactamente lo que significa la democracia. Por eso me gusta decir que no se debe pronunciar el nombre de la democracia en vano.
P.–¿Estamos agotando políticamente un modelo o estrenando una nueva aventura?
R.– Diría que, más bien, lo que se aprecia en el ambiente es que estamos en el fin de una época. Pero será el principio de la siguiente si se renueva la actividad política y se acaba la corrupción, si se arregla el tema de Cataluña y se corrigen otras cuantas cosas más. Pero no me fío de los políticos actuales.
P.–¿Qué le hace desconfiar?
R.– La certeza de que potencian los intereses de partido frente los intereses generales y básicos de los españoles.
P.–¿Esa idea no genera frustraciones?
R.– La democracia comenzó con todas las esperanzas posibles, pero una cosa son las ilusiones y otra muy distinta los espejismos.
P.–El estupor se reparte hoy por demasiados frentes. Por ejemplo, la Audiencia de Navarra justifica la salida de prisión de los miembros de La Manada…
R.–Por un lado, admito que el Derecho debe cumplir todo tipo de requisitos para aplicar sentencias justas y al juzgado se le debe que reconocer ciertos derechos. En casos tan serios y escandalosos se hace difícil la menor concesión de justicia o piedad, pero el Derecho también debe amparar a los culpables después de la sentencia. Otra cosa es que desde el punto de vista simbólico es muy importante el clamor social contra lo que representa La Manada en la reivindicación del sitio que les corresponde a las mujeres.
P.–Un movimiento necesario que tiene su punto de efervescencia el 8-M, pero como sucedió con el 15-M, ha servido para empezar a modular ciertas cuestiones cívicas y políticas.
R.– Esos movimientos son muy importantes porque plantean una exigencia de reconocimiento en la igualdad entre hombre y mujer. Que el abuso sexual o las violaciones estén a la orden del día es un crimen no reconocido como tal desde hace miles de años. Estamos lejos de la equiparación, pero se avanza. Aunque no creo que se pueda conseguir plenamente sólo por confeccionar un Gobierno con más ministras, por ejemplo. Hay que andar con un cuidado exquisito para no caer en la simplicidad de una equiparación sólo numérica.
P.–Este es el año en el que ETA por fin desaparece, ¿qué sucede ahora con las cinco décadas de memoria acumulada?
R.– No sólo es un problema de memoria. Aún hay más de 300 crímenes de ETA sin resolver. No podemos decir que hayamos saldado cuentas. No sólo con los asesinos, sino con quienes les han alentado a matar, con quienes los han amparado y justificado, como en ocasiones ha hecho el nacionalismo vasco. Así que hay quien aún tiene mucho camino por recorrer, pero en sentido inverso a como lo ha hecho hasta ahora. Esta mañana [por ayer] he leído en un periódico una noticia escalofriante: la creación de una comisión con autoridades nacionalistas para incluir en la Educación vasca una nueva materia: la historia de ETA.
P.–¿Qué falla ahí?
R.–Bueno, que una comisión nacionalista imponga una materia educativa en el País Vasco es alarmante. Es la conversión de un fenómeno de naturaleza política y moral en un relato de historia. Por muy serios que se pongan para explicar la trayectoria de ETA, que obviamente no lo harán si son todos nacionalistas, lo que llama la atención es que esto no se deje en manos de quienes podemos explicar las perversiones en las que se ha amparado ETA y el nacionalismo vasco. O el catalán. Se van a inventar la historia y van a seguir incidiendo en el racismo, en la raza superior. No estamos sabiendo responder al reto.
P.– La Educación es una de las vigas maestras (y estrategia) de la confección del relato nacionalista.
R.–La Educación, pero sobre todo la política lingüística, sigue siendo la mejor palanca del ideario nacionalista o independentista. Su coartada es que somos un pueblo porque tenemos una lengua propia. Y, por tanto, tenemos derechos propios. Es algo parecido a los eslóganes nazis. Pero en Guipúzcoa habla euskera asiduamente un 12% de la población, en Vizcaya un 5% y en Navarra aún menos… Pero eso no se tiene en cuenta. No les interesa. En fin. No es verdad que ETA haya fracasado, tan sólo ha desaparecido de una manera formal. Se acabó el disparo en la nuca, pero los nacionalistas siguen ahí. El requisito principal de la democracia no es la paz, sino la igualdad de derechos. El nacionalismo pacífico, antes o después y en virtud de sus propias premisas, se convierte en no pacífico.
P.–El nacionalismo se ha afianzando en los últimos años en España, a pesar de tanta mentira descubierta y de tanta trampa vista.
R.– Para muchos es la consecuencia de creer que les debemos el favor de la salvación por haberse despojado de las armas, pero aún mantienen las ideas. Nos hace falta un baño de educación cívica. La democracia no es sólo una mayoría o votar.
P.–¿Qué es la democracia?
R.– Un régimen donde los ciudadanos se atribuyen los mismos derechos y obligaciones. El reconocimiento de que la mayoría orienta el rumbo. Pero si la mayoría quiere llegar a una situación en la que se conculcan los derechos y obligaciones de los que no están de su parte, por mucho que sean mayoría no serán democracia.
P.–¿Qué margen tiene Pedro Sánchez para el diálogo con el independentismo en Cataluña?
R.– Prefiero contestar desde lo que deseo, más que desde lo que creo. ¿De qué presupuestos parten para el diálogo? Me temo mucho que no son los mejores.
P.– ¿Cuáles considera que son?
R.–No creo que conozcan ni asuman la esencia verdadera de la democracia ni los presupuestos ilegítimos del nacionalismo en un país democrático. Así que pueden estar dispuestos a hacer concesiones pragmáticas según favorezcan al partido del Gobierno o a las formaciones que apoyan a ese Gobierno. Los nacionalistas no han sido una muestra de coherencia ni de fidelidad a ningún principio, sino que han demostrado una cobardía constante durante décadas. Eso lo han permitido Gobiernos de muy distinto signo.
P.–¿Qué peligro corre Pedro Sánchez en este aspecto?
R.– Todos. Tiene, además, unos aliados que nos hacen temer lo peor.
P.– Pero la política es llegar a acuerdos, dialogar, negociar, pactar…
R.–Claro, pero si los ciudadanos no decimos que los acuerdos son malos se harán con mayor aquiescencia que si el Gobierno del PSOE se ve confrontado a una crítica permanente. Me temo mucho que un partido que ha hecho tantas concesiones al nacionalismo durante años en materia económica, foral o lingüística no sea capaz de adquirir una fuerza o posición que no ha demostrado en tanto tiempo.
P.– ¿La salida del PP del Gobierno facilita los contactos entre Cataluña y el Estado?
R.– Me temo que no, porque ese asunto está por encima de los gobiernos. A mí me alegra la salida del PP, porque desde el primer día hasta el final ha dado muestra de un desprecio por las normas democráticas elementales y por los principios morales más obvios, como el que asoma con la corrupción. Sin olvidar la ignorancia brutal sobre las prioridades y necesidades de los más débiles. El PP no tendría que haber llegado al Gobierno.
P.– Resulta asombroso que sea ahora la primera vez que el PP convoque unas primarias para elegir al líder de su partido.
R.– Me parece un escándalo. Han estado con el dedazo del jefe toda su existencia. Y eso ha permitido que ciertos corruptos y defraudadores se mantengan en el poder justificando lo injustificable. Hablo de políticos, pero también de otras profesiones. ¿El señor Urdangarin, por ejemplo, será consciente de lo que ha hecho? Creo que en este país todavía estamos en unos niveles de claridad democrática inquietantes.
P.– ¿Qué papel juegan en este paisaje Ciudadanos y Podemos?
R.–Me siento más cerca hoy de Ciudadanos que de los viejos partidos. Y también encuentro interesantes algunas propuestas de Podemos. Ambas formaciones juegan un papel importante como acicate de los otros partidos, a la vez que ayudan a establecer un nuevo panorama de acuerdos y equilibrios. La que ya queda claro es que el bipartidismo está roto.
P.–Y en el ámbito internacional, Trump y Salvini prometen protagonizar un verano espectacular…
R.–¿Cómo hemos llegado a considerar normal lo que es profundamente repulsivo? ¿Puede un sistema democrático aceptar que llegue a la presidencia un tipo como Trump? ¿Qué falla en esa sociedad? ¿Qué se puede esperar de un país que tiene una serie de creencias que validan a Trump? Pienso en la libre posesión de armas. Por cosas así, jamás diré que EEUU sea una democracia. Tiene instituciones ejemplares, incluso alguna que ya quisiéramos en España, pero no puede salir de ahí una sociedad bien organizada.
P.–¿Y Salvini?
R.–No sé mucho. Que representa a la extrema derecha y un salvaje cuyo único afán es cerrar todas las fronteras. Lo lamentable es la falta de educación de la ciudadanía como para permitir que llegue al poder gente así. Con eso creo que queda definido.
P.–La vejez es uno de los asuntos sobre los que ahora reflexiona y escribe, como hace en su último libro, A fin de cuentas. Nuevo cuaderno de la vejez…
R.–Mi conciencia política no es lo acerada que era hace años y la razón es la conciencia de que me he hecho mayor y eso me ha llevado a pasar a otro plano lo que durante mucho tiempo estuvo en primera línea.
P.–Reivindica en sus textos la necesidad de tener conciencia de la muerte.
R.– Es que la conciencia de la muerte nos da un asiento para la vida. Si no tuviéramos esa conciencia, cuál sería nuestra urgencia.
P.– ¿Le inquieta el envejecimiento de la población en España?
R.–Hay que evitar en este asunto las perspectivas medibles, cuantificables. Me molesta hablar de la vejez desde un prisma económico. Este asunto debe tener un planteamiento de mucho más calado, que nos provoque preguntas y dudas más vitales. Apostarlo todo al lado económico de lo que supone tener una población envejecida es empobrecer el debate. En ese error de perspectiva tiene mucho que ver el periodismo.
Sus primeros trabajos académicos versaron sobre diversos aspectos de la obra del filósofo cristiano existencialista Gabriel Marcel y de la crítica social de Karl Marx. Fue parte activa de movimientos como ¡Basta Ya! Fue miembro fundador del partido UPyD.