Gabriel Albiac-El Debate
  • Demasiado he tenido que ver a los bárbaros de nuestros días clamar por la destrucción de Israel, última fortaleza tras cuyos muros sabe el pueblo judío que nadie volverá a exterminarlo sin combate

A fuerza de repetidas, las palabras se erosionan, su clamor va desliéndose en un como rumor de cascajo u hoja seca que el viento de la historia arrastra. Al cabo, perdemos lo que dicen, lo que dijeron. Quedan como tejuelos sobre el lomo de un viejo catálogo, a cuyas páginas nadie ya quiere asomarse. Y, al final de todo, por tanto repetirlas, ni percibimos el susurro de sus sílabas.

Los reyes de España han rendido homenaje a los exterminados en Auschwitz, en el ochenta aniversario de su liberación.

Auschwitz. En fríos datos contables: 1.300.000 deportados pasaron por el campo (tres campos jerarquizados, en rigor); 1.100.000 fueron allí asesinados; 960.000 eran judíos, acarreados en vagones de ganado desde toda la Europa ocupada; más de 70.000 eran polacos no judíos; 21.000, gitanos; 15.000, prisioneros de guerra rusos; unos 15.000 que habían resistido al nazismo en diversas geografías europeas.

Bien está que ese más de un millón merezca una jornada de recuerdo. No basta. Auschwitz –cuyo nombre vale por sinécdoque del exterminio metódico de seis millones de judíos y de entre doscientos mil y medio millón de gitanos, en aplicación de las leyes raciales del Reich– es el síntoma descarnado de una capacidad para sembrar el mal que quintaesencia a la horda predadora más eficiente sobre el planeta: la especie humana.

Demasiado sé que de poco sirve explicar aquello. Que es demasiado atroz, para aceptar que hayan sido hombres –y, tantas veces, hombres cultos– quienes lo hayan protagonizado. Demasiado sé que siempre habrá un imbécil para lamentar que Hitler no acabara de hacer del todo la tarea purificadora que le encomendó la historia. Demasiado he tenido que ver a los bárbaros de nuestros días clamar por la destrucción de Israel, última fortaleza tras cuyos muros sabe el pueblo judío que nadie volverá a exterminarlo sin combate.

No voy a repetir, a repetirme. Todos sabemos que estos que, entre nosotros hoy, se hacen llamar antisionistas, no son más que viejos antisemitas revestidos de pringosa coartada humanitaria. Sin Israel, ningún judío del mundo estaría a salvo. Cedo, aquí, pues la palabra –muy administrativa– al comandante SS en jefe de Auschwitz, Rudolf Höss, nacional-socialista de la primera hora; a sus memorias, poco antes de ser juzgado y ejecutado en 1947:

«El Zyklon B era comúnmente empleado como insecticida… Cuando Eichmann regresó a Auschwitz, le informé del uso del Zyklon B y decidimos emplearlo en los futuros exterminios masivos. Se continuó matando con Zyklon B a los prisioneros rusos… No sabría dar la fecha exacta en que empezó la matanza de judíos. Probablemente fue en septiembre de 1941 o quizás en enero de 1942. Al principio, se trataba de judíos que venían de la Alta Silesia oriental. Eran detenidos por la Gestapo de Katowice y enviados en convoyes por la vía férrea hasta la estación de Auschwitz, desde donde se les derivaba a una vía muerta, para hacerlos bajar por el lado oeste… Una vez apeados los judíos del tren, un destacamento de la Gestapo del campo se hacía cargo de ellos y eran llevados en dos tandas a la instalación para el exterminio, normalmente conocida como el Búnker. Los equipajes quedaban al costado de la vía férrea y de allí se los trasladaba hasta el lugar en donde se procedía a la selección. Ese lugar estaba cerca de la estación y recibía el nombre de ‘Canadá’. Ya cerca del Búnker, los judíos recibían la orden de desnudarse: se les explicaba que serían encerrados en cámaras donde se los desinfectaría. Todas las cámaras –cinco en total– se llenaban al mismo tiempo, las puertas herméticas se cerraban con llave y a continuación se introducía el contenido de los bidones de gas letal a través de los agujeros practicados en el techo. Al cabo de una media hora se abrían las puertas –dos en cada cámara– y los muertos eran retirados».

Así empezó el infierno. Un millón trescientos mil perecieron en el complejo de Auschwitz (Auschwitz I, Birkenau, Monowitz). Seis millones de judíos desaparecieron en el humo de los crematorios nazis: sus nombres y sus datos son preservados en el sobrecogedor Yav Vashem (en hebreo, «un monumento y un nombre»), Museo de la Shoah en el monte Herzle de Jerusalén. El antisemitismo sigue, entre nosotros, tan vivo como hace un siglo. Se llama ahora «antisionismo».

Hace hoy ochenta años, la centésima división del Ejército Rojo entraba en Auschwitz. Donde solo encontró muerte. A fuerza de repetidas, las palabras se erosionan. Pero es un deber moral decirlas. Pese a todo.