José María Múgica-Vozpópuli
Si algo se le debe exigir a este Gobierno es que guarde la memoria de combatir obligadamente el antisemitismo
El pasado lunes, 27 de enero, se conmemoró la liberación del campo de la muerte de Auschwitz–Birkenau. Situado en Polonia, a 40 kilómetros al sur de la bellísima ciudad de Cracovia, el Ejército Rojo soviético liberó ese campo de exterminio. Se convirtió en el prolegómeno de la batalla de Berlín, liderada por el Ejército Rojo, al tiempo que los aliados británicos y americanos invadían Alemania desde el Oeste. Y así, el 8 de mayo de 1945, se produjo la rendición del III Reich, con la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial y el fin de la guerra en Europa. Y esa liberación del 27 de enero se celebró en Auschwitz–Birkenau con la presencia de monarquías europeas –encabezadas por los Reyes de España–, así como entre otros, el presidente Zelenski de Ucrania, el presidente Macron de Francia, el canciller Scholz de Alemania, entre otros.
Fue un acto dedicado a los supervivientes, unas cincuenta personas. Fue un acto de suma importancia, pues Auschwitz–Birkenau es la fábrica industrial de la muerte y el genocidio llevados a cabo por el régimen hitleriano. Allí “la historia es el conocimiento de los hechos, pero de aquello que nosotros tenemos desesperadamente necesidad; hoy, es de la memoria que es la conciencia de esos hechos”, pronunciadas por el director del museo de Auschwitz– Birkenau. Y así, se pronunciaban las víctimas que asistieron a ese aniversario. Más de un millón de personas, en su inmensa mayoría de condición judía, fueron asesinadas en ese campo de la muerte. Y todos reclamando la memoria y que la humanidad nunca olvide lo que allí sucedió entre 1940 y 1945, un eje de la solución final impuesta por el 2 hitlerismo para aniquilar al pueblo judío. Y al tiempo, la advertencia contra la extrema derecha, que incluye a Elon Musk, empecinado diabólicamente en que Alemania debe pensar menos en su pasado.
Hoy, 30 de enero, aniversario de la llegada de Hitler al cargo de canciller de Alemania en 1933, esas palabras son una completa pesadilla. Lo último que cabe pensar en cuanto a lo que sucedió en Auschwitz–Birkenau es un monumento al olvido. Lean, los que no lo hayan hecho, al escritor italiano –deportado allí– Primo Levi, lean su obra Si esto es un hombre. Lean también a Irène Némirosvky, deportada de su Francia y asesinada en ese campo de la muerte; lean su obra maestra Suite francesa. Vean la película estremecedora La zona de interés, donde el comandante Rudolf Höss residía en un chalé con su familia con vistas a ese campo de la muerte, con absoluta indiferencia de lo que sucedía puertas adentro. El mismo Rudolf Höss que fue ahorcado allí mismo después de la Segunda Guerra Mundial. Lean a Hannah Arendt y su teoría sobre la Banalización del mal, un terrible experimento en el asesinato y el genocidio del que tantos alemanes participaron en el III Reich.
Con sus barracones, con sus cámaras de gas y hornos crematorios, con sus paredones de fusilamiento, con sus alambradas, es el infierno –lo será siempre– en la tierra
Y en lo que toca a España, nos podemos sentir orgullosos de gente como Ángel Sanz Briz (1910–1980), –El Ángel de Budapest–, que hizo la guerra civil con los sublevados en España, fue nombrado embajador en Hungría, que a partir de 1944, ocupada por el ejército nazi, sufrió el asesinato de 700.000 judíos, y sin embargo, fue capaz de emitir visados en el Budapest de la época para salvar a más de cinco mil judíos del exterminio nazi. Lo que no fue obstáculo para que, al término de la Segunda Guerra Mundial, siguiera ocupando importantes puestos diplomáticos a lo largo y ancho del mundo. Ese mismo Sanz Briz, que fue designado por el estado de Israel ‘justo’ Entre las Naciones, según se puede contrastar en la alameda del Museo de Yad Vashem en Jerusalén, donde se levanta la memoria del Holocausto. Sí, ver las imágenes de ese acto del 27 de enero pasado, emociona profundamente. Ver al presidente ucraniano, Zelenski llorando en aquel lugar, contemplar a las víctimas –tan mayores ya–, evocando la memoria, recordando los riesgos del antisemitismo que vuelven a recorrer Europa, se convierte en una misión de vida.
El campo de la muerte
Dentro de diez años, por ley de vida, pocas, muy pocas víctimas, podrán acudir a ese espantoso lugar. El hitlerismo, su máquina de la muerte, industrial y perfectamente organizada, buscó denodadamente el genocidio del pueble judío en Europa; seis millones de personas asesinadas fue el resultado de aquel proyecto criminal –tres millones de ellas, en Polonia–. Y si alguno de ustedes visita ese campo de la muerte, tengan cuidado. Con sus barracones, con sus cámaras de gas y hornos crematorios, con sus paredones de fusilamiento, con sus alambradas, es el infierno –lo será siempre– en la tierra. Este autor, hace ya muchos años lo visitó, y aseguro que es una visita que marca para toda la vida. Es más, habiendo tenido posibilidad de volverlo a visitar, se le hizo imposible. Si algo se puede pedir a este Gobierno es que guarde la memoria de lo que fue ese infierno, hace tan sólo ochenta años. Que guarde la memoria de combatir obligadamente el antisemitismo. Nunca más esa catástrofe