El Estatuto para un nacionalista no es lo mismo que la Constitución para un demócrata: un contrato social entre los ciudadanos vascos que permite la convivencia en un régimen de libertad y autogobierno. Una ley que hace de los vascos ciudadanos. Los nacionalistas creen que es solamente un pacto de los vascos con el Estado, donde la representación de los vascos la detenta una minoría nacionalista.
Lo más notable del festejo convocado ayer por el lehendakari fue el capítulo de ausencias que el nacionalismo lleva por un camino de perfección. No fue el alcalde de Bilbao, ni siquiera el diputado general de Álava sentado, ¡ay!, sobre una minoría tan precaria. Por no estar, no estuvo ni el híbrido Odón Elorza. La presencia nacionalista fue sólo empresarial. Josu Jon Imaz, ex del EBB y presidente de Petronor y Mario Fernández, ex vicelehendakari y dirigente máximo de la BBK.
Dos maverick, que es el nombre que pusieron en Texas a las reses que se apartan del rebaño y pastan solas. Imaz lo pagó con su salida del EBB hace 25 meses. A Mario Fernández lo recuerdo en una entrevista que le hizo en RNE Luis de Benito hace 23 años. Allí lamentó que el nacionalismo se moviera entre la mitificación del pasado y la ensoñación del futuro. Entre ambos, añadía, «está la ancha vaguada del presente sobre el que no tiene nada que decir».
En eso estamos tantos años después. En la fiesta del Estatuto, en la que el nacionalista Fernández aceptó la invitación del lehendakari López y éste hizo un discurso institucional, conciliador y bienintencionado, en el que trató de abrir un portillo al nacionalismo; una vaga posibilidad de reforma: no va a hacer una «defensa numantina de un texto concreto», porque en política «no hay textos sagrados intocables» y el autogobierno es una forma política abierta, como la democracia y no hay «nada inmutable», porque las cosas «no se deciden de una vez para siempre». Es una perífrasis que responde al mismo concepto que el proyecto de reforma redactado por Emilio Guevara hace unos años.
Vano esfuerzo melancólico. Decíamos ayer, como quien dice (y como Fray Luis de León) que el PNV sólo ven en el texto de Guernica la banqueta de ordeñar. Expliquémonos. El Estatuto para un nacionalista no es lo mismo que la Constitución para un demócrata: un contrato social entre los ciudadanos vascos que permite la convivencia en un régimen de libertad y autogobierno. Ésta es su principal característica, la de una ley que hace de los vascos ciudadanos. Los nacionalistas creen que es solamente un pacto de los vascos con el Estado, donde la representación de los vascos la detenta únicamente una minoría nacionalista. Faltan 35 ó 36 competencias, dijo el presidente Urkullu, y ésa es el principal motivo de que se nieguen a celebrar su incumplimiento. Extraordinaria falacia. Si el Estatuto está muerto (o agonizante) como sostienen, no es porque falten esas competencias, sino porque sólo faltan de transferir esas materias. El Estatuto de Guernica ha muerto de éxito. Imaginemos que a lo largo de este año se concretan y se transfieren las competencias que faltan, con las valoraciones del PNV. ¿Alguien puede imaginarse que a partir de entonces los jeltzales acudirán como un solo hombre al festejo institucional cada 25 de octubre?
La vieja piel de toro será la de una vaca seca y curtida y el nacionalismo reclamará, ya lo está haciendo, una becerra nueva para seguir ordeñando. Pero estamos ante otra representación del PNV. Si el asunto fuera en serio no podría entenderse que sus diputados le hayan salvado los Presupuestos al mismo Gobierno que niega esas 35 ó 36 transferencias, que ya no llevamos bien la cuenta.
Santiago González, EL MUNDO, 26/10/2009