Ignacio Camacho-ABC

  • Al tratar de atajar el ‘me too’ con una purga interna, el sanchismo se ha retirado a sí mismo la presunción de inocencia

La llamada cultura de la cancelación la inventó la izquierda ‘woke’ para aplicarla a sus adversarios. Pero como en todo artefacto explosivo existe el riesgo de que le estalle a su dueño en las manos. Y eso es lo que le ha sucedido al PSOE, con el agravante de que además ha tratado de ocultarlo silenciando a las denunciantes o negándoles amparo, para al final acabar retirándoselo también, tarde y a la fuerza, a los denunciados. Víctima de su propia doctrina y de sus propias leyes, el sanchismo se abrasa en una espiral de escándalos donde no paran de aparecer nuevos casos para cuya gestión no dan abasto unos dirigentes torpes y desbordados en el intento de minimizar daños bajo la tormenta simultánea que descarga en los juzgados.

No deja de resultar llamativo que el ‘me too’ en el seno del partido preocupe a los socialistas más que las investigaciones de corrupción cristalizadas en un turbión de detenciones y registros propio de un serial policíaco. Dos exsecretarios de Organización procesados y encarcelados, varios ministerios involucrados en supuestas tramas de cohechos y adjudicaciones irregulares y una vicepresidenta en serio compromiso parecen importar menos que el malestar o la irritación del feminismo. La Moncloa, atenta sólo al impacto electoral, ve más peligro en la fuga del voto de las mujeres que en la reacción ciudadana ante el latrocinio. Un curioso rasero moral de quienes llegaron al poder con la bandera del regeneracionismo político.

El estado de pánico ha provocado incluso la abolición del principio de presunción de inocencia. De repente, unas quejas anónimas desoídas y ocultadas han desembocado al aparecer en la prensa en una expeditiva purga interna. Tanto Salazar, el poderoso asesor presidencial, como el resto de sospechosos de acoso sexual han sido declarados culpables sin derecho a defensa en una especie de juicio feudal donde el criterio (cambiante) del líder, señor de horca y cuchillo, es suficiente para dictar sentencia. La idea de acudir a la Fiscalía, como corresponde en una democracia, era un problema: el relato de conductas machistas dejaría al descubierto la hipocresía de los discursos de superioridad ética.

Pero ya va a ser difícil apagar el incendio. Máxime en medio de una pavorosa crisis de nervios que paraliza los potentes reflejos propagandísticos del Gobierno. Atender dos frentes tan delicados a la vez es mucho esfuerzo, y elegir sólo uno implica dejar el otro demasiado expuesto. Por eso está cundiendo en las filas oficialistas una patente sensación de desmoronamiento; quizá sólo Pedro, correoso de natural, confíe todavía en salir ileso aunque sea a costa de llevarse por delante a todo el que se cruce en medio. Y aun así es probable que tenga que acostumbrarse a ver a más colaboradores ante el Supremo. Porque la UCO no va a perseguir devaneos lascivos sino la inquietante pista del dinero.