IGNACIO CAMACHO – ABC – 09/01/16
· A menudo C’s parece incómodo con su propia imagen. Da la sensación de ser un partido al que no le gustan sus votantes.
La autocrítica es un ejercicio de honestidad intelectual imprescindible en la vida y en la política. Salvo cuando, como bajo el estalinismo, es fruto de una presión inquisitorial para que el reo de la purga acepte su culpa. Pero ni siquiera desde el mayor coraje introspectivo es posible alejarse de la subjetividad y enjuiciar los propios errores con la implacable profundidad de un psicoanálisis: la autoexploración sin pauta externa siempre tiende a una benevolencia complaciente.
El partido Ciudadanos ha tenido el coraje de revisar con transparencia las causas de su relativo fiasco electoral y hacer un balance público de su estrategia fallida, que le ha impedido alcanzar la relevancia esperada en el nuevo Parlamento. Merece elogio esta actitud inconformista tan distinta de la habitual cerrazón con que otros suelen negar incluso los fracasos palmarios. Sin embargo, en su impecable análisis se echa en falta una mayor distancia de contraste que objetive algunos factores esenciales para entender el desajuste entre expectativas y resultados.
No sobra nada en el diagnóstico, aunque deja un sabor amargo la conclusión de haber sido poco combativos, es decir, poco radicales; el más alentador de los rasgos de C´s en medio de una campaña hueca y demagógica era ese tono constructivo y elegante del que ahora parecen arrepentirse. Lo que se echa en falta es la admisión siquiera especulativa del efecto que en la respuesta del electorado haya podido tener la indefinición del candidato Rivera sobre su política de pactos. Un problema que ha acabado resultando relevante porque afectaba al perfil ideológico de su oferta.
Ciudadanos ha pretendido luchar contra una evidencia: que el grueso de su respaldo electoral provenía de votantes reformistas descontentos con el marianismo. A base de ambigüedad ha intentado captar votos de la socialdemocracia desencantada y hasta disputarle espacios de protesta a Podemos, generando dudas en sectores moderados sobre su disposición a aliarse con la izquierda.
El PP percutió de hecho sobre esa indeterminación para tratar de frenar el trasvase. Al riverismo parecía desagradarle la etiqueta de marca blanca del centro-derecha, que es precisamente lo que le ha proporcionado masa crítica porque muchos electores liberales lo han percibido como una encarnación renovadora, moderna y limpia de sus propios valores. En cambio la campaña de C´s ha pasado adrede de puntillas sobre su identidad ideológica, y es muy probable que haya acabado pagando una cierta factura de confusión en una política muy polarizada. Rivera tenía derecho a no ponerse límites, pero soñando acaso con una carambola tercerista se mostró demasiado borroso.
Por eso esta valiente autocrítica quizá quede desenfocada sin un examen sincero de la procedencia de sus apoyos. Lo último que puede permitirse un partido es que parezca que no le gustan sus votantes.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 09/01/16