Antonio Elorza-El Correo
- El PP no podía permitirse generar por sí mismo las causas para destruir sus posibilidades: el núcleo madrileño o la inexplicable historia de Mazón
En los partidos de fútbol, no faltan los goles en propia puerta, ni los errores de planteamiento de un entrenador que propician la derrota, pero no es normal que un equipo juegue el balón atacándose a sí mismo hasta rematar con éxito en su portería. Por lo que vemos, en política ese absurdo es posible.
Han sido muy frecuentes las duras críticas lanzadas contra la dirección actual del Partido Popular, unas procedentes de adversarios políticos y otras por comentaristas más o menos imparciales. Esto es lógico, para este y para otros partidos políticos, y con mayor razón en el caso del PP, dado que resultan evidentes las dificultades por las que ha atravesado y atraviesa, desde el ‘caso Gürtel’, y las limitaciones que caracterizan su política de oposición. No es fácil mantenerse como guardián del buen sentido y de la lealtad a las reglas de juego constitucionales cuando desde el Gobierno se es objeto de una permanente ofensiva de acoso y derribo, sin que ninguna iniciativa merezca un mínimo respeto a sus contenidos, ni siquiera la apariencia de una lectura superficial. Debe de ser incómodo para un partido político, verse arrojado sistemáticamente a la basura, al otro lado del muro.
Alberto Núñez Feijóo puede presentar planes sobre la vivienda, sobre la inmigración, sobre los autónomos, que desde su anuncio son ya etiquetados por Bolaños y su coro de medios como reaccionarios y propios de Vox. A esta simpática circunstancia se une en el último año la ofensiva de su aliado potencial, Vox, con Abascal de ‘nuevo Milei’ propulsado por Trump, acusando a los populares de ser la otra cara del PSOE, una derechita inservible. Una circunstancia tanto más incómoda cuanto que el espectro de seguidores del PP, en su ala derecha, es fronterizo de Vox y comparte sus críticas a Feijóo por exceso de moderación.
Ante lo que ya es definido como una pinza PSOE-Vox, agravante de la anterior ofensiva permanente del Gobierno, al ser acusado como extrema derecha encubierta, el PP vino respondiendo con firmeza, aunque sin escapar a la bronca de insultos mutuos. En cualquier caso, Feijóo demostró no ser Casado. Sobre todo, cabía achacarle una falta de imaginación para contrarrestar la lluvia de ataques procedentes de la máquina gubernamental de lenguaje sincronizado. Ejemplo reciente: con el viento propalestino a favor de la exigencia por Sánchez de reconocimiento del «genocidio», montado en su flotilla, Feijóo se dejó atrapar, aferrándose a «la masacre». Resultado: victoria de Sánchez ante la opinión. De momento, lo compensaban la corrupción e incapacidad de Pedro Sánchez para gobernar.
Algo que no podía permitirse el PP era generar por sí mismo las causas para destruir sus posibilidades. Una cosa es el partido monolítico, el PSOE actual de Sánchez, y otra la proliferación de reinos de taifas. El núcleo madrileño de poder, con Isabel Díaz Ayuso al frente, tenía abierto el futuro en el caso probable de un fracaso de Feijóo, pero su sesgo populista y, digámoslo claro, rigurosamente derechista, con MAR detrás, genera demasiados anticuerpos a la conciencia democrática. Para Milei, ya está Vox. Para Meloni, no da la talla. De ahí que su última iniciativa, de entrar en guerra sobre el tema ya apaciguado del aborto, reto que Sánchez acepta con entusiasmo, tenga los efectos de un torpedo dirigido al propio partido.
La historia de Mazón y Valencia roza ya lo inexplicable. No hacían falta los últimos datos sobre la media hora larga del parking, tras la interminable comida con la periodista, para valorar como política y moralmente impropia la actitud del ‘president’ ante la llegada de la dana. Aunque solo fuera por haber elegido la sucesión más torpe posible de comportamientos, refrendada por su negativa a pedir la ayuda del Gobierno, se hizo merecedor del retiro, en espera de la exigencia de responsabilidades.
Eso que al principio, como se vio en Paiporta, la opinión pública valoraba también la habitual huida de responsabilidades del presidente Sánchez, pero entre la lógica presión socialista y la sucesión de contradicciones en sus palabras, ahora elevadas exponencialmente, Carlos Mazón resulta ser el único culpable.
Se lo ha ganado a pulso, hasta el ridículo en el juego de facturas y horarios, pero lo asombroso ha sido la pasividad de Madrid. Para empezar, quedó de manifiesto el déficit democrático en el funcionamiento del PP valenciano, al no plantear un examen propio de las responsabilidades de su jefe y ni siquiera discutirlas. La sensación transmitida es que cada cacique popular es el amo en su territorio, ya que Feijóo ha sido incapaz de reconducir el proceso en beneficio del propio partido. Es un clamoroso gol en la propia portería, cuyos efectos no se limitarán a Valencia.
El aparato de propaganda del PSOE, bien rodado y mejor dotado de medios, ha sabido impulsar la justa cólera ciudadana ante la conducta del personaje. ¿Con qué argumentos puede el PP ofrecerse como alternativa? Ante la siniestra ley-candado del Gobierno contra los jueces, triste situación de la democracia.