Emilio Guevara, EL PAÍS, 12/6/2011
Para el nacionalismo sabiniano «integrar» solo significa «asimilar», todo ello en aras de la misma utopía independentista que Bildu persigue. Pues bien, que se arreglen o peleen entre ellos.
En un Estado de derecho, en el que el legislador ha de respetar el contenido esencial de los derechos fundamentales, son los ciudadanos con su voto, y no las leyes o los tribunales, los únicos que pueden derrotar a una ideología o impedir su hegemonía. Las elecciones del 22 de mayo confirman que la enfermedad que Euskadi padece no empieza ni acaba en ETA, sino en la incapacidad para configurar un marco jurídico en el que se puedan encontrar nacionalistas y no nacionalistas, y trabajar para resolver los desafíos reales que plantea en cada momento el progreso y el bienestar de los ciudadanos. Durante un tiempo creíamos tener ese marco: el Estatuto de Autonomía, gracias al cual se explica el desarrollo espectacular que hemos conseguido. Pero es el principal promotor del Estatuto, y el mayor beneficiario del poder que confería, quien lo ha dañado: un PNV que se mantiene en la ambigüedad calculada, que no se atreve a llamar a las cosas por su nombre, que fabrica camelos como el concepto de «soberanismo» para no hablar de independencia, que ofrece planes tan estrafalarios como el de Ibarretxe y su Estado libre asociado, que promovió en Lizarra el primer frente de la historia reciente del país para expulsar de las instituciones a los partidos constitucionalistas, y al que, sin embargo, se le salvó del desastre cuando sufrió la escisión de EA, se le ha permitido jugar con distintas barajas, y se le ha convertido en interlocutor privilegiado en Madrid, desairando y desamparando quienes en Euskadi defienden la Constitución y el Estatuto.
Es más, todavía ahora, cuando al PNV le surge un rival en su propio terreno, que le ha derrotado claramente en Guipúzcoa, que le ha igualado casi en número total de votos en la comunidad, y que dispone de una mayoría espectacular de concejales, hay quienes defienden que el constitucionalismo vasco vuelva a pactar con el PNV para evitar que Bildu gobierne en Guipúzcoa.
Cuando escribo estas líneas, no sabemos si prosperará esta posición, que respeto, pero no comparto. Soy consciente de la que «normalización» de la que habla Bilbu consiste en imponer al conjunto de la sociedad vasca un proyecto de construcción nacional que, con una política cultural y lingüística impositiva, el adoctrinamiento educativo y la manipulación de la historia, nos conduzca a la independencia. Pero el problema es que esto mismo es lo que el PNV ha venido haciendo, primero con más o menos disimulo, y luego con todo descaro a partir del Pacto de Lizarra.
Para el nacionalismo sabiniano «integrar» solo significa «asimilar», todo ello en aras de la misma utopía independentista que Bildu persigue. Pues bien, que se arreglen o peleen entre ellos. Quizás a esa Guipúzcoa tan nacionalista, cuya prosperidad depende en buena medida de los beneficios del Concierto Económico y de un mercado español y europeo, en los que no podría competir como lo hace hoy sin la pertenencia a Europa a través de la denostada España, le venga bien una pasada por Bildu. Hasta podrán entrenarse en Igeldo para el ejercicio del derecho de autodeterminación.
Veremos al final cuántos independentistas quedan, y quién de ellos es el macho alfa. Al fin y al cabo, dicen que lo que no aprendes por discernimiento lo aprendes por el sufrimiento, incluido el saber votar adecuadamente.
Otra cosa sería si el PNV decidiera volver al consenso estatutario, sin renunciar a mejorarlo. Entonces tendría sentido que los constitucionalistas vascos volvieran a colaborar con un PNV que, a partir de hoy, tiene que resolver él, y solo él, un dilema evidente: si une su fuerza a una izquierda nacionalista radical que pretende sustituirle como líder del nacionalismo, y veremos entonces cuántos de los que hoy votan al PNV son de verdad radicalmente nacionalistas e independentistas, o si busca hacer un país con identidades compartidas en un marco de autogobierno que reconoce e impulsa cuanto conforma la identidad vasca. Entre tanto, que se las apañe como pueda, porque si miramos al pasado reciente, lo más probable es que si ahora se les ayuda otra vez a mantener el poder de las Diputaciones forales, y si Rodríguez Zapatero hoy o Rajoy mañana siguen aceptando el chantaje nacionalista permanente, la normalización real que nos espera significará el exilio interior de muchos ciudadanos vascos.
No sé qué tiene que ocurrir para que se entienda cuál es el verdadero problema del País Vasco, y qué es lo que en ningún caso los constitucionalistas pueden hacer, si buscan al menos no agravarlo: aceptar ser los eternos segundones de un PNV sin que este demuestre con hechos fehacientes y continuados que de Bildu y compañía les separa, no solo los métodos y las formas, sino también los fines. Por desgracia, no estamos ante un nuevo tiempo en la vida política vasca, ni está claro que caminemos hacia una normalización real desde el respeto y la efectividad de los valores de la justicia, de la igualdad y del pluralismo.
Por ello, más que nunca los constitucionalistas están obligados a seguir ofreciendo la alternativa del autogobierno, mantener sin complejos y sin impaciencia una confrontación ideológica contundente con el nacionalismo frentista, y adoptar en las instituciones una posición clara y coherente con lo que defienden. Al final los pueblos no se suicidan, y estoy seguro de que los ciudadanos de este país, en el que parece que hay ya miles de arrepentidos de su decisión del día 22 de mayo, aprenderemos a votar, en vez de confiar en recetas mágicas o de creer que con una ley se puede transformar la realidad u ocultarla. Tendremos que sufrir para saber discernir.
Emilio Guevara, EL PAÍS, 12/6/2011