El aprendiz de brujo que convocó el referéndum sobre la independencia de Cataluña en Arenys de Munt logró sus votos, sólo que a costa de desencadenar un proceso de erosión de consecuencias imprevisibles en la estructura del Estado de las autonomías.
Sinera fue el lugar simbólico donde el gran poeta catalán Salvador Espríu situó buena parte de su obra. Sinera era anagrama de Arenys de Mar y en la noche del franquismo representaba el único espacio donde desplegar su creatividad. El episodio actual ha tenido lugar en otra Sinera, Arenys de Munt, pero volvemos a encontrarnos con una dimensión simbólica. Para quienes convocaron la consulta, la nueva Sinera encarna la voluntad del pueblo catalán de alcanzar la independencia.
Desde el doble punto de vista de la ilegalidad y del significado democrático del hecho, tal pretensión es una pura falacia y la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega hizo bien en no entrar al trapo y declarar que para el Gobierno nada ha sucedido. Al ignorar la ley y la Constitución, carece de consecuencia alguna. Ni siquiera se hizo atendiendo al acuerdo municipal, revocado por el juez, siendo sustituido el Ayuntamiento por la parroquia como sede de la urna, con intervención de inmigrantes y adolescentes sin derecho a voto, y aun así la participación quedó lejos del 50% del censo. Objetivamente, una farsa, si bien no es seguro que carezca de efectos políticos.
Para empezar, con la excepción de Unió Democratica de Catalunya, todos los grupos del nacionalismo catalán han considerado que la experiencia ha sido un éxito y se disponen a multiplicar tales iniciativas hasta lograr que las consultas cubran todo el territorio catalán. Si lo consiguen, el efecto de propaganda resulta innegable, y por encima de todo implican a los catalanistas supuestamente moderados, con Artur Mas a la cabeza, en una dinámica independentista que puede encontrar un terreno abonado en la crispación derivada de un eventual recorte del Estatut por el Tribunal Constitucional. Desde hace algún tiempo, y con ERC llevando la batuta, se está produciendo una situación de puja entre las agrupaciones catalanistas, con efectos claros sobre PSC e Iniciativa per Catalunya, para exhibir la posición más tajante en cuanto a la afirmación de los derechos de Cataluña frente al Estado. Sólo que una cosa son las palabras y otra encontrarnos con Convergencia animando localidad a localidad votaciones que consagren el independentismo.
Así que de cara a la opinión pública catalana y a los observadores exteriores, la imagen es que la sociedad catalana se manifiesta inequívocamente por la independencia. Entra en juego aquí el efecto mayoría, bien conocido de los psicólogos sociales: la propensión de un individuo consiste en sumar su actitud a aquella que en apariencia resulta mayoritaria en el colectivo. De ahí la importancia de una información veraz, ponderada, la cual lógicamente no debe ser esperada de los medios nacionalistas militantes, pero sí de aquellos que no lo son y no deben verse arrastrados a seguir el mencionado efecto-mayoría con el pretexto tan caro al Gobierno Zapatero de no herir a Cataluña. Un ejemplo fue el reportaje del telediario de TVE-1 a las 9 de la noche del domingo sobre el episodio. Nada de dar cuenta de las insuficiencias democráticas de la consulta. Son entrevistados el alcalde promotor, el dirigente de ERC Puigcercós, el independentista fichado por Convergencia Ángel Colom, un socialista neutral, dos inmigrantes pro-independencia y, para culminar la imagen dualista, el reportaje se cierra mostrando a los fachas antinacionalistas que acudieron a Arenys con sus gritos y su carga de banderas españolas.
La deformación resultante es obvia, como sucede cuando al día siguiente algunos medios recogen la noticia de que desde 2005 se ha incrementado el independentismo catalán. Luego, en la letra pequeña, podemos leer que esa subida es del 13% al 19%, salto importante, pero que pone de manifiesto algo de mayor relieve: el independentismo sigue siendo muy minoritario en Cataluña, lo cual debería proyectarse de modo necesario sobre la valoración política del movimiento actual por la independencia. En contra de lo que afirmaba Puigcercós en Arenys, la autodeterminación deja por ello de estar en el orden del día democrático, ya que carece de sentido poner en cuestión, salvo a efectos de propaganda, una estructura estatal y estatutaria a partir de semejante posición minoritaria. Al igual que sucede con el matrimonio, el derecho a la autodeterminación sólo adquiere una legitimidad de ejercicio cuando se da una mayoría clara y estable decidida a modificar la situación política vigente. Para la también minoritaria ERC resulta lógico, y aun imprescindible, forzar la máquina por encima de la democracia; lo grave es que ese camino sea seguido por Convergencia.
Al enjuiciar lo sucedido, el ministro socialista José Blanco ha hablado de ‘despropósito’. Tal vez sería mejor emplear otros términos: ilegalidad, provocación, maniobra para llegar al planteamiento de un jaque al rey. Despropósito conviene más a la sucesión de errores y de huidas hacia delante que siguieron a la declaración electoralista del presidente Zapatero en el sentido de que él suscribiría cuanto decidiera Cataluña. Reserva electoral catalana manda y en el fondo la actitud reverencial hacia Cataluña se ha mantenido, al secundar otro electoralismo miope, el de Pasqual Maragall, poniendo en marcha la elaboración del Estatut como el trapecista que da un doble salto mortal sin red, al conseguir a toda costa la ayuda de Artur Mas sin otorgarle luego parte en el gobierno de la comunidad; al suscribir en fin el principio de bilateralidad como eje del nuevo edificio político sin percibir que es la puerta abierta a una confederación, forma política inviable, ya que como se está viendo una vez más dos centros de decisión política en condiciones de igualdad entran en conflicto irreversible ante el primer problema grave, en este caso el previsible recorte del Estatut por el Tribunal Constitucional, después de salvar a duras penas el escollo de la financiación. El aprendiz de brujo logró sus votos, sólo que a costa de desencadenar un proceso de erosión de consecuencias imprevisibles en la estructura del Estado de las autonomías. De nada vale que Juanjo Solozábal pruebe con su habitual rigor que según la Constitución sólo cabe una soberanía, la del pueblo español. Eso en la Cataluña de hoy lo acepta apenas una minoría irrelevante.
(Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político en la Universidad Complutense de Madrid)
Antonio Elorza, EL CORREO, 18/9/2009