Los nacionalistas vascos piden la autodeterminación, pero lo que buscan es la independencia.
El próximo objetivo de los nacionalistas es la autodeterminación, es decir, la independencia. Con ambigüedades, con maniobras de confusión, con manipulación, pero los nacionalistas han dejado bien claro que su objetivo es la secesión. No quedan, por lo tanto, más excusas al resto de fuerzas políticas, intelectuales y ciudadanos, para seguir rehuyendo un problema que ya está encima de la mesa. Es hora ya de responder a un concepto engañoso que durante bastante tiempo ha tenido sumido en la perplejidad y en la confusión a políticos e intelectuales españoles, incapaces de entender la auténtica dimensión de la radicalización nacionalista, e incapaces también de articular una respuesta que desmitifique las supuestas esencias democráticas de la autodeterminación. Esta respuesta exige, en primer lugar, un ejercicio de realismo y clarificación respecto a lo que significa la autodeterminación de los nacionalistas, a través del análisis de tres cuestiones: 1) qué significa, 2) cuáles son las intenciones reales de los nacionalistas, y, 3) cuál es la relación de la autodeterminación con ETA.
RESPECTO al significado, dejémonos de escapismos. La autodeterminación significa independencia, simplemente que en dos fases. En la fase 1 se exige que los vascos se puedan autodeterminar, es decir, que puedan convocar un referéndum sobre la independencia, y en la fase 2 se plantea la consulta sobre la independencia. En segundo lugar, es una irresponsabilidad seguir negándose a aceptar que los nacionalistas caminan hacia la secesión, y una estupidez seguir dejándose envolver por las maniobras del lehendakari, quién, cuando se dirige a su electorado más radical, utiliza el concepto de autodeterminación, y, cuando se dirige al moderado, el de superación del Estatuto y que «los vascos decidan lo que quieren ser» que suenan mejor pero significan lo mismo. Otra cosa es que el propio nacionalismo comienza a sentir vértigo ante un proceso que temen les puede llevar a la desestabilización, a una crisis política y económica sin precedentes en el País Vasco y a la reacción de una mayoría de la población opuesta a la independencia. Muchos nacionalistas perciben que pueden caminar hacia el suicidio, pero ya no pueden parar. Por dos motivos, porque se han quedado sin reivindicaciones con las que mantener su tensión con Madrid, que es, al fin y al cabo, de lo que viven políticamente, y tan sólo les queda la independencia. Y porque quieren quedarse con todo el electorado nacionalista, también el de EH, y para eso necesitan radicalizarse. En tercer lugar, la independencia es una reivindicación de ETA y procede de ETA. Es un objetivo del nacionalismo radical que ha adoptado el que era nacionalismo moderado. Y PNV y EA pretenden conseguirla bajo la presión de una ETA que asesina a quienes se oponen a ella. No sólo eso, si bien dicen que quieren separar el debate de la pacificación del debate sobre el autogobierno, resulta que en ese segundo debate PNV y EA reclaman lo mismo que están dispuestos a ofrecer a ETA en el primero, es decir, autodeterminación. Durante mucho tiempo, la estrategia nacionalista con la autodeterminación ha funcionado. Ha mantenido la ambigüedad suficiente para impedir la activación de los demás y para engañar incluso al sector moderado de su propio electorado, y, además, ha conseguido envolver adecuadamente su proyecto de secesión con el manto de un supuesto carácter democrático.
LA ambición por hacerse con el voto radical ha acabado con la ambigüedad. Pero ahora nos toca a los demás acabar con las falsificaciones de las apelaciones al carácter democrático de la autodeterminación. En ese lenguaje de hombre llano, de pueblo, que le es tan querido, Juan José Ibarretxe suele sentenciar el carácter democrático de la autodeterminación con la siguiente pregunta: «¿qué hay de malo en que los vascos decidan lo que quieren ser?» Pues depende de lo que entendamos por «decidir», por «lo que quieren ser» y por «los vascos». En primer lugar, la democracia no es un sistema político en el que cada individuo o cada grupo puede hacer lo que le dé la gana, sino que es un sistema político de competición y diálogo en que se persiguen consensos entre los intereses enfrentados sobre la base de unos principios éticos y políticos fundamentales. Por eso mismo, un grupo puede «decidir» que no va a pagar los impuestos, o que no va a respetar las normas de tráfico, o que va a fumar donde le apetezca. Pero el sistema democrático y los demás ciudadanos le recordarán que puede «decidir» siempre que respete las normas básicas consensuadas por todos, las leyes, y la Constitución, que son precisamente las que garantizan que lo que le dé la gana a cada uno no vulnere los derechos de los demás. Respecto a «lo que quieren ser», no todo lo que un grupo determinado quiere ser respeta automáticamente los principios políticos y éticos de las democracias. Muchos grupos de extrema derecha europeos proponen medidas antidemocráticas, que no por ser propuestas por esos grupos deben ser consideradas democráticas.
LA autodeterminación es la reivindicación de un grupo terrorista, ETA, que el nacionalismo pretende imponer a todos los españoles mediante la presión de la coacción y el crimen. Vulnera la Constitución, vulnera los consensos básicos sobre los que se ha construido nuestra democracia, y, sobre todo, vulnera los derechos básicos de una mayoría de los vascos a los que se quiere arrastrar, con el miedo y el crimen, hacia la pérdida de su propia nacionalidad y de los derechos que esa nacionalidad les garantiza. En tercer lugar, es hora ya de impedir la usurpación que el nacionalismo hace constantemente de la voluntad de «los vascos». Cerca de la mitad de esos vascos, cuya voluntad el nacionalismo quiere estrangular, votan por partidos constitucionalistas, y están hartos de que el nacionalismo les incluya en un concepto colectivo para llevarlos a la secesión. ¿O es que en realidad el nacionalismo no los incluye y cuando habla de «los vascos» está pensando tan sólo en la mitad de la población?
Si esto es así, y me temo que lo es, recordemos que tan sólo una parte de los nacionalistas apoya la independencia, y, lo que es peor, el resto se ha dejado arrastrar por la ambigüedad y el confusionismo deliberado que tantos resultados le ha dado al nacionalismo hasta ahora. Los nacionalistas pretenden romper los principios y los consensos que sustentan nuestra democracia. Lo quieren hacer contra el conjunto de españoles, contra los votantes vascos constitucionalistas y contra su propio electorado autonomista. La democracia española se enfrenta a un reto para el que no valen las dudas, las vacilaciones y la cesión constante de estos últimos 20 años que ni han acabado con ETA ni han moderado al nacionalismo. Al contrario, nos han llevado hasta donde estamos hoy, al borde del precipicio.
Eurne Uriarte, ABC, 4/11/2002