Miquel Escudero-El Correo
Insuflar de continuo e impetuosamente chorros migratorios en una sociedad es insostenible, pues genera caos y desorden. Todo tiene un límite y es preciso regular estas entradas en forma progresiva y ordenada, de modo que los que estén en casa puedan seguir sintiéndose en casa y los que lleguen puedan aclimatarse a su nuevo hogar e incorporarse a una sociedad que los trate como a ciudadanos, iguales en deberes y derechos. No debe haber lugar, por consiguiente, a la irresponsabilidad de los de la ‘barra libre’, o a la de quienes asocian inmigración con delincuencia y atizan el egoísmo colectivo. Cada día se propagan falsedades con datos manipulados. Hay que salir del bucle de los buenistas y los egoístas redomados, todos estúpidos populistas.
Hablemos de los menores extranjeros no acompañados, son personas en extrema vulnerabilidad, faltos de apoyos familiares y de adultos que los atiendan. Clama al cielo la demagogia gubernamental: se distribuyen arbitrariamente. Hay comunidades a las que se exime de tal carga y otras, como Canarias, están sobrepasadas y con una absoluta insuficiencia de medios. Esta desidia no puede por menos que empujar a la delincuencia, lo que les granjea una lógica hostilidad. Un problema real para todos.
Hay que llenar sus horas con formación y con tareas sociales, aumentar su buena disposición y su autoestima. Y, si no, ¿cómo incorporarlos, que se les acepte y puedan llegar a sentirse queridos? Jugar al gato y al ratón solo conduce a la amenaza del castigo, al afán de burlarlo y hacer el mayor daño posible. Hay que minimizar los conflictos anunciados, revertirlos y promover lo mejor.