Rubén Amón-El Confidencial
- La tregua aparente de Casado y Moreno no aporta credibilidad a la gestión negligente con que el líder malogra los recursos al tiempo que lanza la hipótesis de una conspiración
El antagonismo sensato entre Pablo Casado y el castrismo le ha llevado a contradecir por exceso el eslogan que propagó Fidel entre sus camaradas y rapsodas. “Hasta la victoria siempre”, proclamaba el patriarca habanero, enfatizando más el adverbio temporal que los laureles. Porque no hubo manera de echarle. «Hasta la victoria nunca», rectifica Casado en el castillo embrujado de Génova, no ya sobrepasado por el hedor de las conspiraciones autocumplidas, sino incapaz de gestionar la relevancia de Teodoro García Egea. ¿Quién es el rehén de quien? La verticalidad dogmática con que funciona el partido sobrentiende la plena autoridad de Casado, pero la notoriedad de Teo permite fantasear con las versiones caricaturescas de Richelieu o de Rasputín en la corte del rey enajenado.
El monarca y su valido se han propuesto imponer la disciplina y la ortodoxia cuando el mejor recurso aglutinador consiste, realmente, en la expectativa de la victoria. No existen un bálsamo ni terapia más propicios que el estandarte de los charranes en la Moncloa, aunque el comisariado de García Egea y las felonías de Fran Hervías sugieren una variación iconográfica en la mercadotecnia pepera. Encajan mejor los cuervos. Representan mejor al PP los instintos carroñeros que la perspectiva aérea y la claridad del horizonte.
Se diría incluso que Pablo Casado y su escudero se han propuesto sabotear los recursos del partido. O los han sometido a una suerte de corsé burocrático que discrimina el vuelo de los versos sueltos y la reputación de las baronías. Tendría más sentido aprovechar el brío de los costaleros. Y exponer a la opinión pública la suntuosidad de la oferta electoral, no solo por la dimensión popular/populista de Ayuso, sino por el perfil liberal de Feijóo, por la eficacia gestora de Mañueco, por la heterodoxia de Cayetana Álvarez de Toledo y por el cambio de guardia que ha supuesto el liderazgo de Juanma Moreno en Andalucía.
Casado acudió ayer a arropar el acto que revalidaba sus galones de presidente del PP en Andalucía, aunque el teatrillo con que se fingió una relación fraternal no alcanza a esconder la trama siniestra con que Pablo y Teo aspiraban a precipitar el adelanto de las elecciones andaluzas. Y no solo por el trabajo mercenario de Fran Hervías en la exhumación de grabaciones secretas —pretendían probar la deslealtad de los naranjas—, sino pretendiendo que la victoria de Moreno y la decadencia de Ciudadanos sirvieran de excusa para testar en Sevilla una fórmula política que consintiera normalizar las relaciones orgánicas con Vox.
El teatrillo con que se fingió fraternidad no esconde la trama siniestra con que Pablo y Teo aspiraban a precipitar el adelanto electoral
Está desconcertada la prensa afecta al PP porque debe resultarle difícil escoger entre los güelfos y los gibelinos, aunque el sector más oficialista concede credibilidad a la hipótesis de un golpe contra Casado. Es cuanto Teodoro traslada en los corrillos y los susurros, entre otras razones porque es más agradable denunciar la transgresión de un complot perfecto —la subversión de Ayuso, el libro de Cayetana, la hostilidad de las baronías— que admitir la torpeza y el autoritarismo con que se dirige el partido. De existir un golpe, solo puede entenderse en el sentido de un autogolpe. Más todavía cuando ha sido Pablo Casado quien exterioriza la fragilidad y quien ha disparado la popularidad de Ayuso a fuerza de convertirla en adversaria, exactamente como hizo Pedro Sánchez. La aclamaron en Sevilla más que a nadie. Y aprovechó ella misma para reclamar el autogobierno de las autonomías sin necesidad de postularse al colchón de la Moncloa.
Pablo Casado no cree con demasiada fe en su victoria ni se observa a sí mismo como heredero de Sánchez. Parece demostrarlo la torpeza con que malogra la velocidad de sus gregarios. Recela de ellos. Y han podido darle motivos de insumisión y ambiciones inconfesables, pero ni los unos ni las otras amenazan su candidatura a las generales, ni siquiera cuando el PP obtendría mejor resultado con cualquiera de las alternativas del banquillo.
El empeño con que Pablo Casado trata de controlar el aparato y las directrices que represalian a los colegas ‘subversivos’ parecen subrayar una estrategia preventiva respecto a la derrota en las generales. Casado quiere ser presidente… del PP, incluso desempeñarlo a título vitalicio.
El planteamiento desenfoca el objetivo monclovense. Y subestima el valor catártico de una victoria a tiro de piedra. La principal oposición del PP no es el PSOE, o sea, el antagonista convencional, sino el PP mismo. Y no solo por la exposición de las cañerías, de los clanes, de las conspiraciones, sino porque cuesta trabajo creer que Pablo Casado pueda gobernar España cuando no puede gobernar su partido. Y porque la alternativa a Sánchez no puede consistir únicamente en el antisanchismo de los votantes.