Iñaki Unzueta-El Correo

  • Sánchez no parece consciente de las consecuencias no deseadas de sus acciones: desencadenará una dinámica que no podrá controlar

«El mal se reviste con el aspecto del bien para aquel a quien un dios empuja a la perdición; entonces sus días no están por mucho tiempo al abrigo de la desgracia» (Sófocles)

La democracia no tiene un fundamento extrasocial. Ese es el caso del régimen teocrático en el que la fuente de la ley escapa a la acción humana o el del régimen totalitario donde la ley emana de una verdad sustantiva. Se trata de regímenes heterónomos que se asientan sobre bases trascendentes donde el pueblo no es la fuente de la ley. En un régimen teocrático la ley emana de Dios, y en el comunista, de las verdades sustantivas del materialismo histórico y dialéctico. Por el contrario, un régimen democrático se caracteriza por la autonomía; esto es, porque la soberanía recae en el ‘démos’, la comunidad de ciudadanos iguales ante la ley (‘isonomí’).

Sin embargo, la democracia es un régimen trágico. En un sistema totalitario los límites de la acción política están marcados por el comité central o por Dios. En un régimen democrático, como dice Castoriadis, «el pueblo ‘puede’ hacer cualquier cosa y debe saber que ‘no debe’ hacer cualquier cosa». La otra cara de la democracia es la ‘hybris’, el riesgo hacia el exceso que constantemente la acecha. Por ello, aunque la democracia es el régimen de la libertad, debe ser también el régimen de la autocontención, de la autolimitación.

El riesgo histórico de la democracia es que la ‘hybris’ del pueblo y/o de sus dirigentes la transformen en un régimen iliberal. La transgresión de la ley no es ‘hybris’, sino un delito tipificado. Aunque Castoriadis enmarcaba sus reflexiones en un contexto de democracia directa, su interpretación de ‘hybris’ goza de plena actualidad: «Ausencia de normas fijas, fundamental imprecisión de los puntos de referencia últimos de nuestras acciones (…) y tiene lugar cuando se traspasan límites que no se encuentran definidos en ninguna parte».

Probablemente, ‘Antígona’ de Sófocles (441 a.C.) sea la obra que mejor ejemplifica la dimensión política de la tragedia. Edipo, cuando sabe que en una reyerta fortuita mató a su padre y posteriormente se casó con su madre, Yocasta, con la que tuvo dos hijos (Eteocles y Polinices) y dos hijas (Ismena y Antígona), aterrado por lo acontecido, se saca los ojos y andrajoso y anciano se retira a Colono en las afueras de Atenas. Con Edipo desterrado, el reino de Tebas se lo disputan Eteocles y Polinices. Este último, ayudado por caudillos enemigos ataca Tebas y en la séptima puerta se enfrenta a Eteocles con el resultado de que ambos fallecen en la disputa.

De esa suerte, el reino de Tebas pasa a Creonte, hermano de Yocasta, que decide enterrar con honores a Eteocles y dejar al traidor Polinices sin sepultura y que su alma vague eternamente sin encontrar nunca reposo. Antígona, apelando a la ley divina para que Polinices tenga un digno enterramiento, se enfrenta a Creonte, pero éste la encierra en una cueva. Finalmente, Antígona se suicida y con ella también su hermana Ismena y su prometido Hemón.

Una interpretación extendida de ‘Antígona’ la considera un libelo contra la ley humana y en favor de la ley divina, un conflicto entre familia y Estado, donde Antígona, una mujer heroica y pura, se enfrenta a un obstinado y autoritario Creonte. Sin embargo, la tragedia asoló Tebas porque los dos, Creonte y Antígona, se aferraron a sus propias razones: ‘monos phronein’. Para los griegos enterrar a los muertos era también una ley humana y defender a su país de los enemigos también una ley divina. Por eso, los versos del coro elogian al hombre capaz de entretejer las leyes del país y la justicia de los dioses. Los versos lo que ensalzan es el ‘phronein’, la prudencia ante la desmesura de los hombres excesivamente orgullosos que no tienen en cuenta los argumentos de los otros.

La cuestión central que plantea ‘Antígona’ es la ‘hybris’ del gobernante arrogante. Plantea la tragedia que desencadena el gobernante inflexible e intolerante que envuelve sus argumentos en motivaciones nobles y piadosas. Sófocles reclama, en consecuencia, la necesidad del gobernante prudente que practica la ‘phrónesis’, entreteje acuerdos y conduce a la autolimitación del individuo y de la comunidad política.

Para nuestra desgracia, Pedro Sánchez es un híbrido de Polinices y Creonte: un amoral Polinices, un ensoberbecido Creonte. Como Polinices, tiene de aliados a aquellos que se levantaron contra la Constitución y ampararon el terrorismo. Como Creonte, entregado al ‘monos phronein’, abre brechas, no logra entretejer ni llegar a acuerdos. Sánchez no parece ser consciente de las consecuencias no deseadas de sus acciones. No es prudente porque previsiblemente desencadenará una dinámica social que luego no podrá controlar. Decretada una amnistía instrumental, admitida la existencia de minorías nacionales, reconocida la figura del relator que otorga una dimensión internacional a un preterido conflicto y, finalmente, si tiene lugar una consulta, aunque no fuera vinculante, se estarían colocando las bases sociales para el surgimiento de nuevos conflictos y enfrentamientos.