JON JUARISTI-ABC

  • O de cómo alcanzar la ataraxia, en un mundo secularizado, mediante la observación de la política

En 1999, a las puertas del nuevo milenio, Umberto Eco produjo un texto formidable: ‘Cómo prepararse serenamente a la muerte’. Que lo consideraba uno de sus grandes pequeños artículos lo demuestra el hecho de que lo citara por extenso en otro de 2004 (‘Sobre los inconvenientes y ventajas de la muerte’). Se trata de un diálogo imaginario entre Sócrates y Critón, en el que aquel sostiene que, para morir sereno, hay que convencerse –no en la juventud, pues se caería en un desaconsejable nihilismo– de que el mundo está lleno de imbéciles (‘coglioni’, escribe Eco en el original italiano, y por gilipollas se traduce en la versión española de 2007). Lo de imbéciles es interpretación de otro filósofo italiano, Maurizio Ferraris, que ofrece una síntesis de la tesis del Sócrates de Eco en los siguientes términos: «Pero con el paso del tiempo es preciso prepararse, hay que aprender a morir y comprender que es realmente cierto que el mundo está lleno de imbéciles, o más bien que todos lo son, incluso nosotros. La despedida será más ligera».

El artículo de Eco y el breve tratado de Ferraris sobre la imbecilidad (‘La imbecilidad es cosa seria’, de 2016, publicado en España dos años después por Alianza) podrían formar parte de una pequeña biblioteca posmoderna sobre el tema, a la que pertenecerían también, por derecho propio, dos excelentes ensayos anteriores: ‘La Bêtise’, de André Glucksmann (de 1985, con versión española de 1997 en Península, bajo el título de ‘La estupidez’) y el mucho más conocido ‘Allegro ma non troppo’, del historiador Carlo M. Cipolla, aparecido en 1988 y cuya traducción española (en Crítica, 1991) conserva el título musical en italiano.

En 1997 rescaté una miniatura estupenda de Sabino Arana Goiri (‘Apuntes íntimos’, de 1884), en la que desarrollaba una fórmula matemática que, a su juicio, servía para demostrar un teorema propio: «Son muchos los ignorantes, muchos más los tontos, algunos los que saben, muy pocos los que descubren saber». No se incluía Arana explícitamente en ninguno de estos grupos, pero del sentido general del texto se infiere que, en su fuero interno, se adscribía al tercero o al cuarto. Era por entonces muy joven, y es comprensible que ni se le ocurriera el corolario universal del Sócrates imaginado por Eco.

No hay constancia de que llegara siquiera a intuirlo antes de su prematura muerte, a los treinta y ocho años, para la que no debió de contar con otra preparación que los tradicionales artes ‘bene moriendi’ de la Iglesia, que todavía hacían la despedida más ligera a muchos ignorantes, tontos y sabios. Ahora ya no es posible para tantos como entonces, pero a todos se nos depara la ocasión, hasta las elecciones del 23 de julio, de hacer un curso rápido de serenidad socrática. Basta con observar el panorama. Incluyéndonos en el mismo, por supuesto.