Mikel Buesa-La Razón
- No basta con manejar conceptos vacíos y rimbombantes; hay que poner dinero e incentivar a las empresas de armamento
Al comienzo de esta semana, Galo Nuño expuso en los Cursos de Verano del CEU en El Escorial las estimaciones del Banco de España con respecto a los multiplicadores del gasto en defensa. Señaló así que, cuando ese gasto se refiere a la retribución de los militares o a sus consumos intermedios –alimentación, vestimenta, combustibles y otros suministros–, su influencia en el crecimiento del PIB es muy pequeña; pero si se trata de inversiones en instalaciones y sistemas de armas, entonces puede llegar a ser equivalente al gasto realizado siempre que esos bienes se hayan producido por la industria nacional y con tecnología propia. De ahí que sea importante el desarrollo de ambas, producción y técnica. Y también que el gasto militar tenga un importante componente industrial, no como ocurre en España donde apenas llega al veinte por ciento del total.
Tal vez por esto, el Gobierno se ha echado atrás en su afán de suprimir las relaciones con Israel en estas materias, tal como ha documentado en los últimos días al concretar la manera como el gasto español va a llegar al 2,1 por ciento del PIB. Para justificarlo, ha apelado al concepto de «autonomía estratégica», eso sí, sin entrar en detalles sobre su significado, pues acepta que, en determinados terrenos –lanzacohetes, designadores laser, comunicaciones y misiles– es necesario depender de la tecnología y el capital israelí para lograrla. Toda una paradoja que pone de manifiesto que los devaneos de nuestra política exterior, producto de la ignorancia y la obstinación, dejan al país al albur de unas relaciones inestables que pudieran conducir al fracaso. Y también señala un voluntarismo que no se compadece con la realidad tecnológica de España, pues tal autonomía sólo podrá alcanzarse a partir de una fuerte intensificación del gasto en I+D relacionado con la defensa. Para esto, no basta con manejar conceptos vacíos y rimbombantes; hay que poner dinero e incentivar a las empresas de armamento para desarrollar un aprendizaje tecnológico a partir de los conocimientos externos, de modo que encuentren la vía para superar técnicamente lo que ahora les llega desde Israel. Pero me temo que, con tanta improvisación, no esté el horno para bollos y que al Gobierno le baste con disimular sus contradicciones.