Editorial, EL CORREO, 7/10/12
La llama independentista dificulta las soluciones que afiancen el autogobierno
El Estado autonómico está sometido a tensiones de sentido contrario que amenazan con empujar la actual organización territorial de España a una crisis de imposible salida. Por una parte, el proceso autonómico ha sido puesto en solfa a causa de las tendencias centrípetas que exigen una revisión a la baja del marco competencial del que disponen las comunidades, alegando que la descentralización encarece los costes del Estado y explica en gran medida las dificultades financieras por las que atraviesa el país. Por la otra, esa misma crisis ha generado una reacción centrífuga en las nacionalidades históricas, especialmente en Cataluña y en menor medida en Euskadi, que se basa en el supuesto de que su engarce en España representa un lastre de cara a su desarrollo económico y social. Tal divergencia de posturas, que se alimentan mutuamente, pone en entredicho una salida de conciliación de inquietudes y aspiraciones. El discutido reparto del déficit público y la dilación en la evaluación y deseable adecuación del vigente sistema de financiación autonómica introducen, además, una situación perniciosa de bloqueo respecto a problemas que tienen solución. Tres décadas después de que la fórmula autonómica se generalizara para el conjunto de las nacionalidades y regiones españolas sería injusto extraer conclusiones negativas en cuanto a su desarrollo, que ha propiciado el mayor progreso e igualdad para todos los españoles en toda la historia. Los excesos y defectos que la crisis financiera ha sacado a la luz, especialmente en el funcionamiento de algunas autonomías, no invalidan el modelo sino que invitan a perfeccionarlo. De ahí que la propuesta de reversión del proceso de transferencias no tenga otro fundamento que el oportunismo político. La hipótesis de que una España más centralizada hubiese resultado más eficiente y menos propensa al crecimiento en falso es tan poco creíble como imposible de demostrar. Sin embargo, está claro que el desafío principal al que se enfrenta la España autonómica es la llama independentista que ha prendido en Cataluña, no solo porque la mera eventualidad de la ruptura cuestiona la entereza de un Estado miembro de la UE y desconcierta al resto de los españoles, sino porque dificulta sobremanera la búsqueda de soluciones que afiancen el futuro de los autogobiernos en una realidad política ineludiblemente compleja.
Editorial, EL CORREO, 7/10/12