KEPA AULESTIA, EL CORREO – 14/02/15
· Todos los partidos tienden a realzar la eficacia de su estructura jerárquica sobre la democracia participativa y plural.
La defenestración de Tomás Gómez por parte de Pedro Sánchez ha corroborado que en el PSOE eso de las primarias no pertenece al cielo de los principios, sino que forma parte de la tierra de los oportunismos. Con el ‘socialismo de mañana’ Sánchez se jactó de que su formación política pasaba a ser modélica para el conjunto del sistema de partidos. Las primarias, abiertas también para los simpatizantes, fueron un signo de distinción que interpelaba a las demás fuerzas. Se acabó la venta. Porque las inclemencias del tiempo han demostrado que el invento sirve solo para despertar el interés del público, concediendo un plus de notoriedad al vencedor –léase, a Pedro Sánchez tras superar a Eduardo Madina–. A partir de ahí vienen las salvedades
Como cuando la presentación de alguien respaldado sin fisuras por el ‘aparato’ disuade a otros posibles aspirantes. O cuando el resultado final no satisface plenamente a las instancias superiores, que se mueven en la confidencialidad de encuestas fantasma o interpretadas a su gusto, y tampoco entusiasma a una base militante que, en caso de conflicto interno, se orienta con una brújula cuya aguja tiembla durante unas horas para señalar finalmente la opción ganadora. Nada resulta más atractivo que la aparición de un ‘candidato milagro’. Aunque vaya acompañado de la ‘fórmula Simancas’, de nombrarlo mediante «la interpretación del sentir de los militantes».
Los ciudadanos pueden objetar confusión en cuanto a las promesas electorales que les presentan los partidos, sobre su rigor o su viabilidad. Pero por lo menos no podrán quejarse del desnudo total al que están procediendo en su vida íntima. Hay modelos que se presentan con mayor franqueza. Por ejemplo, el del PNV. A nadie se le ocurre postularse para un cargo, sea interno o sea institucional, y son muchos los jeltzales que esperan ansiosos su momento –o su turno– para que el ‘buru batzar’ correspondiente se fije en ellos y les proponga a la consideración de las bases. El partido es infalible en sus decisiones. Nada puede ser más justo que su designio para las aspiraciones de sus integrantes: pone a cada uno en su sitio. Por lo que nadie osa rebelarse por creerse relegado. En el PNV se aprende a sobrellevar las decepciones y a esperar esa oportunidad que a veces nunca llega. Pero es lo que hay, y nadie puede llamarse a engaño. Algunas peripecias, como la disputa en 2003 entre Josu Jon Imaz y Joseba Egibar para la presidencia del EBB, tienden a fortalecer un modelo sin concesiones.
Por su parte, el PP de Rajoy es irrepetible. Es el resultado de lo que al líder le costó legitimarse al frente del partido tras su nombramiento a dedo por José María Aznar. Librarse de la tutela de éste y librarse, al mismo tiempo, de quienes le discutían su posición ha dado como resultado una organización que no solo espera a que la autoridad suprema se pronuncie sobre la nominación de sus cargos internos e institucionales, sino que ha aprendido a ensalzar la parsimonia con que Mariano Rajoy procede cuando algo le da especial pereza.
Solo las secciones más irrelevantes del Partido Popular están a salvo de ese dirigismo de ‘dejarlo a poder ser para otro día’. Pero, al mismo tiempo, que Génova dé rienda suelta a alguna organización territorial para que adelante la designación de sus candidatos representa un desdoro, porque indica que no forma parte del núcleo de interés del Partido con mayúscula. El PP del País Vasco se ha visto en el límite entre la consideración y la irrelevancia. Lo que ha generado vanidades por un lado y antídotos por el otro.
El último puesto registrado en el mercado electoral lo ocupa Podemos, el ‘partido de los inscritos’. Este fin de semana se conocerán los nombres de las personas elegidas para encarnar su proyección autonómica en toda España. Se sabrá qué porcentaje de sus ‘inscritos’ ha participado en su elección y el apoyo con el que cuenta cada dirigente territorial, tanto respecto a las aún incipientes bases de la formación como en cuanto a su afinidad o sus diferencias en relación al liderazgo de Pablo Iglesias y a la corriente ‘Claro que Podemos’.
Éste último ha desvelado sin complejos el secreto que por pudor guardan todos los partidos. El gobierno de las formaciones dispuestas a competir electoralmente ha de regirse por criterios de «eficacia» antes que por postulados de «pluralidad». El objetivo es la conquista del poder, y todo medio que distraiga al partido que lo pretenda en consideraciones que se desvíen de la meta a alcanzar ha de ser desechado por contrario al fin último. Según esa tesis, si el eurodiputado Pablo Echenique es proclamado secretario general de Podemos en Aragón la nueva formación estaría dando un rodeo inútil para ganar cuanto antes.
Cuando las diferencias en el seno de un partido son inconfesables, las lealtades personales acaban en nada. Las influencias fácticas o fingidas se desvanecen de un día para otro, y los supuestos rebeldes tienden a rendir pleitesía al ‘Príncipe’. El partido no deja de ser una propiedad privada de quien en cada momento posee la llave de acceso a sus atribuciones, como es la presentación de candidatos a las instituciones. Y en ocasiones son sus anteriores propietarios los que regresan para constituir, por ejemplo, una gestora o lo que se tercie.
Pero hay algo que esta semana ha resultado especialmente llamativo: la necesidad que los líderes cuestionados tienen o sienten de dar ‘golpes de autoridad’. Los ha dado Rajoy, y muchos, mirando hacia otro lado. Lo ha dado Pedro Sánchez asumiendo más riesgos que en el programa de Jesús Calleja. Lo ha dado Arantza Quiroga con una decisión muy personal. Y un día de estos veremos a Pablo Iglesias amenazando con dimitir de todo si todo no se aviene a sus planes.
KEPA AULESTIA, EL CORREO – 14/02/15