JON JUARISTI-ABC

  • La asunción responsable del riesgo presidió la vida de Nicolás Redondo Urbieta, uno de los grandes aventureros cuerdos de la España contemporánea

Acababa de morir Franco. Recién salido de la universidad, enseñaba yo en un colegio religioso y militaba en la Liga Comunista Revolucionaria, o sea, en el troskismo ortodoxo. Siguiendo la estrategia ‘entrista’ de dicho grupúsculo, me afilié a la FETE (Federación de Trabajadores de la Enseñanza) de la UGT. Por ahí debo de guardar todavía el rutilante carnet, donde se proclamaba la intención de socializar los medios de producción, nada menos.

A Ramón Rubial lo había conocido en el 72, en la cárcel de Basauri. A Nicolás Redondo Urbieta lo vi por vez primera en un mitin del 76. No lo traté por entonces. En cualquier caso, me alegro de que mi brevísima experiencia sindical transcurriera a la sombra de ambos. Mucho después, por invitación expresa de Nicolás, tuve el honor de apadrinarlo, el 12 diciembre de 2001, en su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia (en el mismo acto, Manuel Vázquez Montalbán hizo lo propio con Marcelino Camacho).

En la laudatio de Nicolás mencioné que éste pertenecía a la generación de mis padres, nacidos ambos en 1925. Nicolás era dos años menor que ellos (y coetáneo estricto de Joseph Ratzinger). No había cumplido los diez cuando salió del puerto de Bilbao entre los cientos de niños evacuados en la primavera de 1937 para ponerlos a salvo de los bombardeos de la aviación alemana. Como mi madre, fue acogido en la Francia de Blum, la del Frente Popular: Nicolás, en Tolón; mi madre y su hermana, en Ajain (la Creuse). La infancia de uno y otras se cerró, pues, con sabor de aventura en medio de la tragedia española y en vísperas de la última tragedia europea. Volvieron, con mucho que contar, a un pequeño mundo, el de la Ría de Bilbao, donde ya estaba prohibido contar las historias de los derrotados.

Un impulso ético de aventura guió desde entonces la trayectoria vital de Nicolás Redondo Urbieta. La lucha por la libertad política y sindical supuso para él eso, una gran aventura compuesta de muchas aventuras cotidianas, de clandestinidad y detenciones y confinamientos. Él mismo lo declararía así en el último texto que escribió. El párrafo final de una carta definitiva y definitoria, fechada el 23 de julio de 2020 y dirigida a la jueza argentina Romilda Severini, en defensa de su antiguo adversario y, ya a esas alturas, viejo amigo Rodolfo Martín Villa:

«Los que combatimos la dictadura franquista encontramos compañeros de aventura en personas como Rodolfo Martín Villa. Fue un tiempo compartido que hemos dejado en herencia a los españoles sin necesidad de ningún testamento y lo hicimos unidos en las diferencias, con objetivos compartidos. De aquella aventura política nació la España de 1978 y agradecimientos y amistades que perdurarán hasta el fin de nuestras vidas».

Cómo no va a ser tu gente.