Kepa Aulestia-El Correo

El ejercicio de la política describe siempre un movimiento pendular entre la polarización y la búsqueda de la centralidad. El ideal partidario es poder simultanear ambas opciones, defendiendo al mismo tiempo la exclusiva de determinada identidad ideológica y su presentación como opción ampliamente mayoritaria. De ahí que el péndulo partidario oscila en ocasiones varias veces al día. Entre la polarización y la centralidad que, a semejante cadencia, convierte la segunda en pura simulación. Alberto Núñez Feijóo presenta los acuerdos de su partido con Vox como fruto de la necesidad aritmética para acabar con el sanchismo. Pedro Sánchez simula prescindir de sus socios para anunciar que el PSOE seguirá gobernando tras el 23-J.

El panorama de bloques polarizados hace que los dos principales partidos, PSOE y PP, atiendan más a los requerimientos de sus extremos que al interés común de los ciudadanos. El hecho de que ninguno de los dos alcance la mayoría absoluta hace que recurran a la versión más radicalizada de la socialdemocracia o a la más reaccionaria del conservadurismo. Dando lugar a una paradoja. El bipartidismo imperfecto anterior a la fragmentación parlamentaria iniciada en 2015 ofrecía más oportunidades a la centralidad que la segmentación -atenuada actualmente- del arco parlamentario. El partido que lograba la entonces posible mayoría absoluta miraba hacia el otro lado del eje ideológico con cierta naturalidad. Mientras que la segmentación polarizada del arco partidario hace que los principales partidos se den la espalda entre sí para enrocarse junto a las formaciones a su izquierda en el caso del PSOE y a su derecha en el del PP.

Cada escrutinio electoral acaba mostrando que ningún partido totaliza los anhelos y expectativas que albergan los ciudadanos. De manera que, tras el recuento de votos, todos ellos cuentan con razones sobradas para modificar sus programas. Lo que ocurre es que el partido que sale de las urnas con opciones de gobernar no lo hace para enmendar o matizar aquellos postulados o decisiones políticas que considere hayan podido quedar en entredicho en las urnas, sino para asegurarse la mayoría necesaria con aquella formación que se la garantice mediante un trueque de propuestas que desatienden a la otra mitad del arco parlamentario.

Tras el 23-J el péndulo partidario oscilará hacia la centralidad sólo si el PSOE o el PP obtienen mayoría absoluta. De lo contrario -que es lo más probable- ese espacio de equilibrio quedará huérfano, y cualquiera que sea el candidato con posibilidades de lograr la investidura estará obligado a ofrecer una coalición de gobierno que subraye el carácter izquierdista o derechista de su destino. De tal forma que lo que ocurra volverá a consagrar la polarización y la política ideológica como las únicas respuestas de éxito en España. A la espera de que el voto útil conceda otra vez la mayoría absoluta a un solo partido, que será denostado por ello.