IGNACIO CAMACHO-ABC
- Entre esta España política y la de 1986 media la misma distancia que entre el discurso de Armengol y el de Peces-Barba
La diferencia entre la España (política) de 1986 y la de hoy es la que media entre el discurso de Gregorio Peces-Barba en el juramento del Príncipe Felipe y el de Francina Armengol ante la Princesa Leonor. Entre aquella alocución pedagógica de robusto énfasis constitucionalista y esta ramplona proclama ‘woke’, adornada con citas de poetas mediocres en lenguas vernáculas, sin una sola referencia al papel, que no ya a la importancia, de la monarquía parlamentaria. Lo que Armengol pronunció podría servir de exordio a la investidura del líder que la ha puesto en un cargo que le viene tan grande como estrecho le queda al país el programa ideológico desgranado al socaire de un protagonismo inapropiado y cargante. Hay otra distancia epocal apreciable en la propia composición de las Cámaras actuales, pobladas de tristes funcionarios de partido cuya grisura y sectarismo se hace patente en la pésima calidad técnica de los textos legislativos. Hace 37 años estaban en las Cortes los diputados del Partido Comunista y los presidentes autonómicos de Cataluña y el País Vasco, ausentes ayer en mezquina proclamación de su credo republicano. El deterioro del sentido institucionalista es el rasgo esencial de este tiempo de signos aciagos, aunque por fortuna aún sobrevive intacto un protocolo escenográfico –el baldaquino, los chaqués, la escolta de coraceros a caballo, las salvas de artillería, los batallones de honor, la capital decorada, los vítores de los ciudadanos– suficiente para convertir la ocasión en un potente ejercicio de propaganda de Estado.
Porque Estado hay, pese a los intentos de desmantelarlo a que venimos asistiendo en los últimos años. Y hay Rey, un Rey responsable y sensato, comprometido con la Constitución y el régimen de libertades que promovió, ay, su padre Juan Carlos. Un Rey capaz de ganarse la legitimidad, la autoridad moral y el liderazgo por encima de una clase dirigente y hasta de un Gobierno empeñados en achicarle los espacios. Y hay desde ayer una heredera de la Corona en condiciones de afrontar las obligaciones que ha jurado. Y hay instituciones representativas que mal que bien encarnan los contrapesos democráticos bajo la presión invasiva de un poder cesáreo. Lo que falta es formalidad política, voluntad de encuentro cívico, espíritu de servicio, pensamiento de luces largas, compromiso con la idea de nación como proyecto colectivo. Falta lo que demostró Peces-Barba: altura de miras, conciencia histórica, claridad de juicio. Recién cumplida la mayoría de edad, la Princesa de Asturias ha pedido a los españoles que confíen en ella. Eso no es difícil viendo cómo ha sido educada desde su nacimiento para convertirse en Reina. El problema consiste en confiar en quienes desprecian sus propias promesas. En quienes carecen de escrúpulos para aliarse con los enemigos del sistema y retuercen la ley para destruir la convivencia.