- No la querían. Ahora le suplican. La lideresa madrileña se suma a la campaña de Mañueco para frenar la declinante deriva. Sánchez se disfraza de centrista y el PP apuesta por la derecha
«No saben ni votar y quieren gobernar España». Este es el resumen de las redes sanchistas, entre divertidas y aliviadas tras el show de la Carrera de San Jerónimo. Se le puede dar mil vueltas al fatídico momento en el que el diputado Casero apretó el maldito botón nuclear. Se puede agitar esos sustantivos eufónicos como ‘pucherazo’, ‘cacicada’, «robo», ‘fraude democrático’. Se puede escrutar el reglamento de la Cámara, trasnochado y estéril.
Se puede recurrir al Constitucional, que resolverá el caso cuando el hijo de Casado tenga barba. Se puede acusar de ilegal e indigna la actuación de Batet, más chica de los recados del PSOE que defensora de la integridad del Legislativo. Lo que está claro es que la batalla más importante que se ha librado en la actual legislatura, incluida la de los Presupuestos, la ha ganado Pedro Sánchez. Un triunfo agónico, ilegal, a los puntos, de carambola, in extremis, con ‘mangazo’. Lo que se quiera. Pero una victoria.
De tan pasmosa sesión, emerge muy tocada la presidenta del Congreso, incapaz de anunciar a la primera el resultado de la votación y enfangada en las trampas del voto del diputado atontado. Sale más que hundida Yolanda Díaz, impotente de cuajar su acuerdo por la izquierda. Totalmente dinamitada la UPN, un partido imprescindible en Navarra y ahora en shock. Muy perjudicado el propio PP que, en lugar de rematar en la portería contraria, sólo y sin portero, metió la pelotita en su propio portal. Dañada, también, la maldita reforma, una ley decisiva para la recuperación económica que ya es un guiñapo. Ni siquiera cabe mención sobre el efecto tóxico en la credibilidad de los políticos. Y finalmente, lo más grave, el impacto abrasador sobre la fiabilidad de una de las instituciones clave del edificio constitucional, quizás ya irrecuperable.
Lo cierto es que el artefacto Frankenstein no servía para este envite y recurrió, vía Bolaños, al moderantismo centrista de Ciudadanos, dispuestos siempre a apoyar al poder a cambio de un cuartillo de relevancia
Sánchez ha ganado una vez más la partida. Cierto que cada vez le cuesta más armar sus mayorías. Ahora son ‘trasversales’ y hasta ‘centristas’, como cacarean algunos letristas del régimen. Lo cierto es que el artefacto Frankenstein no servía para este envite y recurrió, vía Bolaños, al moderantismo equilibrista de Ciudadanos, siempre dispuestos a apoyar el poder a cambio de una cuartillo de relevancia. Es el drama del náufrago, que se aferra a cualquier posibilidad de mantenerse a flote aunque sea una colilla.
A la espera de una solución a los recursos legales sobre la cacicada de Meritxel que han interpuesto tanto el PP como Vox, Sánchez ya está en otra, ya ha pasado página de la reformilla laboral y se ha instalado en la siguiente pantalla, que no es Castilla y León sino Andalucía, todos los focos hacia el sur, pero en la distancia. La apuesta está brava, la derrota sociata, cantada, pero hay una posibilidad de que la izquierda recupere el aliento.
Moncloa procederá a rescatar del baúl de su argumentario la letanía costrosa de la ultraderecha, aderezada con una cuantas gotitas de pederastas con sotana y el brillo resplandeciente de los dineros de Bruselas
En el momento en que se produzca la inevitable fusión entre el PP y Vox en la Junta con sede en Valladolid, Moncloa procederá a rescatar del baúl de su argumentario la letanía costrosa del fascismo y la ultraderecha, aderezada con una cuantas gotitas de pederastas con sotana y el brillo resplandeciente de los dineros de Bruselas, que van llegando pero nadie sabe adónde. Para darle la vuelta a este previsible escenario, Génova debería asumir con humildad la doctrina que acaba de instaurar el menguante Mañueco en su campaña: Que venga Ayuso!. Y para allá ha salido la lideresa, enfundada en su mono rojo de motorista de Marvel (sublime imagen en el rebautizo del circuito del Jarama-Madrid) la baza más directa y eficaz para que los populares puedan afrontar las urnas sin demasiado pavor.
Celosa de su tirón y de su garra, la dirección del partido la había colocado tan un sólo día en los carteles castellanos. Ahora, Mañueco la ha encomendado cuatro mítines. «Sin ella, esto no levanta el vuelo», reconocía uno de los muñidores de la campaña. Madrid está de moda, va como un tiro, desata envidias y recelos, pero también es receptora de adhesiones. Supera en dos puntos el PIB de Cataluña (hace veinte años era de 6,5 a la inversa), más empleo, más radicación de empresas (le ley del Marcado Abierto que acaba de aprobar), más inversión, más operadores en actividad, menos burocracia, mayor presencia internacional… Ahora, un plan de natalidad, capital mundial del deporte, de la Cultura…
Ahora que Sánchez se disfraza de centrista, el PP nacional ha de ser tan liberal, desacomplejado y de derechas como en Madrid. En su mano tiene la baza del triunfo
«Madrid es el lugar para emprender, aquí están las mejores incubadoras de empresas, nos han abierto todas las puertas, hay ambiente para crear, impulsar proyectos y negocios». Palabras de Giulia Achioni (23, italo-española) e Irina Ghearghi (24, rumano-española), con estudios, títulos y másteres en universidades de media Europa, que han registrado la idea que acabará con la necesidad de la tarjeta SIM en los móviles, según reciente reportaje de El Mundo. Los fondos de inversión y empresas del sector se disputan a estas dos jóvenes. Ellas han elegido Madrid.
Como Mañueco. La lideresa se suma al esfuerzo por mantener a Castilla y León lejos de las garras de Tudankamón. Y por sacudirle otra puñada a Sánchez en la quijada. La demoscopia vaticina nubarrones y tormentas para el PP. Bien fácil lo tiene Casado. Si pretende un resultado tranquilo el 13-F, potente en Andalucía, reforzado en las municipales de 2023 y victorioso en las generales, ya sabe lo que tiene que hacer. Ahora que Sánchez se disfraza de centrista, el PP nacional ha de ser tan liberal, firme, desacomplejado y de derechas como en Madrid. Tiene en su mano la baza del triunfo. Tiene al alcance la foto de la victoria, siempre con Ayuso al frente y compañía, bien sea Almeida, Feijóo, Bonilla… No hay otro sendero para darle al sanchismo, malherido y vacilante, el penúltimo empujón hacia el precipicio. Casado tiene que demostrar que el PP sabe votar (incluso vía telemática) y sabe gobernar España.