- A pesar de que le sobra histrionismo, el presidente argentino tiene el valor de proponer una alternativa a la enfermedad izquierdista que machacó a su país
Si viene a Madrid el presidente turco Erdogan, de ramalazo autocrático, y se le da trato VIP, ni una queja. Si viene el líder del Partido Comunista Chino, el mayor autócrata del orbe, alfombra roja, adulación máxima y, por supuesto, ni un pero. Si viene un sátrapa de algún sultanato árabe, donde tienen a las mujeres todavía bajo la bota, ningún problema. Si viene el exguerrillero colombiano Petro, de pasado más negro que una mina de carbón, todos felices.
Pero si llega Javier Milei, un mandatario liberal elegido libremente por su pueblo… ¡horror!, ¡vade retro ante tan peligroso «ultra»! Y si encima se reúne con la presidenta madrileña y ella le concede una distinción del Ejecutivo regional, histeria absoluta: la izquierda a punto de quemarse a lo bonzo como protesta.
Sin embargo, algunos locos pensamos que Ayuso hace bien en dar una buena acogida a El Loco, por dos motivos: porque es un modo de recomponer las importantes relaciones fraternas con Argentina que Sánchez se ha empecinado en averiar y porque es justo reconocer el mérito de un mandatario que se atreve a confrontar con la izquierda, que había creado un problema endémico en un país riquísimo, al que sumió en una inflación del 140 % y con el 40 % de la población en la miseria.
El barniz de la socialdemocracia impregna hoy casi todo. El Gobierno de Rajoy se movía en la práctica en esos parámetros y partidos de oposición como PP y Vox son también estatalistas. Pero la historia es tozuda y nos demuestra que cada vez que se abre la economía y se vira hacia tesis liberales resulta –¡oh asombro!– que el pulso del país mejora. Le ocurrió a Franco. En cuanto aparcó el error autárquico y se puso en manos de los tecnócratas del aperturismo económico, España despegó como un cohete (y de verdad, no como el que vende el régimen sanchista). González por su parte desarrolló una política socialdemócrata light, lejos de los excesos de la extrema izquierda que hoy nos gobierna (si llega al poder, probablemente el PP de Feijóo, que no es liberal, hará algo parecido). Fue con Aznar cuando se hizo por fin un intento de cierto liberalismo, y de nuevo España dio un estirón. Ahora hemos vuelto al socialismo y llegará la amarga resaca.
A Milei le sobra histrionismo populista: la sierra mécanica, los lemas acabados en «carajo»… Pero tiene una clarísima mirada liberal, que algunos consideramos adecuada, sobre todo visto el legado de mediocridad y a veces de pobreza rampante que deja la multifracasada vía socialista. Además, rechaza también la deprimente subcultura de la muerte de la izquierda.
«Poco más se requiere para llevar a un Estado al más alto grado de opulencia desde el más bajo barbarismo que paz, unos impuestos cómodos y una tolerable administración de justicia; todo lo demás llegará con el curso natural», concluía sensatamente Adam Smith. Y Milei y Ayuso, el primero más que la segunda, abrazan esas ideas. La pasta tiene que estar preferentemente en el bolsillo de quien la gana, no en la zarpa extractiva del Estado. Hay que dar libertad a las personas, para que el esfuerzo y el talento tengan pista de despegue. El Estado, mejor pequeño y poco intrusivo. Lo «público» no se paga con maná que cae del cielo, lo abonamos todos con nuestros impuestos. Ir trampeando a golpe de deuda es una forma de dopaje, y además resulta inmoral, pues compromete a las generaciones futuras, endosándoles una losa que ellas no han elegido.
La alternativa a esa propuesta liberal ya la conocen: una fiscalidad confiscatoria, persecución de Hacienda a «los ricos» –categoría en que se acaba incluyendo a la clase media–, prédica del rencor de clase, trabas regulatorias de todo tipo, el esfuerzo y el mérito despreciados como lacras conservadores y una alergia instintiva a la libertad, pues es mejor alquilar nuestras vidas a la tutela y patrocinio de un Estado omnipresente.
La izquierda «quiere que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre», advirtía con gran ojo el liberal francés Constant de Rebecque. Políticos como Milei y Ayuso tienen la osadía de plantarse contra la pegajosa ideología de un «progresismo» regresivo, victimista y rencoroso, que todavía lastra a muchos países.
Así que, Isabel, por mi, que vivo feliz en Madrid, como si quieres invitar al Loco a dar las campanadas de Fin de Año. Milei puede tener éxito o no, pero al menos supone un intento franco de revertir un inmenso fracaso: el socialismo.