La pregunta acerca de que dónde estaba Dios cuando sucedían los horrores perpetrados por los nazis no tiene una única respuesta. Incluso para quienes lo sufrieron o sus deudos. Yo siempre añadí mi estupor ante la inacción del pueblo judío, que se dejaba transportar en aquellos mil veces malditos trenes de la muerte hacia los campos de exterminio. Pero un día, un rabino amigo mío me dijo que el judío prefirió morir como un mártir, que vivir como un asesino. Es un concepto que me convulsionó tanto espiritual como vitalmente. No querían vivir como asesinos.
Es importante subrayar esto. Yo recordé – este rabino es alemán – el viejo refrán que dice Lieber ein Ende mit Schrecken, als Schrecken ohne Ende, es mejor un final con terror que un terror sin fin. Mi amigo, propietario de una vasta biblioteca, cogió un volumen de mi admirado Gerard de Nerval y, abriéndolo por una página que tenía marcada, leyó en voz alta “¿Qué es lo que llamáis mundo? Un centenar de personas entre quienes os figuráis que sois algo; el círculo estrecho en el que giráis. Salid de él y veréis que para los muchos millones que restan de vuestros semejantes es como si no existierais”.
He ahí el mal: la soledad de quien se sabe víctima y sabe la indiferencia ante su martirio. Es por eso que estos tiempos convulsos en los que se ataca a Israel con saña rayana en lo bestial, se hace imprescindible demostrarle al pueblo hebreo que su dolor es también el nuestro, que sus asesinados, sus inocentes niños, sus jóvenes, sus caídos, son también nuestros.
De ahí que el gesto de la presidenta Ayuso visitando el campo de exterminio de Auschwitz cobre una relevancia especial, especialmente por la forma en la que lo ha hecho. Humildemente, sin séquitos ni alharacas, de manera sincera, sintiendo ese dolor al que hacía alusión. Puedo imaginar el estremecimiento experimentado por Ayuso al pisar aquel lugar y sentir en lo más hondo lo que tuvieron que padecer millones de seres humanos cuyo único pecado era ser judíos.
El pogromo más inimaginable vivido en la historia de la humanidad tiene ahí su memento mori para que quienes ahora existimos sepamos que hemos contraído una deuda con los que allí fueron torturados, explotados, gaseados y, finalmente, incinerados. Los nazis y todos los que todavía en la actualidad pretenden hacernos olvidar la Shoah saben que el grito del mártir no ha de desaparecer jamás de la conciencia de quienes amamos la vida. No es en vano que la religión judía experimente a Dios más como escucha que como contemplación.
Ayuso seria, silenciosa, respetuosa, meditativa. Es la gran diferencia entre los dirigentes políticos actuales. Hay quienes se pierden en el coro ululante de consignas preñadas de rabia asesina
Es ese sonido el que nos ayuda a ser conscientes que el griterío del Mal debe quedar apagado por los llantos de sus víctimas. Es en ese sonido donde reside la divinidad que portamos y debe esparcirse hasta hacer desaparecer las voces que proclaman a gritos su odio.
Ayuso seria, silenciosa, respetuosa, meditativa. Es la gran diferencia entre los dirigentes políticos actuales. Hay quienes se pierden en el coro ululante de consignas preñadas de rabia asesina, mientras otros, como la presidenta de Madrid, se recogen en un silencio que no es en modo alguno cómplice. Ese silencio alberga la más potente de las voces, porque es activo, demostrativo, empático.
El silencio en el que encontrar la voz de Dios, que es tanto como decir encontrar consuelo, bondad, paz. Cuando me enfadé con Dios al morir mi padre – yo tenía dieciséis años – yo le preguntaba el porqué y no escuchaba nada. Más tarde, un sacerdote me dijo que era justamente en ese silencio donde se encontraba el Todopoderoso.
Ayuso lo comprende a la perfección y yo, modestamente, le doy las gracias desde aquí, así como al pueblo hebreo por su enorme lección de vida. Shalom.