JOSÉ MARÍA LASSALLE-EL PAÍS

  • La presidenta de la Comunidad de Madrid ha ofrecido respuestas muy simples que han seducido a la mayoría. Ha dibujado un marco de guerra cultural que ha justificado la polarización

Lo sucedido en Madrid tiene una protagonista: Ayuso. En este apellido se condensa el resultado de las elecciones y, asociadas a él, las causas y las consecuencias de un fenómeno político que inaugura una nueva época. No solo en Madrid sino en el resto del país también. Con Ayuso, sin nombre, ni primer apellido, ni siglas detrás, y con una campaña electoral basada en la polaridad “Comunismo o libertad”, arranca la Novísima Política. Un fenómeno que inicia una segunda etapa de la Nueva Política que brotó del 15-M y la irrupción electoral de Podemos y Ciudadanos. Digo que es una segunda etapa porque no rompe con la anterior, sino que la hace evolucionar. De hecho, acelera y modifica los procesos populistas que liberó la primera, aunque los resignifica y les dota de nuevos contenidos.

De ahí que el efecto que la victoria de Ayuso tendrá sobre el futuro de la política nacional es evidente. No solo porque provoca la salida de la primera fila partidista de Pablo Iglesias, sino porque sitúa a Ciudadanos en una crisis de viabilidad partidista, constata la fortaleza telúrica de Vox y, sobre todo, evidencia que la izquierda moderada tiene por delante una búsqueda de sentido después del sorpasso de Más Madrid sobre el PSOE.

La intersección de todos estos efectos pasa por la centralidad protagonista de la figura de Ayuso, que se ha convertido en un icono que encarna el epicentro del seísmo electoral del 4 de mayo. Un seísmo que debilita a corto plazo la imagen y credibilidad del Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, y compromete la estrategia de las políticas con las que Pedro Sánchez ha gestionado la pandemia. No hay que olvidar que el líder socialista decidió confrontarse inicialmente con Ayuso y aceptar una rivalidad que ahora le pasa factura.

Con todo, lo sucedido el pasado martes plantea la irrupción de un fenómeno político que transforma el marco de la relación de fuerzas electorales e, incluso, los complejos equilibrios de la geopolítica interterritorial surgidos tras la crisis catalana, provocada por el intento independentista del 1 de octubre de 2017. Algo que merecería un análisis detallado pero que está detrás, sin duda, de una parte significativa de las pulsiones emocionales que han acompañado las dinámicas de pertenencia que ha activado el discurso identitario de Ayuso. Hablamos de un fenómeno de hiperliderazgo personalista que disuelve las intermediaciones partidistas, y sustituye definitivamente el bipartidismo por una polarización de bloques que, en el caso del liderado por Ayuso, establece una complementariedad de roles que convergen en la consecución de una mayoría en apariencia irresistible.

De hecho, Ayuso ha logrado recomponer la mayoría que obtuvo el PP de Esperanza Aguirre en 2007. Algo que ha sucedido a pesar de aumentar ahora la participación electoral de entonces en 9 puntos porcentuales. Así, en 2007 el PP alcanzó el 53,29 % de los votos, mientras que el PSOE e IU sumaron el 42,3 %. Resultado que después del 15-M, la crisis de 2008 y la irrupción de la Nueva Política con Podemos y Ciudadanos, la moción de censura y el cambio de liderazgo en el PP asediado por la corrupción, se ha repetido miméticamente en 2021, aunque dentro de una dinámica de bloques fuertemente polarizada. Ayuso ha logrado el 44,7 % de los votos que, sumados con Vox (9,1%), le proporcionan el 53,8 %. Por su parte, la izquierda en su conjunto ha obtenido el 41,1 %, dividiéndose en tres y siendo la primera fuerza el único partido que no está sentado en el Gobierno de coalición nacional, Más Madrid, que ha ganado un 17 % del apoyo ciudadano, mientras que el PSOE se ha quedado con un 16,9 % y Unidas Podemos con un 7,2 %.

¿Cuáles son las causas que están detrás de la victoria aplastante de Ayuso el pasado martes? Sin duda en ella misma y, además, en el diseño de una gestión regional de la pandemia que, a partir de un relato estructurado basado en percepciones a flor de piel, ha sabido operar en tiempo real sobre las incertidumbres y angustias colectivas de una sociedad dislocada por la crisis sanitaria y económica. Para ello, Ayuso ha ofrecido respuestas muy simples que han seducido a la mayoría de una sociedad propicia a ellas después de 26 años de gobiernos ininterrumpidos del Partido Popular. Ha dibujado un marco de guerra cultural que ha justificado la polarización y ha trabajado el terreno de las emociones de una derecha sociológica, que vive atrapada por una multiplicidad de malestares económicos y sociales asociados por el miedo de las clases medias a perder su estatus económico y su influencia política después de la crisis de 2008.

Hablamos, por tanto, de un cuadro que recuerda mucho al que acompañó la emergencia del fenómeno del Tea Party en 2008 tras la crisis financiera de ese año y la derrota de los republicanos en Estados Unidos. Un fenómeno ideológico de agitación emocional basada en percepciones que han ido impulsando una nostalgia de orden y autoridad, asentada sobre la amenaza disolvente de una izquierda que no ha sido capaz de anteponer un discurso socialdemócrata renovado que fuese más allá de un tecnicismo de Bruselas desconectado de los cambios ideológicos que afectan a la nueva mentalidad progresista que se impulsa desde Europa y que, en la campaña madrileña, ha sabido liderar Más Madrid.

De ahí que esa nostalgia, parecida a la que movilizó Trump con su “Make America Great Again”, se haya inoculado con habilidad en una sociedad de clases medias precarizadas y deseosas de que retorne una prosperidad que asocian al imaginario de emprendimiento y esfuerzo con bajos impuestos, tan querido por el Tea Party. Esta es la razón por la que la Novísima Política ha situado definitivamente como eje de acción el populismo, aunque pivotando sobre un hiperliderazgo que ha disuelto las siglas partidistas, y ha apostado por la complementariedad de mensajes dentro del bloque electoral de la derecha antes mencionado. Un fenómeno complejo de equilibrios que replica incipientemente el proyecto de la derecha alternativa norteamericana, aunque sin revestir los toques iliberales y autoritarios que luego fueron normalizados durante el mandato de Trump. En fin, un proyecto ideológico que se sustenta sobre un hiperliderazgo sin contrapesos partidistas, que busca la prosperidad a toda costa mediante una politización del Mercado como un absoluto virtuoso del que pende la estabilidad del proyecto político que busca restaurar la Arcadia madrileña de 2007.

José María Lassalle fue secretario de Estado de Cultura entre 2011 y 2016 y de Agenda Digital, entre 2016 y 2018 y es autor de El liberalismo herido (Arpa)