Cristian Campos -El Español

 
Sólo hay una pregunta interesante en esa batalla del Abismo de Helm pepero que enfrenta a Génova con Isabel Díaz Ayuso y Pablo Motos se la hizo durante su entrevista en El Hormiguero: «¿Por qué la dirección del PP le considera un peligro, señora presidenta?».

La pregunta era, más que fácil, autoconclusiva, y a Motos se le notaron además los colores en este derbi. Pero sólo a un simplón se le pasaría por alto la moraleja: para los españoles, Casado es el agresor y Ayuso la víctima. Punto por tanto para Miguel Ángel Rodríguez y su habilidad para imponer los marcos comunicativos que más le convienen a la presidenta madrileña.

La respuesta concreta a la pregunta la habían dado pocos minutos antes los espectadores del plató al cantarle «presidenta» a Ayuso cuando esta entró en escena. Porque ahí toda España entendió que lo que esos espectadores le estaban coreando a Ayuso no era «presidenta de la Comunidad», que sería una obviedad un poco mendruga, sino «presidenta del Gobierno».

Y he ahí la explicación de por qué Génova considera a Ayuso un peligro.

El resto fue banal. No está El Hormiguero diseñado para las entrevistas a fondo o la caza mayor (todas las preguntas de Motos, incluida la de «¿por qué Feijóo puede ser presidente de la Comunidad y del partido, y usted no?», podrían haber ser respondidas por Ayuso con un «eso me pregunto yo, querido Pablo») y la presidenta madrileña solventó el trámite con su repóker ideológico habitual.

El primero, la defensa de la libertad. El segundo, la bajada de impuestos. El tercero, la defensa de la empresa y de las clases medias. El cuarto, pie en pared contra los ataques a Madrid por parte del Gobierno, de la izquierda y del nacionalismo.

Pero, sobre todo, el Santo Grial de Ayuso: su exhibicionista despliegue de naturalidad. Ese salto Produnova de la comunicación política que Ayuso borda como nadie en este país, pero que en manos de otros políticos (pongamos por caso Miguel Ángel Revilla o José Antonio Labordeta) ha acabado generando monstruos. Es decir, gente de esa que va por España regalando anchoas, gruñidos y tautologías aldeanas a ciudadanos desprevenidos que sólo quieren que el campechano de las narices deje de asomar por su televisión de una santa vez.

No es ese sin embargo el caso de Ayuso.

Uno se pregunta qué canción le habrían puesto los productores de El Hormiguero a Pablo Casado para acompañar su entrada en el plató (Ayuso lo hizo a los sones del Personal Jesus de Depeche Mode: la sutileza no es el fuerte de El Hormiguero y menos con aquellos entrevistados que le caen bien a Motos).

Porque de Ayuso se conoce mucho, y entre ese mucho su afición por Depeche Mode. De Pedro Sánchez se conoce su pantagruélico narcisismo. De Santiago Abascal, que fuma puros y monta a caballo. De Yolanda Díaz, que quiere ser la primera comisaria del Politburó de la Moncloa patrocinada por Prada. De Pablo Iglesias, su resentimiento adolescente y su escasa capacidad de trabajo.

Pero ¿qué sabemos de Pablo Casado, el hombre sin aristas, sin aficiones y sin pasiones? Es probable que no haya otro político español tan leído como él. Pero ¿lo sabe algún español? ¿Por qué sigue siendo visto como alguien intrascendente cuando es, de largo, el candidato más preparado para presidir España de todos los que se enfrentarán en las elecciones de 2023? ¿Por qué no es aclamado por las turbamultas, como Ayuso, sino simplemente felicitado por sus simpatizantes?

El secreto del éxito de Ayuso está ahí para todo el que quiera verlo. Cuando la presidenta le dijo a Motos que le gusta salir de cañas, cualquiera se la pudo imaginar en una terraza de Ponzano. Eso lo dice, por poner un ejemplo, Albert Rivera, y suena como Mark Zuckerberg fingiendo sentimientos con el objetivo de absorber almas humanas y confinarlas en su metaverso.

Cuando Ayuso explicó que su padre murió de demencia se entendió, vaya si se entendió, esa crueldad, tan socialdemócrata, de los que desde la Moncloa (ella citó explícitamente a Iván Redondo) propagaron la idea de que estaba loca con la ayuda de algún que otro ejecutor de Génova y de las muchas cavernas mediáticas socialistas. Esas para las que las mujeres de derechas son sólo el pretexto que les permite desplegar su machismo más cuñado («IDA» la llamaron Juan José Millás y una tal Concostrina) sin miedo al reproche social de los suyos.

Dice Montano que Ayuso funciona. «Eso es todo: funciona. Del mismo modo que Casado no funciona. ¿Pero estaría preparada para ser presidenta del Gobierno? ¡Ni de coña! Eso sí, un poquito más que Sánchez desde luego. Y sin sus socios».

Ayuso juega en casa en El Hormiguero. El problema, más que para el PSOE, para Génova, es que esa casa crece día a día mientras la del PP nacional mengua a ojos vista. Y sólo hay que echarle un vistazo a los sondeos publicados estos últimos días por, entre otros medios, este, para darse cuenta de que Ayuso no es Cristina Cifuentes y ni siquiera Esperanza Aguirre.

No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo y Ayuso es una idea. La primera que brota en la derecha desde que José María Aznar abandonó la presidencia en 2004.