Encontrar unas buenas patatas bravas en Barcelona es empeño tan arduo como frenar a Óscar Puente cuando arranca la embestida. No son muy de tapas ni barras. Apenas frecuentan el boquerón en vinagre y patinan con entusiasmo cuando intentan la croqueta. Son más aficionados al entrepà, o sea, el bocadillo, a ser posible de jamón con tomaquet.
A su paso por Sarrià, este lunes, quisieron agasajar a Isabel Díaz Ayuso con un amago de tapeo y la embocaron hacia el Tomás, la excepción brava de la ciudad, un local algo desprolijo, habitualmente alborotado, atentos camareros y una devoción suprema por este tubérculo al que le ha consagrado su casi siglo de existencia y que presenta con aceite picante y alioli, lo que puede sonar a blasfemia para algunos paladares. Cualquier ventajista traería a colación el Docamar de los altos de calle Alcalá o el Caballero zamorano, pero no es el caso.
Allí que llevaron a la presidenta en su breve escala en la campaña catalana. A pleno corazón de Sarrià, barrio de clase media-alta, donde antaño brilló el estadio del Español, cuando aún iba con ‘eñe’, y donde pasaron unos años García Márquez y Vargas Llosa, casi pared con pared, calle Caponata y Osi, respectivamente, antes de emprenderla a trompadas. Allí está la plaza Artós, desde donde partieron, en octubre del 17, miles de jóvenes en peregrinación hacia el cuartel de la Guardia Civil de Travessera, que era hostigado por las turbas secesionistas en uno de los momentos más graves del procès. Artós quedó consagrada como el epicentro de la resistencia cívica y el símbolo de la lucha por la libertad. En esa plaza suele congregarse esa rara gente que persiste en la defensa del Estado de derecho y de la España de libres e iguales, a la que se le priva de elegir la lengua escolar de sus hijos, se le veta rotular sus negocios en español y se le hostiga profesional y civilmente por no plegarse a los dictados de la republiqueta totalitaria.
Comparte formas y estilos con Alejandro Fernández, que intenta cuadruplicar el número de escaños de un PP que fue arrasado por Vox, y por los votos, en los últimos comicios
Antes de aterrizar en el Tomás, Ayuso se dio un paseo por la zona, entre unánimes aplausos por parte de unos vecinos que no siempre acostumbran a mostrar sus ideas, ni siquiera en las urnas. Ofreció luego unas palabras, vibrantes como es seña de la casa, en las que transmitió entusiasmo y denunció ese ‘negocio corrupto’ que es el independentismo. La ‘nación catalana’, ya se sabe, se fundamenta en el tres per cent que denunció Maragall (luego se calló) instaurado por la familia Pujol, una banda de cuatreros de lo público que saquearon las arcas de la Generalitat y que permanecen aún a la espera de poner un pie en prisión. Sus herederos políticos no sólo dirigen la región sino que deciden el destino del Gobierno del Estado.
La lideresa madrileña es muy requerida por su partido toca ir a las urnas. Estuvo en Galicia con enorme éxito, también en el País Vasco, donde pinchó el candidato, y ahora en Cataluña, junto Alejandro Fernández, que intenta cuadruplicar el número de escaños de un PP que fue arrasado por Vox en los últimos comicios. Se trata de sobrevivir y, si acaso, de recuperar el tono perdido desde aquellos casi 18 y 19 escaños que lograran, respectivamente, Alejo Vidal-Quadras o Alicia Sánchez- Camacho.
Cataluña es el último reducto del sanchismo, desechado en el resto de España tanto las elecciones regionales y locales de mayo del 23 como en las generales de julio, en las que el PSOE ni siquiera superó al PP en feudos tan tradicionales como Asturias o Castilla la Mancha. Sólo en Sant Boi se aplaude a Sánchez con fruición, sólo en alguna calle del conurbano barcelonés puede pasearse sin temor al agravio. Su esposa, eso sí, ha de solicitar el cierre de Port Aventura para disfrutar con su hija en solitario del vértigo de Dragón Khan.
Nada menos que 19 escaños cosechó el PSC en julio para la saca de su líder. Le salvó el cuello. El resto de España, con la excepción vasca y navarra, le propinó un corte de mangas tan sonoro como estéril. Una estúpida ley electoral (que nadie modifica) y una ausencia absoluta de escrúpulos le permiten a Sánchez mantenerse en la Moncloa y hasta conjurarse consigo mismo para seguir hasta el 27.
La democracia perdió su oportunidad en Cataluña tras la victoria y defección de Ciudadanos. Se pudo y no se hizo. Revertir la situación, como clamaba Ayuso en su filípica barcelonesa, se antoja misión improbable
Hay dudas en Génova, como es costumbre, sobre si, en la contienda catalana, es preciso ofrecer un rostro amable o sacar los colmillos y lanzarse a degüello contra el separatismo y su amigo Illa. Elegir entre lo que Feijóo llama ‘el bilingüismo cordial» o la defensa drástica de los principios de la Constitución. La democracia perdió su oportunidad en Cataluña tras la victoria y defección de Ciudadanos. Se pudo y no se hizo. Revertir la situación, como clamaba Ayuso en su filípica barcelonesa, se antoja misión improbable. Una moral de derrota se ha instalado en las filas constitucionalistas, una especie de insuperable maldición. Stevenson: «Nuestra misión en la vida no es triunfar, sino seguir fracasando con entusiasmo y alegría».
Las elecciones de este domingo arrojarán una victoria secesionista. Gane quien gane, Illa, Aragonés, Puigdemont. Son lo mismo. Se habla de posible bloqueo de pactos y vuelta a las urnas. Es lo mismo. Dentro de seis meses volverán a aganar los secesionistas. Lo que ocurre en Cataluña es como el infierno de Chateaubriand, «la eterna recreación de un hecho, privado de toda posibilidad de convertirse en pasado». En el ‘petit pais‘ unos cuantos viven muy bien «ordeñando la vaca española desde hace siglos», dijo Sánchez Albornoz.
Ayuso carece de sensibilidad para la duda. No le agradan ni el buenismo ni las cesiones, los guiños o los abrazos con quienes pretenden liquidar lo que queda de esto. Tiene muy claro cuál es la única manera de rescatar a Cataluña de su penoso destino. ¡A las bravas! De Tomás o de Tomasa.