- Lo de mejorar o no el sueldo poco importa al que percibe ya en sus nalgas el roce del banquillo. La inmunidad, sí. La inmunidad a cualquier precio. Pagarla al coste de cabeza amiga, no es tan caro. Se hallará el trueque justo. ¿Es mafia? No, por favor, no digan cosas feas. Es política
La corrupción es indisociable de la política. En todo lugar, en todo sistema, en todo tiempo. Las palancas de las que puede hacer uso aquel que controla el Estado dan acceso a una red de laberintos exentos a supervisión o control. En los pocos modelos que buscan reducir eso, la división de poderes esboza un básico muro de contención. La ley, que los jueces aplican, tendría como primer objetivo, la codificación y vigilancia de esa natural tendencia al delito que tienta a quienes poseen una trama de mando colosal. Sin la autonomía judicial, el Estado no sería más que gigantesca mafia.
Cuando una mafia tiene que matar para salvarse, mata. Cuando tiene que secuestrar, secuestra. Cuando se le hace preciso torturar y enterrar en cal viva, nada le impedirá hacerlo. Así fue en los tiempos del GAL, en aquella prehistoria sobre la cual se extendía el manto de González. Más civilizada ahora, la mafia puede concentrarse en desplegar su juego favorito: robar. El acopio de dinero es mucho más productivo. Además, mancha menos. La sangre se borra de los trajes caros muy difícilmente.
Lo que está sucediendo ahora mismo en el sistema PSOE extremeño es una muestra de laboratorio. Médico. A cuyo análisis deberíamos dedicar el tiempo que merece. Porque, en las muestras de laboratorio, el atento espectador puede atisbar la quintaesencia de lo que a gran escala espera a todos. Es decir, le espera a él mismo, que es, al final, lo único que conmueve al atento espectador: saberse tan amenazado por la banda de delincuentes como pueda estarlo cualquier hijo de vecino.
Que el pariente cercano de un presidente de gobierno sea enchufado allá donde le dé la gana, no sorprende a nadie. Puede que los más jóvenes no recuerden cómo accedió la entonces esposa de Felipe González a la condición de diputada. A los más viejos, se nos olvidará muy difícilmente. Y todavía nos da mucha risa evocarlo. Seamos piadosos con los jubilados. Lo de ahora, no es que sea muy distinto.
¿Saltó Alias Azagra por encima de unos cuantos ingenuos que, con más mérito que él, aspiraban al puesto que era, por derecho fraternal, suyo? Eso atisba hoy la juez que instruye. Y lo procesa. ¿Pensó alguien, en su día, por encima de cuántos «compañeros» más cualificados saltó hacia la Carrera de San Jerónimo la esposa del presidente González? Sopesemos, no obstante, con serenidad los hechos. Ninguno de esos «compañeros» osó entonces decir ni mu: no andaba el talante del caudillo para llevarle la contraria. En esta ocasión, los perjudicados exigen su reparación ante la ley. Y el horizonte de don David Sánchez se ensombrece mucho más de lo previsto. Hasta ahí, todo normal. Sórdido. Como la política misma. Y normal.
Lo extraordinario ha sucedido luego. Súbitamente, un tal Miguel Ángel Gallardo, que oficiaba de presidente de la diputación provincial de Badajoz y de protector y amigo del presidencial hermano, se decide metamorfosearse en diputado autonómico. La crisálida se descubre mariposa. Para lograr esa mutación fue necesario proceder a un baile de recolocaciones y despidos de sacrificables peones, cuyo llanto y crujir de dientes llega hasta el corazón de la madrileña calle de Ferraz.
Un puñado de siervos ha tenido que ser recolocado. Alguno de ellos parece no muy contento con el trato recibido. Honni soit qui mal y pense, «avergüéncense los malpensados». No, no es que el honrado Gallardo busque mejorar sueldo. Nada de eso. La cosa va esta vez, no de la cuenta bancaria del jefecillo local, sino de las larguezas familiares del Jefe Supremo. A Gallardo –como a cualquier hijo de vecino– no le hace maldita la gracia acabar procesado y vete a saber si condenado a que incómoda cosa. Él, a fin de cuentas, no hizo más que lo que le fue exigido —¿por quién?, ¿es esa una pregunta?— a favor del eximio maestro Azagra: un puesto automático, un sueldo, mejor o peor, pero fijo, una discreción blindada acerca de las órdenes recibidas. ¿No merece acaso eso que se le retribuya con un firme blindaje ante los jueces?
No, lo de mejorar o no el sueldo poco importa al que percibe ya en sus nalgas el roce del banquillo. La inmunidad, sí. La inmunidad a cualquier precio. Pagarla al coste de cabeza amiga, no es tan caro. Se hallará el trueque justo. ¿Es mafia? No, por favor, no digan cosas feas. Es política.