- En esa época se escuchaba todo tipo de descalificaciones de José María Aznar en muchos medios de comunicación: que si era un «charlotín», que si no se podía poner en sus manos la representación de España ante las instituciones europeas… de todo, menos bonito
En estos días se escuchan, de nuevo, infinidad de críticas a Alberto Núñez Feijóo desde una parte de su electorado natural. No me refiero tanto a la crítica que se hace desde el entorno de Vox, quienes discrepan de su posición política en algunos frentes, como de la que se hace sobre su capacidad para hacer oposición desde muchos que le han votado.
Son demasiados los que te dicen que la victoria del Partido Popular en las elecciones europeas del 9 de junio sobre el PSOE por cuatro puntos de ventaja no sirve para nada porque el PSOE sigue en el poder con exactamente el mismo apoyo de la mayoría Frankenstein. Es lo que tiene: ganar en unas elecciones europeas no te lleva a cambiar el Gobierno cuando eres como Sánchez. Para eso hay que ser Macron, que no parece que sea parte de la fachosfera y todo indica que ha abierto el camino a la jefatura del Gobierno francés al partido de Marine Le Pen.
Pero en estos días he recordado mucho las elecciones europeas de 1994, hace treinta años. Entonces el Gobierno de Felipe González estaba sumido en unos casos de corrupción de enorme gravedad. Afectaban al Gobernador del Banco de España, al director general de la Guardia Civil, a la directora del Boletín Oficial del Estado, y tantos otros. Comparativamente unos casos de corrupción de mucha más gravedad que los que afronta Pedro Sánchez hoy, aunque los casos de hogaño caen mucho más cerca del inquilino de la Moncloa que los de 1994. Esa corrupción fue la que dio pie a Aznar a difundir su lema «¡Váyase, señor González!»
Aquellas elecciones europeas las ganó el PP de José María Aznar con una candidatura encabezada por Abel Matutes que se impuso a la del PSOE por diez puntos porcentuales. La mayor victoria del PP hasta entonces. ¿Qué ocurrió ante tan apabullante derrota? Pues que, como es lógico, siguió gobernando Felipe González, como corresponde a nuestro sistema democrático.
En esa época se escuchaba todo tipo de descalificaciones de José María Aznar en muchos medios de comunicación: que si era un «charlotín», que si no se podía poner en sus manos la representación de España ante las instituciones europeas… de todo, menos bonito. Llegaron las elecciones del 96 y Aznar ganó por la mínima: 1,16 puntos porcentuales y apenas 290.000 votos. Inmediatamente se empezó a hablar desde el PSOE de una dulce derrota y algunos jalearon la iniciativa editorial del grupo Prisa de que el candidato a la investidura no fuese Aznar si no otro relevante dirigente de su partido más aceptable para la oposición. Como quienes ahora promueven volver a descabezar el Partido Popular y sustituir a Núñez Feijóo por mi admirada Isabel Díaz Ayuso.
Reconózcanme que aquel escenario tiene demasiadas similitudes con el que hoy vivimos en España. Las críticas a Núñez Feijóo son constantes a pesar de que consigue ser el más votado, elección tras elección, con un voto frente al PSOE que está dividido. Algo que no ocurría en 1994 y 1996. A las críticas del Equipo Nacional de Opinión Sincronizada se suman las de esta derecha sin remedio y se unen ahora las de los que saben que la salida de Sánchez del poder es cuestión de vida o muerte para nuestra democracia, pero se pasan el día haciendo críticas más duras a Feijóo que al propio Sánchez. Demostrando que no tienen nada claro qué es lo prioritario.
El mayor reto de quienes creen que la democracia en España está al borde del precipicio es desalojar a Sánchez del poder a la brevedad posible. Y la vía para hacerlo no es la de despellejar al presidente del partido más votado. Quienes hacen eso fomentan la continuidad de Sánchez. Se mire como se mire.