LIBERTAD DIGITAL 18/05/15
JAVIER SOMALO
Algunos de los que se puedan estar planteando el voto a Ciudadanos –para el 24 de mayo o quizá ya para las generales– votarían sin titubeos, a toque de corneta, a un PP representado, auspiciado, alentado o refundado por José María Aznar. De hecho más de un flamante candidato de los reclutados por la formación de Rivera es aznarista o aguirrista, ex votante confeso y declarado admirador de aquellos de la foto de gobierno de 1996, Rato incluido. Los hay que incluso se plantearon y no consiguieron seguir a Santiago Abascal en la aventura de VOX.
Este viernes se produjo la ruptura. Parecía lógico que Aznar aceptara una agenda de campaña ajena a la de Rajoy para no dejarse embridar por los argumentos del PP martinezcastrista. Es verdad que no ha renunciado al partido del que es presidente de honor pero nunca ha escondido la crítica. Sin embargo, Aznar no colmó las expectativas en el primer acto de su particular libreto electoral y llamó de vuelta a los hijos pródigos sin ofrecerles nada a cambio. Algunos sostienen que dejó entornada la puerta al no mencionar a Rajoy y hablar de un «nuevo contrato», que en el aznarés polisémico puede ser mucho o nada. Se trataba del estreno, flojo pero con una pizca de intriga.
En el segundo acto, este mismo viernes, la sorpresa consistió en que José María Aznar aceptó la consigna de criticar a Ciudadanos y a Albert Rivera, en su estilo fáctico fácilmente reconocible, sin nombrar pero apuntando. Entonces, ¿qué sentido tenía apartar al expresidente y diseñarle una campaña underground si, en realidad, iba a compartir escenario con la oficialidad? En Génova parecen haber medido los riesgos de apearlo del cartel presidencial y obtener un posible beneficio colateral: en términos tácticos, se trataría conseguir el milagro del voto a nariz tapada que repare la fuga hacia Ciudadanos. La pregunta es si Aznar se ha prestado a esa estrategia.
Pues esta es sólo la mitad del problema. Si la cosa acabara aquí podría suceder que una parte de los indecisos, defraudados por el hecho de que Aznar también critique a Rivera, acudieran a Ciudadanos sin necesidad de examen de conciencia. El equilibrio del balancín en el centro-derecha auparía pues, a Rivera. Pero hete aquí que el mismo día, quizá a la misma hora, y también con circunloquios, Albert Rivera abrió fuego –todavía de baja intensidad– contra Aznar, «ese que se inventó que España va bien». No se atrevió a más, pero el escarceo puede ser interpretado como el inicio de unas hostilidades que sin duda afectarán más al joven que al veterano, un intocable incluso para los posibles votantes de Cuidadanos. Hay más gente apuntando los errores de Rivera que los del PP, sobradamente conocidos.
Y así como Mariano Rajoy huye de Aznar pero empieza a repartir la pesca en distintos caladeros, Susana Díaz huye de Pedro Sánchez –dentro de poco lo hará de sí misma– como si tuviera una orden de alejamiento. Y en su última incompatibilidad geográfica se ha producido un suceso que me ha llamado la atención. Como cuenta Ketty Garat, un grupo de prejubilados de la antigua Intelhorce decidió boicotear el paseíllo electoral de Pedro Sánchez por las calles malagueñas: «La Junta nos lleva a la indigencia», «La Junta no me devuelve mi dinero», rezaban las pancartas. Pero la Junta, en funciones, estaba huida en Asturias, a 1.000 kilómetros, para pasar el trago de la triple negación y que el chaparrón le cayera a Pedro. ¿Cómo es que a Susana Díaz no le han montado escrache los de Intelhorce? No deja de ser curioso.
Ignoro si estos detalles condicionarán resultados electorales o si lo que está pasando es que los periodistas nos empeñamos en sacar punta a palos que siempre acaban en la chimenea.
Pocas veces he visto la cosa menos clara. A este paso, puede ocurrir que el voto indeciso municipal y autonómico se quede en casa a ver la corrida desde la tele esperando la llegada de las elecciones generales. Falta saber lo que sucederá en Andalucía y si sucederá algo en Cataluña. Falta saber qué será del PSOE en julio. Faltan datos para votar en mayo. Lo mismo resulta que esta campaña sí que tiene un efecto en el votante, perverso, pero efecto al fin y al cabo.