ABC-IGNACIO CAMACHO
A Vox no es la autonomía andaluza lo que le interesa, sino convertirse en referencia nacional de la auténtica derecha
Ahora tiene dos vías de agua. A babor la de Ciudadanos, que ha visto la ocasión de centrar su perfil impostando carita de asco mientras se beneficia del trato sin mancharse las manos. Y a estribor la de Vox, que toca briosas melodías de conservadurismo bizarro. Por un flanco se le escapan electores jóvenes y moderados; por el otro pierde el respaldo de los sectores cansados de la sedicente supremacía ideológica de la izquierda y del separatismo identitario. Entre ambos, el posmarianismo se está quedando emparedado, constreñido en el achique de espacios, limitado al cada vez más estrecho margen de un liberalismo pragmático. Vox no necesita ser creíble porque en la fase de expansión le basta con apelar a la emocionalidad de los impulsos primarios, y a Cs le conviene distanciarse de la pugna por el voto de Don Pelayo. El proyecto naranja, por más que cierta derecha lo llegase a ver como alternativa recia de un PP demasiado blando, pasa por una oferta basculante capaz de cerrar acuerdos con cualquiera que asuma parte de su ideario.
En las elecciones territoriales va a haber sorpresas. A los de Casado les espera un sobresalto en plazas como Madrid o Valencia, donde muchos de sus antiguos simpatizantes están ansiosos de cambiar de papeleta. Y está por ver lo que suceda en Mellila o Ceuta, cuyo sentimiento de abandono puede haber encontrado la pista de aterrizaje perfecta. Como todo populismo, Vox ha abierto debates políticos y socioculturales que encandilan por su simpleza, y está, igual que Podemos hace cuatro años, en ese momento en que las críticas sólo aumentan su fortaleza. Por eso el pacto andaluz, con el PP obnubilado por la Presidencia, le ha servido de plataforma publicitaria para divulgar su estrategia. No es la Junta lo que le interesa, sino convertirse en la referencia de una cruzada contra la hegemonía moral de la izquierda.