EL CONFIDENCIAL 20/07/15
NACHO CARDERO
· Por mucho que se afane Artur Mas, la independencia no se encuentra entre las prioridades de los catalanes. Ya puede ir fusionando partidos y nombres, que los números para la mayoría no le salen
Tal vez por los calores estivales, los espectadores más jóvenes se mostraron en todo momento extasiados con el recital. Uno de ellos gritó en los estertores del mismo “I give you my heart” y le lanzó un corazón a la cantante neoyorquina. En vez de dirigirse al escenario, el globo se dio media vuelta hacia el palco de honor, justo donde se encontraba Mas. El president no cabía más en sí de gozo. Orgásmico.
Esta anécdota sirve para entender por qué Artur Mas, como reconoció ayer, no sueña ni en castellano ni en catalán, sino en inglés. Quiere imitar a Lady Gaga hasta en su dominio de la lengua de Shakespeare: «If you want to live the American dream, come to Catalonia» (Si quieres vivir el sueño americano, ven a Cataluña), suspiró en la clausura de la Convención Nacional de CDC.
El último disfraz del president es el de Raül Romeva, exeurodiputado de ICV, al que ha colocado como número uno en la lista única con la que concurrirá a las próximas elecciones autonómicas y al que muchos militantes clásicos de CiU, de esos que frecuentan el Palau, no saben cómo votar: si con una pinza en la nariz o escudándose en esos principios ‘dúctiles’ de los que hacía gala Groucho Marx. Desde el Govern se afanan en decir que las elecciones no son autonómicas, sino plebiscitarias, para evitar que esos chicos de Podemos (Catalunya en Comú) les saquen los colores el 27-S.
Por mucho que se afane Artur Mas, por mucho que le bisbiseen al oído, la independencia no se encuentra entre las prioridades de los catalanes. Ya puede ir fusionando partidos y nombres, que los números para la mayoría no le salen. La lista única no es sino un matrimonio de conveniencia, una unión artificial, una relación tóxica, que diría Lady Gaga (“Sabes que te deseo, y sabes que te necesito, lo quiero malo, tu mal amor” – Bad Romance).
El ágape previo al concierto fue cosa de Via Veneto, conocido restaurante barcelonés. De primero, ensalada de langostinos con textura de tomate; luego, rape a la romana con cogollos tibios, y de postre, helado ‘Las noches de Cap Roig’. Mucho VIP en la cena. Además de Artur Mas, escoltado por su guardia de corps secesionista, esto es, Jordi Vilajoana y Ferran Mascarell, también estuvieron representantes del mundo de la empresa.
De las finanzas, Gonzalo Gortázar, consejero delegado de CaixaBank, entidad que patrocina con éxito el festival. Del mundo de los medios, Carlos Godó, hijo del dueño de La Vanguardia. Empresarios independentistas, pocos. El más destacable, Jaume Roures, ya saben, ese otro señor experto en travestismo, que igual le monta una televisión a Zapatero que hace negocios con la Liga española y Telefónica.
El empresariado catalán se caracteriza por su incapacidad para afrontar conflictos. Es más de omertà y seguidismo al poder imperante. Se cansan, se olvidan, no quieren intervenir. Igual los medios de comunicación. Quizá temerosos de que les sigan quitando contratos, han empezado a conceder medallas y ‘semáforos verdes’ ora a Artur Mas, ora a los concejales de Ada Colau, a pesar de que la alcaldesa haya puesto en marcha una de las medidas más perniciosas para la ciudad como es la moratoria en la concesión de licencias hoteleras, una suspensión que paraliza la construcción de 48 hoteles y echa al traste la creación de 5.000 puestos de trabajo.
Muchos son los responsables de este silencio cómplice. Las miradas acusatorias se dirigen ahora a Miquel Valls Maseda, economista y presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Barcelona desde junio de 2002. En las últimas semanas, grandes empresarios le han llamado en un tono algo subido, casi irascible, para que haga algo, para que los defienda, para que se pronuncie, amenazándole incluso con borrarse de una organización que parece no representarlos. Algo similar ocurre en las diferentes patronales catalanas.
Nadie hace nada. Más bien al contrario, si hay que embutirse la camiseta independentista, véase Bartomeu en las elecciones del Camp Nou, pues uno se la embute. “No es política”, se excusaba el recién elegido presidente blaugrana. No, qué va, son torradas de butifarra. Lleva razón Jabois cuando dice eso de que el Barça, más que un club, es una confluencia.