DAVID GISTAU-El MUndo
No bromeo si digo que, durante la parálisis gubernamental, supe de gente que preparó el exilio
LOS argumentos políticos del último lustro están consumidos casi por completo. El «tren catalán», que recordaba al de Jon Voight en «Runaway Train», por fin impactó después de más de cinco años de tenernos, como apaches, con la oreja pegada a la vía. Ya sólo queda resolver qué medicación convendrá a Puigdemont cuando se convierta del todo en el primer loco que se creía Puigdemont y dar algunas instrucciones en las cárceles acerca del punto de cocción de las hamburguesas, ahora que hasta en McDonald’s contratan cocineros de postín para darles una coartada gastronómica apropiada para toda esta casta catalana que pasó por el soplete de Adriá al tiempo que fantaseaba con el puchero de Sierra Maestra: vivacs con carta de cócteles, ése habría sido su maquis.
El otro gran argumento a partir de la crisis, el de la emergencia social, el del discurso redentor, sanador por imposición de doctrina, que Podemos tratará ahora de rescatar porque es aquel en el que menos se le notan las carencias y las anacrónicas tendencias totalitarias, ha mitigado también su percepción dramática. Los reporteros del periodismo de «interés humano» tienen cada vez más dificultades para encontrar personajes dickensianos con el rostro tiznado que exponer en lo de Ferreras, y encima ha venido Carla Bruni a decirles que se dejen de dar la tabarra con lo social y se dediquen, como ella, a hacerle la rapsodia al amor, a ser posible no vestidos de tunos.
Mientras Podemos se va encerrando en la cuota de escaños comunista habitual, hay, por tanto, un gran argumento electoral que ha quedado invalidado. Ése según el cual sólo Rajoy era la alternativa al advenimiento de una horda frentepopulista que nos sacaría en plena noche de casa para meternos en camiones. No bromeo si digo que, durante la parálisis gubernamental, supe de gente que preparó su exilio y se buscó una casita en un país barato. Por no mencionar los renglones en los que el amigo Sostres concretó todo eso asegurando de forma literal que era votar a Rajoy o exponerse a morir asesinado en una checa. Lo curioso es que, ante esta encrucijada, todos necesitábamos tomarnos unos segundos para pensar la respuesta.
Después de asociar su vigencia a ese miedo en particular, casi resulta de una lógica narrativa que Rajoy se extinga al mismo tiempo que Iglesias. Se nutrieron el uno al otro y se agotan el uno al mismo tiempo que el otro. La curiosidad que uno tiene ahora consiste en saber cuáles serán los argumentos de urgencia política de la próxima década –una vez que el Leviatán deje amansada la revuelta catalana con sólo un carraspeo– y si el PP encontrará un modo de formar parte de ellos. Lo que se va perfilando pasa por trazar mustias, mercadotécnicas analogías con Macron, que ayer entró en una panadería, se quedó en éxtasis oliendo una «baguette» y, al salir, pidió que fuera ungida como materia patriótica. Agréguese la camiseta con rayas horizontales y la boina existencialista de pintar con caballete en Montmartre.