EL MUNDO 05/06/14
ARCADI ESPADA
HAY UN hombre en España contrario a la reforma de la Constitución. Yo mismo. Paul Johnson, el grande, dijo que había pocos privilegios comparables al de escribir una columna periodística. El privilegio se convierte en puramente medieval cuando el columnista, en lo más alto de su voluta, otea el paisaje y siente esa confortable soledad de la opinión, el álgido calorcillo. Sí, no hay la menor necesidad de reformar la Constitución. La reforma quieren hacerla los separatistas: una Constitución española que instaure un sujeto de soberanía catalán: una reforma de usar y tirar que les permita votar y largarse. Están en ello también los exóticos federales que quieren que la federación reconozca privilegios a determinados federados (blindajes les llaman, con su léxico de planchistas), y que la nueva Constitución instaure un indeciso derecho a decidir. Está Herrero de Miñón. Están, asimismo, los regeneracionistas, la sensatez de cuyas propuestas se diluye en cuanto pretenden elevarlas a la Carta Magna: y es que la regeneración no pertenece al ámbito de los principios (constitucionales), sino al ámbito de la acción (leyes). Y luego están esos chicos que quieren reformar la Constitución, pero sólo porque no la votaron: narcisos de la generación facebook, cuyo arsenal de autoatribuidos derechos se cuenta por terabytes. A estos gremios se han añadido en los últimos días los legitimistas: los que quieren una constitución reformada y votada para que el futuro Felipe VI tenga legitimidad popular. Iba a decir que son los más pintorescos, pero en realidad son los más ruines: porque comparan la Constitución española que hará rey a Felipe con los Principios del Movimiento (y aquel harakiri sin sangre) que hicieron rey a su padre. Yo no sé en qué cosas superará Felipe VI a su padre, aunque, sinceramente, me parece que en muchas. Pero si hay alguna en que lo supera, precisa e irrevocablemente, es en la legitimidad: a diferencia de Juan Carlos I, Felipe VI no será rey antes de la democracia sino durante. Sólo por estas razones de decencia ontológica apreciaría mucho que el joven Rey se desentendiera de cualquier complejo que pudieran inocularle. Es posible que la monarquía trajera nuestra democracia, pero lo que es seguro es que ha sido la democracia la que ha traído ahora su monarquía.
¿Reforma? Bah. Ruptura. Por eso quieren llamarla la segunda transición.