ABC 10/01/17
EDURNE URIARTE
· Cuando los Gobiernos democráticos acuerdan con los terroristas lo hacen porque no pueden vencerlos
TRES observadores de la ONU celebraron el fin de año bailando con terroristas de las FARC en uno de los campamentos de los criminales, imagino que llevados del entusiasmo mundial por la «paz» con esos asesinos a quienes llaman «guerrilleros» y que pronto estarán incluso en el Parlamento de Colombia. Y qué hay de malo en bailar con las celebradas «guerrilleras», por muchos asesinatos que hayan cometido, se deben de estar preguntando los observadores, sancionados hace unos días junto a su supervisor por una ONU igualmente entusiasta de los acuerdos con las bailarinas, a la que repentinamente le han entrado escrúpulos morales.
Y no lo digo porque no me haya parecido despreciable ese baile de los representantes de la ONU, sino por las contradicciones que evidencia este episodio, la sanción, quiero decir, que no el baile. La gran mayoría de la sociedad colombiana está indignada, como lo estaría la española ante un espectáculo semejante con etarras. Pero si el baile con las terroristas es rechazable y merece sanción, me pregunto cuál es la frontera moral entre ese baile y la escenificación del acuerdo con las FARC que hizo el presidente Santos en Cuba el pasado septiembre junto al dictador Castro; qué diferentes efectos ideológicos tienen las imágenes del baile respecto de las fotografías de aquel apretón de manos entre el presidente Santos, el dictador Castro y el gran jefe terrorista Rodrigo Londoño, alias «Timochenko»; o si legitima más a los terroristas el baile o la mano al sonriente y feliz Timochenko, que no cabía en sí de satisfacción en la terrible fotografía.
Para colmo de contradicciones morales y democráticas, fue el propio Gobierno de Santos el que pidió la sanción para los observadores, bien es cierto que por la indignación popular, porque imagino el bochorno del propio Santos con la petición. Y fue también el propio Gobierno colombiano el que pidió a la alcaldesa de Madrid el pasado diciembre la retirada de un cartel publicitario instalado en la Puerta del Sol sobre el narcotraficante Pablo Escobar y la serie sobre su vida. Ya saben, el cartel sobre la «Blanca Navidad». A mí también me produjo repugnancia ese humor negro, y más cuando pienso en la manera en que el cine y la televisión glorifican a este tipo de criminales.
Pablo Escobar, ese asesino que tan entretenido resulta en televisión, fue el jefe del cártel de Medellín y responsable de cientos de asesinatos, entre tantos y tantos, los del director del diario «El Espectador», Guillermo Cano, y del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, que denunciaron quién era Escobar cuando éste logró ser elegido diputado. Como para sentir profundo rechazo ante esos carteles publicitarios que entierran bajo el olvido y la frivolidad los crímenes de valerosos ciudadanos, periodistas, políticos, policías y militares que, como Cano y Lara, defendieron el Estado de Derecho.
El baile o la dificultad para diferenciar baile y apretón de manos. O Pablo Escobar y Timochenko. Y la evidencia de que de nada sirve manipular o adornar la realidad. Cuando los Gobiernos democráticos acuerdan con los terroristas lo hacen porque no pueden vencerlos, sencillamente. Si llaman «paz» o «justicia» a esos acuerdos, los representantes de la ONU acaban bailando con los terroristas y, por supuesto, Timochenko termina siendo el protagonista de una exitosa serie de TV. Me pregunto cuándo veremos el cartel publicitario en la Puerta de Sol y qué glamuroso actor lo encarnará.