José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 10/9/11
La sobreactuación de los nacionalistas vascos y catalanes resulta, por reiterada, inocua. Que el PNV saque a colación -fuera de todo contexto- la reclamación del derecho de autodeterminación de Euskadi, o que el portavoz parlamentario de CiU suba el diapasón dialectico (“choque de trenes”, “ruptura” y similares) y que el propio presidente de la Generalitat de Cataluña utilice expresiones tan pedestres como “no toquéis las narices al catalán”, no sólo demuestran que han rebrotado las fricciones en el Estado autonómico, sino que en el ámbito de esos nacionalistas se están produciendo fortísimas transformaciones.
Unos cambios internos que se disfrazan, otra vez, de conflicto con el Estado cuando, en realidad, son las cuadernas de todo el nacionalismo vasco las que crujen y es la transversalidad del catalanismo la que se resiente. De ahí que el embravecimiento verbal de los nacionalistas en el Congreso y fuera de él, tanto por la reforma constitucional que les ha marginado como por el innecesario incendio lingüístico en Cataluña, responda más a una maniobra de diversión de la opinión pública española y a una reposicionamiento en sus comunidades que a los inveterados agravios atribuibles al centralismo español.
Como ha escrito un analista tan solvente como Francesc-Marc Álvaro en La Vanguardia (La amenaza catalana) “no se puede amenazar si no se está dispuesto a llegar hasta el final (…) A raíz de las polémicas generadas (…) las declaraciones de los políticos catalanes (y también de algunos que no lo son) han cogido esa tonalidad incierta que pone en evidencia dos cosas: fatiga extrema y pérdida de confianza en los conductos habituales de contención (no resolución) de un conflicto que antes se denominaban ‘el problema catalán’. En todo caso, cuando la retórica de la amenaza domina el ambiente, la pregunta siempre es la misma: ¿qué hay de verdad en todo esto?”. El mismo autor sostiene que “ante las amenazas que emite periódicamente el catalanismo de manera reactiva, los poderes del Estado no se alarman mucho pero tampoco piensan que sea sólo un sofocón, como se dice a menudo”.
Uno de los problemas esenciales de los nacionalismos vasco y catalán es que su representación interior y estatal está fragmentada y la sobreactuación de las corrientes moderadas -CiU en Cataluña frente a ERC y el PNV en el País Vasco frente a Bildu- buscan aglutinar en torno a sus respectivas siglas elementos cuantitativos y cualitativos para lograr un inapelable hegemonía
En esta última reflexión está la clave de la cuestión: el Estado y el conjunto de la sociedad española se ha inmunizado ante la “amenaza” -expresión quizás excesiva- del catalanismo. Pero no sólo porque se haya reiterado, sino porque el catalanismo no es lo que era. Vive ahora la resaca de la frustración de un Estatuto que quedó demediado sin que las consecuencias pasasen de una manifestación importante el 10-J de 2010; observa cómo el PSC -la izquierda catalanista- está sumido en una crisis paralizante (“No es de recibo que la voz federalista del PSC siga amordaza en el Congreso a la vez que se le regala el monopolio de la representación de Cataluña a los conservadores de CiU y su nacionalismo instrumental”, escribía en El País Jordi Font, miembro de la corriente Nou Cicle del propio PSC) y contempla como el PP se proyecta en una alternativa electoral, si bien parcial pero con significativa cuota, para los ciudadanos españolistas de Cataluña. Y constata, por fin, que tanto la pluralidad en el ámbito del catalanismo como en la totalidad de la sociedad catalana, impide el denominado “choque de trenes” con El Estado.
Uno de los problemas esenciales de los nacionalismos vasco y catalán es que su representación interior y estatal está fragmentada y la sobreactuación de las corrientes moderadas -CiU en Cataluña frente a ERC y el PNV en el País Vasco frente a Bildu- buscan aglutinar en torno a sus respectivas siglas elementos cuantitativos y cualitativos para lograr un inapelable hegemonía. En las dos comunidades, curiosamente, se produce un pluripartidismo extraordinario que contrasta con el generalizado bipartidismo en todas las demás, con excepciones que no conectan con visiones soberanistas (el PAR en Aragón; UPN en Navarra; Coalición Canaria; Partido Regionalista en Cantabria; BNG en Galicia, FAC en Asturias…). Un pluripartidismo que no se ha reducido, sino que ha aumentado con el devenir democrático, de tal modo que, hoy por hoy, tanto Cataluña como el País Vasco es menos nacionalista que hace unos años.
Si en Cataluña la crisis del catalanismo -que responde a las limitaciones de la expansión electoral de CiU y al desnorte del PSC- está siendo explicitada por los propios catalanistas en términos de auténtica terapia colectiva, no ocurre lo mismo en el País Vasco. Allí, Bildu no constituye sólo una estrategia de la banda terrorista ETA -cosa evidente hasta para el menos perspicaz de los observadores-, sino también un desafío al PNV, al que disputa la primogenitura independentista-nacionalista con serias posibilidades de lograrlo.
El fracaso peneuvista
Los peneuvistas fracasaron ostensiblemente el 22-M en Álava y Guipúzcoa y los bildus les recluyeron en Vizcaya. Aprovechar la marginación del PNV en la reforma de la Constitución -en cuyo consenso inicial en 1978 no estuvieron y de la que han abjurado reiteradamente- para plantear en el Congreso el derecho de autodeterminación de Euskadi constituye un mensaje a los sectores nacionalistas y no a la opinión pública español ni, mucho menos, al propio Estado.
“Ni somos ni queremos ser el PSOE, pero nos interesa España”, acaba de declarar José Montilla, y Patxi López parece seguir en Ajuria Enea suficientemente cómodo con el apoyo del PP. Así las cosas, no es deseable en modo alguno que se renuncie a consensos posibles con PNV y CiU (especialmente con la federación nacionalista catalana, cuya trayectoria merece una consideración y valoración bien distinta a la de los nacionalistas vascos), pero la recesión europea, y ya prácticamente occidental, abre un nuevo ciclo político caracterizado por políticas globales de carácter socio-económico, incompatibles con la profundización de espacios autónomos de las políticas de Estado y supraestatales. Efectivamente, la reforma del artículo 135 de la Constitución enfila hacia ese objetivo. Entramos, en consecuencia, en otra época con reglas políticas diferentes que se suma así a la crisis de crecimiento de los nacionalismos en España, incluido el español si es que existiese (creo más en la existencia del patrioterismo que del nacionalismo hispano).
Si una aplastante mayoría de vascos y de catalanes quisieran la independencia de España, Euskadi y Cataluña serían independientes. No lo son porque no existen mayoritariamente identidades catalanas y vascas excluyentes y, más aún, porque está lejos de cualquier realidad el automatismo tópico según el cual ser vasco equivale a ser nacionalista y catalán a catalanista en cualquiera de sus versiones. La identidad como pertenencia a una comunidad cultural, política y social singular sigue vigente en Cataluña y País Vasco pero no es posible correlacionar ese sentimiento a una estandarizada identidad nacionalista. Vasco o catalán se puede ser en versiones identitarias e ideológicas muy variadas. Y los nacionalismos convencionales ya han dado de sí cuanto han podido en un régimen constitucional que ha absorbe la amenaza, la deglute y la devuelve en forma de cierta indiferencia.
Vuelvo a Francesc-Marc Álvaro y su artículo ‘La amenaza catalana’ que finaliza así: “Una cosa sí que sabe Madrid: mientras la amenaza catalana sea fragmentaria y de calentón, es fuego dominable, menor. Hay que transformar el espíritu del 10 de Julio de 2010 (día de la gran manifestación contra la sentencia del TC sobre el Estatuto catalán) en alta política. ¿Pido demasiado? No. Respeto demasiado a España para imaginarlo de otra manera”. Efectivamente: los nacionalistas han de optar por la alta política que esté a la altura de los tiempos, en sintonía con la realidad socio-electoral e ideológica de sus comunidades respectivas y ojo avizor de por dónde van los nuevos e imparables movimientos de gobernanza globalizadora.
Un baile de disfraces con mensajes inflamados más propios de las épocas iniciáticas de la democracia española, además de ineficaces, sumirán a los nacionalismos en un sentimiento de frustración que ningún español inteligente les desea. Deben enfrentarse a su propia realidad y no sortearla por enésima vez consolándose en la perversidad del “enemigo exterior”. Ese recurso ya no funciona.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 10/9/11