Bailes

Anasagasti, obviamente, es tan republicano como su padre o José Antonio Aguirre, o sea, nada. Lo que busca es una ocasión más para arremeter contra el Rey, su manía predilecta. Por otra parte, no tiene él la culpa del descrédito en que yace la memoria de la II República a ochenta años de su proclamación.

MÁS de una vez me he referido al blog en que el senador Anasagasti informa al país sobre su actividad político-gastronómica (intensa hasta el extremo de que muchos votantes del PNV creen, en su mala lengua castellana y peor vizcaína, que lo de senador va por las incontables cenas que engulle don Iñaki en batzokisy sidrerías, con el mínimo pretexto festivo o ceremonial). Lo que, al margen de que uno sienta envidia biológica ante una voracidad que no se rinde al galope desenfrenado de los años, explica que los colegas del senador Anasagasti, que arrastra una fama de gorrón probablemente injusta, le den esquinazo a partir de las siete de la tarde.

Se duele en tal sentido el senador de la frialdad con que el ministro Jáuregui recibió su reciente propuesta de organizar una conmemoración oficial de la proclamación de la II República, aprovechando la efemérides del jueves próximo. Quizá Jáuregui sintiera escalofríos con sólo imaginarse cantando el Himno de la Falta de Riego a coro con Anasagasti. Acaso juzgó improcedente gastarse un pastón en fastos no previstos en los presupuestos, toda vez que ya se le había agradecido suficientemente al PNV su apoyo a los mismos con la financiación millonaria de los proyectados museos vascos del Chacolí y del Carro Que Le Robaron, como para pagar ahora, de propina, el caprichillo de Anasagasti, máxime cuando se las ve y se las desea para meter mano a las dietas de los eurodiputados. Aunque yo creo que lo que verdaderamente motivó el vuelo y gambito a lo Nijinski de Ramón Jáuregui para escapar del requerimiento de Ana (si no Pavlova, Sagasti) fue el instintivo rechazo del consumado bailarín socialista, conocido en su juventud como el Fred Astaire de Rentería, a emparejarse otra vez con la más fea. Ya tuvo que hacerlo muchas veces en su época de vicelehendakaridel gobierno de Ardanza, para que ahora, ministro en vísperas de una apacible jubilación, le endosen más adefesios que los que le corresponden por cargo y encargo de su señorito, el Hombre Póstumo.

Y es que el arrebato republicano de Anasagasti huele a chamusquina. El PNV, huelga recordarlo, distó mucho de contarse entre los más firmes sostenedores del régimen del 14 de abril de 1931. No movió un dedo para traerlo, se alió con lo más antirrepublicano que encontró durante el período constituyente, esperó tres meses para decidirse a entrar en la guerra junto a la República y la traicionó abiertamente al pactar con los legionarios italianos en Santoña. Pasó el resto de la contienda intentando llegar a un acuerdo con los británicos para que éstos convirtieran el País Vasco en un protectorado, separándolo tanto de la España sublevada como de la leal. No es como para darse humos de republicanismo.

Anasagasti, obviamente, es tan republicano como su padre o José Antonio Aguirre, o sea, nada. Lo que busca es una ocasión más para arremeter contra el Rey, su manía predilecta. Por otra parte, no tiene él la culpa del descrédito en que yace la memoria de la II República a ochenta años de su proclamación. Eso se lo debemos todos al presidente Rodríguez, que ha conseguido por fin lo que buscaba. Que, de la República, sólo nos acordemos de su abuelo. Y bastante a menudo.

Jon Juaristi, ABC, 10/4/2011