Lorenzo Silva-El Correo
- No importa si el presidente fue sincero en su pausa o sólo se valió de una treta para variar el foco
Afinales de abril de 2024 el país entero contenía el aliento a la espera de lo que decidiera el líder del Ejecutivo tras anunciar que se estaba pensando su futuro. Conversando con un par de amigos, el uno periodista y el otro policía, se planteó, como en tantas otras conversaciones, un debate sobre lo que saldría de la meditación presidencial. El periodista y un servidor, a partir de ciertas señales anómalas -entre ellas, el desconcierto notorio de colaboradores cercanos del presidente- interpretábamos que no era imposible que acabara dando un paso al lado. El policía no lo veía ni de lejos. La conversación acabó desembocando en una apuesta, amistosa y sin mayor trascendencia. Cuando el lunes 29 se supo al fin lo que se supo, los dos perdedores felicitamos como corresponde -deportivamente- al ganador. Su respuesta fue casi automática: «Yo conozco mejor que vosotros a los…».
No voy a decir el sustantivo que empleó, es lo de menos. Tampoco son relevantes a estos efectos las identidades del resto de las personas implicadas en la apuesta. Lo que destaco es la claridad con la que alguien vio lo que los otros dos dejaron que les enturbiara la niebla circundante. Y tampoco importa si fue el presidente sincero en su pausa o solo se valió de una treta para variar el foco de modo frívolo y oportunista, como le imputan sus críticos. Lo cierto es que pudo despistarnos a muchos, e incluso despistarse a sí mismo, respecto de la posibilidad de irse; pero no a quien lo miraba con los ojos del que ha visto tantas veces a otro decir lo que no se corresponde con lo que luego es.
He recordado este momento leyendo ‘Tú bailas y yo disparo’, la primera novela del veterano y acreditado reportero de sucesos Manuel Marlasca: cuando el inspector Valle, curtido inspector de Homicidios, le dice a una joven compañera que el mal anida bajo cualquier envoltorio; por eso es tan difícil distinguir a quienes lo llevan dentro. Y, sin embargo, esa es justamente su tarea.
La novela de Manuel Marlasca aúna el saber de quien ha tratado a muchos policías de verdad a lo largo de su carrera -eso ya se le suponía- con el buen hacer como novelista de quien ama la literatura. Una mezcla que no es frecuente en la ficción criminal. Si la leen, quizá entiendan mejor por qué los policías, tan alejados de esos esbirros sin alma y casi sin discernimiento que pretende el vetusto cliché como de los superhéroes que pintan otros, pueden llegar a ser capaces de ganar la más ardua e incierta de las apuestas: la que va sobre lo que se cuece de veras en el fondo de un corazón humano.