TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 14/01/17
· En Politico publicaban estos días un análisis titulado 12 figuras que (probablemente) arruinarán 2017, y la primera fotografía era para el president Puigdemont –entiéndase, para Artur Mas– compartiendo retablo con Beppe Grillo, líder del movimiento populista 5 Stelle, el antieuropeísta polaco Jaroslav Kaczynski o la comisaria Vestager. No se trata, advertía Varadarajan, autor del texto, de los villanos más obvios; en ese caso estarían Putin, Trump o Le Pen. Y no es una contradicción.
De hecho, mientras Standard&Poors mantiene a Cataluña en las líneas rojas del bono basura, Deutsche Bank ha incluido la sombra del referéndum en su listado de amenazas globales para los inversores. Desde Cataluña se interpretaba, con la propaganda al uso, con un ¡el mundo nos toma en serio! Pero no. El mundo no les toma en serio, sino que toma en serio hasta qué punto constituyen una amenaza irracional desestabilizadora.
Puigdemont –entiéndase, Artur Mas– cumple un año de regente aferrado al mantra de un referéndum que no se celebrará provocando unas elecciones en las que su partido va a alcanzar un resultado histórico. Ridículamente histórico. Ese desenlace se firmó un año atrás prestándose a un cambalache con un partido antisistema como la CUP, tropa que convierte a Podemos en angelitos de kindergarden, para prolongar la ficción. Entregar su cabeza en bandeja de plata, con cierta prosopopeya bíblica, era una metáfora demasiado literal.
Pocos meses antes esa prosopopeya bíblica aún consistía en retratarse como Moisés separando las aguas, en su caso del Ebro, para llevar al pueblo elegido a la tierra prometida. Para entonces se había perdido el más elemental sentido del ridículo, pero también la cordura, pactando con siglas sin el más remoto sentido de Estado, ajena al imperio de la ley, desconectada de los mínimos europeos.
En ese trayecto Artur Mas se dejaba lisonjear como Astut Mas, sacando mentón con la vanidad de sentirse, como Astérix, un mito de la Résistance a la potencia invasora. Hoy está, vía Puigdemont, en la lista calificada por Politico como Dirty Dozen–parafraseando la película traducida como Doce del Patíbulo, en definitiva Doce Indeseables– que ironiza sobre la deriva de la región próspera y solipsista. Y entretanto Convergència ya ni siquiera existe, en paralelo al declive de la Casa Pujol, rebautizada con la etiqueta perdedora pedecat. Eso sí, los Pujol, parapetados en la lentitud y complacencia de la Justicia, mantienen las plusvalías de sus asuntos turbios en las portadas.
El triunfador en el oasis cenagoso es Oriol Junqueras, cuyo partido encabeza sólidamente las encuestas. La Vanguardia modera el descalabro, pero El Periódico de Cataluña, como otros, lo lleva incluso a quinta fuerza. Desde Convergència han forzado a Esquerra a mantenerse bajo el paraguas de JxSí, y ahora, tarde, comprenden su papelón. Joana Ortega publicaba esta semana un tuit enfurecido: «De momento, algunos iremos a juicio mientras otros se ponen de perfil. Recordad quién hizo qué en el futuro. No lo olvidéis».
Los líderes convergentes encaran procesos penales amargos, más allá de escenificar entradas heroicas en los tribunales, y aceleran sus inhabilitaciones y su descrédito en la sala de máquinas del prusés. Y entretanto Junqueras se cita cordialmente con Sorayísima para lanzar mensajes –«el referéndum se celebrará», «no vamos a renunciar al derecho a decidir a cambio de pedir permiso al PP» etcétera– ya de campaña, asumiendo que en efecto esto va a acabar en frustración y urnas, y él será el administrador del victimismo, que es la genuina materia prima del éxito catalán.
TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 14/01/17