Miquel Giménez-Vozpópuli
- Llegan las vacaciones. Y el teclado se queda solo
Escribir el último artículo de la temporada mientras escuchas Almost Blue, interpretado por Chet Baker, inclina a una cierta melancolía, no lo voy a negar. Es esa sensación agridulce que nada entre lo que uno hace y lo que querría hacer, lo que se deja y lo que se lleva en las alforjas. Pero escribir, como vivir, es elegir constantemente y eso, en España, es interpretar un blues, esa música que hace que entiendas el dolor como un amigo, un compañero de viaje. Me doy cuenta de que no les estoy contando nada, que no he dado un titular ni anunciado ningún acontecimiento. Hoy no hay noticia. El teclado remolonea bajo mis dedos, negándose a mencionar lo mencionado dejando la última crónica en el cajón de las que la precedieron. No se trata de evitar a la verdad sino de abandonarla en una estación de tren y prometerle que volverás en septiembre, que la echarás en falta, que es tu razón de vivir.
Y de pedirle que te espere, que crea en ti, que si necesitas refugiarte en rincones a los que jamás llega el estrépito de la cotidianidad política es por puro instinto de supervivencia. Que cuando desciendas en el modestísimo apeadero de provincias que es el mes de agosto seguirás pensando en ella, en esa verdad que, en muchas ocasiones, es la única que compaña al escribidor. La verdad. Todo el mundo pretende poseerla pero ella, frágil y fuerte a la vez, se escurre de los dedos que pretenden homologarla y solo se deja acariciar levemente en contadísimas ocasiones por los dedos de algún vagabundo de las letras, desengañado y escéptico. Pero es tan caro el precio que pagas por defenderla que hay que tomar cierta distancia para no caer agotado ante sus plantas.
Me doy cuenta de que no les estoy contando nada, que no he dado un titular ni anunciado ningún acontecimiento. Hoy no hay noticia. El teclado remolonea bajo mis dedos, negándose a mencionar lo mencionado dejando la última crónica en el cajón de las que la precedieron
Vivir de la mentira es más cómodo. Si, además, sirves al poder, mejor que mejor. Nada existe más sencillo que preguntar al encargado del almacén qué se debe escribir. La mentira va en pantuflas y toma anisete riendo cínica y descarada mientras escucha salmodiar a sus devotos. La mentira tiene forma de mesa camilla con brasero, de irrigador, de orinal, de bata de boatiné, de sopicaldo en pastilla. La mentira es tan común a fuerza de pereza. Porque buscar a la verdad implica esfuerzo, lucha, tesón, incomodidad. Para mentir basta con ser auxiliar administrativo; para decir la verdad es preciso ser explorador.
Por eso uno se cansa, que ya son demasiadas mentiras las escuchadas en tantos años y demasiados “Yo ya lo dije” que a nadie importan. Hay que descansar. Ahora que tengo el pie en el estribo del mes de agosto, ese convoy que se adentra en un territorio imaginario y temible, porque nos hace creer que somos libres, me digo a mí mismo que la echaré de menos. Que no dejaré de pensar en ella envuelto en brumas y salpicaduras de olas, entre cielos límpidos y noches estrelladas. Tampoco podré evitar pensar en todos quienes me regalan tanto a diario, ustedes, queridos lectores, que me dan con su afecto una lección cotidiana de humildad. Ni en tanto compañero de viaje, de pelea, de discusión de café organizado, intelectual y serio.
Aunque no tenga razón, y bien sabe Dios que muchas veces no la tengo. La vida es demasiado corta para todo lo que se debería escribir, para todo lo que sería urgente denunciar, para poner negro sobre blanco los hechos y sus protagonistas.
Si hay gente que lamenta no poder leer todo lo que le gustaría debido a la cortedad de nuestra existencia, a mí me sucede algo similar. Nunca podré explicarles tantas cosas como sería necesario. Aunque me equivoque. Aunque no tenga razón, y bien sabe Dios que muchas veces no la tengo. La vida es demasiado corta para todo lo que se debería escribir, para todo lo que sería urgente denunciar, para poner negro sobre blanco los hechos y sus protagonistas. Pero el tren vacacional ya sale de la estación, dejando a mi verdad en el andén, saludándome con la mirada sabia de quien sabe que has de volver. Porque uno siempre vuelve al lugar al que pertenece, y servidor pertenece a la galaxia de las palabras. Ese mundo en el que siempre acaba por sonar una balada triste para quien osa deambular por ella libre de ataduras.
Hasta la vuelta. Sean moderadamente felices y cuídense mucho.