Ayer le tocó hacer balance al líder de la oposición. Habían pasado cuatro días desde que el presidente del Gobierno hiciera el suyo y tres desde que el Rey dirigiese su mensaje de Navidad a los españoles. Ya habíamos comentado aquí que Sánchez quiso adelantarse al Rey en su discurso navideño, ninguna novedad, ya lo había hecho cruzándose por delante de Felipe VI en la estación de Chamartín durante la inauguración del AVE a Murcia para ir a saludar a un conocido.

Mucho más en tiempo y forma estuvo Alberto Núñez Feijóo, salvando las flores que le echó al presidente de la Generalidad valenciana por su gestión tras la DANA. Hombre, uno cree que lo más que podría haber hecho es acogerse al magisterio de San Agustín: “Cuando pienso en mí mismo advierto que no soy nada; sin embargo si me comparo…” Algo así le pasa a Mazón: considerado en sí mismo es muy poquita cosa y su proceder en el día de autos fue lamentable. Claro que una cosa es la incompetencia y otra la perversidad con la que no actuó Sánchez para pasarle la factura al PP en una actitud que también tiene precedentes.

Pero habló Feijóo y lo hizo bien al augurarle al marido de la catedrática el futuro que le espera para 2025: “tribunales, Waterloo y un poco de Franco”. Lo de los tribunales ya está en marcha: para la catedrática, para su hermano el músico, para quien fue su número dos, aquel Bolaños que se nos reveló como el cruzado de la regeneración y la lucha contra la corrupción en la moción de censura que sacó a Rajoy de la Moncloa y metió en ella a la pareja Sánchez-Gómez y su colchón flotante. Lo de Waterloo es la visita que piensa hacerle al pastelero loco, según anunció durante su discurso-balance del pasado lunes, al decir que la sociedad española había pasado página de lo ocurrido en 2017 y no descartaba reunirse con Puigdemont. Los únicos españoles que han pasado página han sido él y su valido en el Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido, que han pasado la goma de borrar a los delitos perpetrados por su interlocutor y los golpistas asociados. O sea, que anuncia su intención de reunirse con un delincuente, al margen de que no se haya podido beneficiar de la amnistía, cositas de la malversación, con la que él quiso graciarle. Y algo de Franco. Va a celebrar los cincuenta años de la muerte de Franco como si fuera uno de los misterios gozosos del rosario. Le preguntaron a Feijóo si él celebraría también y respondió que él celebraría de buen grado la transición, la venida de la democracia y la Constitución Española. Ahí está el quid, que Sánchez no tiene con quien celebrar estos tres asuntos y lo único en lo que le secundan sus socios es en la conmemoración de la muerte del dictador; son antifranquistas sobrevenidos. Recuerdo yo a un Felipe González que negaba haber celebrado ‘el hecho biológico’ de aquel 20-N, como se negaba  a levantar el puño durante el cántico de la Internacional, aunque bastante delito tenía “en pie los esclavos sin pan” y el llamamiento a “cambiemos el mundo de base/ hundiendo al imperio burgués”.

Alberto Núñez Feijóo hizo un discurso de oposición, duro y sin concesiones, atacando el triunfalismo que supone proclamar un crecimiento que descansa en el gasto público y el déficit. Es como abrir un bar y ser uno su mejor cliente, sugería Naranjo en acertada parábola sobre estos borrachos que nos están bebiendo el género.