RAMÓN PÉREZ-MAURA-El Debate
  • La realidad indiscutible es que han pasado dos meses desde las elecciones generales y Sánchez no ha conseguido rebajar una sola de las peticiones de los independentistas
Para algunos –ya se sabe, fascistas, antidemócratas, enemigos de la libertad, totalitarios, cualquier día nos llamarán asesinos potenciales– el balance de septiembre en términos de a dónde nos ha llevado políticamente, no ha sido tan malo. Ha sido clarificador.
Sí. Es cierto que ha escenificado una derrota del candidato popular de la que se alegran el bloque populista/comunista/ independentista que rodea a Pedro Sánchez y también parte de los comentaristas habituales de esta columna afines a Vox. Que Santa Lucía les conserve la visión de la jugada a ambos. Lo que no es discutible es que esta semana ha servido para clarificar mucho más el escenario político español. No es que a mí me haya aportado nada nuevo, pero quizá sí haya ilustrado a algunos socialistas que hasta ahora daban prioridad al partido y ahora pueden concluir que Sánchez se pone a sí mismo por encima de España. Y eso explica por qué tantos socialistas con múltiples galones están ahora arremetiendo –con argumentos muy fundados– contra la dirección actual de su partido.
En España no hemos visto una crisis de ese calibre desde que UCD se fue desmembrando en favor de Alianza Popular en 1981-82. La ruptura de UPyD con el PSOE la encarnó Rosa Díaz, que había sido consejera del PSOE en el Gobierno vasco y cabeza de lista en unas elecciones europeas. Cuando se produjo el surgimiento de Vox, lo lideraron mi admirado Ignacio Camuñas, que había sido ministro para las Relaciones con las Cortes con Adolfo Suárez, mi igualmente valorado Alejo Vidal-Quadras, expresidente del PP de Cataluña y vicepresidente del Parlamento Europeo y, en menor medida, Santiago Abascal, que había sido diputado en el Parlamento Vasco y director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid.
Estos tres últimos crearon un nuevo partido –en el que ya no están todos– que hoy es la tercera formación del Congreso de los Diputados. Pero no estoy seguro de que su disidencia del PP tuviera la misma relevancia que lo que hemos visto en los últimos días respecto al PSOE por parte de un expresidente y un exvicepresidente del Gobierno, varios ministros y dirigentes regionales del partido e infinidad de figuras de talla intelectual.
Sánchez y lo que Carlos Herrera llama la Selección Nacional de Opinión Sincronizada –y yo prefiero definir como Brigadas Internacionales Mediáticas– llevan un mes vendiéndonos las bondades de otorgar ahora una amnistía para así «pacificar y resolver» la situación en Cataluña. Pero la realidad indiscutible es que han pasado dos meses desde las elecciones generales y Sánchez no ha conseguido rebajar una sola de las peticiones de los independentistas. Al contrario, el pasado jueves, Junts y ERC, dos partidos que se odian a muerte, han conseguido radicalizar y sintonizar su posición y ahora exigen concretar cuándo se celebrará el referendo de autodeterminación. El sentido común haría pensar que así no habría acuerdo y Sánchez renunciaría a la investidura. La realidad es que hoy todos sabemos que ya no hay vuelta atrás. Porque Sánchez ha empujado a los opinadores sincronizados a avanzar tanto en favor del pacto a cualquier precio con los independentistas, que ya no puede plantarse e ir a elecciones diciendo que no sigue porque él defiende la unidad de España. Eso ya no se lo cree ni Patxi López.
Una de las cosas que nos ha clarificado el último mes es que en la carrera por ver qué me toca en la piñata, Bildu y el PNV se han sumado a la juerga. Ellos también quieren la independencia. Sánchez ha puesto a España en almoneda y se quieren llevar lo suyo. Normal.
Y esto nos lleva a una situación muy preocupante. Por más que tantos arremetan contra el sistema parlamentario que consagró nuestra Constitución de 1978, la realidad es que no tenemos una alternativa mejor. Pero ésta es una democracia que ya no encaja en los parámetros de Occidente porque no hay un partido de centro derecha o simplemente de derecha y uno de centro izquierda o de izquierda. Tanto hablar aquí por parte de las Brigadas Internacionales Mediáticas de la ultraderecha, cuando la realidad es que aquí aspira a gobernar un partido de ultra izquierda. Porque en eso ha convertido Sánchez al PSOE y por eso vemos la disensión y la discrepancia creciente en sus filas. Tanto pasarse el día atacando a Donald Trump y al final dicen exactamente lo mismo: que hay que desjudicializar la política. Dos populismos diferentes pero con puntos muy comunes.