Pablo Martínez Zarracina-El Correo
- El asesinato de Charlie Kirk acentúa en Estados Unidos la pendiente de odio y paranoia política
Tras el asesinato de Charlie Kirk, llegó el espectáculo veloz y apabullante: un montón de gente expurgando declaraciones de la víctima en busca de la frase que no solo volviese comprensible un balazo en el cuello sino que lo hiciese además desde una montaña de superioridad moral. El mecanismo es funesto y salta como un resorte en sociedades rotas por la polarización en las que las identidades están por encima de las personas. Su reverso tomó forma simultáneamente con precisión fatídica: otro montón de gente subiéndose a la gravedad irreversible del crimen para señalar desde mayor altura la inhumanidad de los oponentes y la necesidad de aplastarlos. La reacción inicial del pensamiento fanático ante la irrupción de la realidad siempre es la misma: afianzarse.
En este caso, la realidad es la muerte a sangre fría de un joven activista que estaba en un campus dispuesto a debatir con quien quisiera hacerlo. Kirk era un polemista brillante, temible y cordial. También una estrella emergente del movimiento MAGA. Ayer Ezra Klein escribía desde las antípodas ideológicas de Kirk que este estaba practicando la política «exactamente de la manera correcta»: confrontando ideas en público e intentando persuadir a quienes le escuchaban. Su asesinato, además de un crimen execrable, es un ataque brutal contra la libertad de expresión y eso debería unir a una sociedad democrática en la que, por encima de las ideologías, hubiese valores compartidos. Si Estados Unidos llegó a encarnar el ideal de esa sociedad, hoy es la avanzadilla de su destrucción por el lado del odio y la paranoia política.
Ayer se difundió una foto del presunto asesino de Charlie Kirk y saltó la noticia del hallazgo de un rifle con munición que llevaba «inscripciones trans y antifascistas». Es difícil no pensar que la pendiente es ciega y feroz: hay una generación empeñada en aprender por las malas las consecuencias de creer que la vida real es como Internet y tiene escapatoria. Poco después del atentado contra Kirk, Donald Trump, que jamás insultó a un rival o aplaudió el asalto violento a una institución, le recordó al mundo que la violencia y la muerte son la consecuencia de caracterizar «como el demonio» a aquellos «con quienes no se está de acuerdo».
Años de Argel
La valoración de películas que no se han visto y de libros que no se han leído amenaza con sustituir a los toros como fiesta nacional. Ahora le toca a ‘El cautivo’, la película de Alejandro Amenábar sobre Cervantes, y se extiende una especie de cachondeo preventivo. Si Amenábar hace una película en la que Cervantes es homosexual, yo voy a hacer otra en la que Cervantes sea piloto del Dakar o saxofonista rumbero catalán. Sin embargo, el director insiste en que su película no es una biografía y la posibilidad de que Cervantes participase de «cosas viciosas» durante su cautiverio en Argel es habitual en las últimas décadas de estudios cervantinos.
Cierto que la mayoría de los expertos parece coincidir en que la falta de pruebas hace de la hipótesis poco más que una suposición. De lo que no hay duda es que los años de Argel fueron decisivos para Cervantes y recorren toda su obra. Por otro lado, tantos años dando la tabarra con lo de que el cine español no se ocupa de la historia de España y, cuando uno de los directores más reconocidos lleva a la pantalla nada menos que a Cervantes, tampoco está bien. Se conoce que para la cosa patriótica solo sirve Blas de Lezo. Blas de Lezo matando ingleses como Steven Seagal.