JON JUARISTI, ABC 26/01/14
· Durante el franquismo, todos los clubes de fútbol colaboraron con el régimen, incluidos los que hoy alardean de lo contrario.
Esta semana, ABC ha publicado dos veces la fotografía de una audiencia de Franco a la directiva del Barça presidida por Montal. Un documento interesante, pero que sólo indica lo obvio. O sea, que las directivas de los clubs de fútbol de primera división estaban llenas de franquistas, empezando por la del Barcelona. Se equivoca por tanto Gerard Piqué al suponer que su club era un bastión de la resistencia contra el régimen. Ni el Barça ni el Athlétic de Bilbao, cuyas directivas fueron total o mayoritariamente franquistas. La del Athlétic incluyó rara vez a algún nacionalista vasco durmiente, pero a título de excepción. En su conjunto eran puro franquismo sumiso, si no entusiasta.
¿Y los socios y las hinchadas respectivas? Fervorosas muchedumbres despolitizadas, como en todas partes. Fui socio del Athlétic desde mi temprana infancia y puedo jurar que nunca vi en San Mamés algo que se pareciera de lejos a un gesto subversivo. No es que el fútbol fuera un deporte políticamente neutro. Era conformismo activo. Representaba a la perfección el ideal franquista de una sociedad apolítica. En mi generación, cuando alguien se hacía antifranquista dejaba de ir al fútbol, aunque siempre había unos pocos que se evadían de la norma para confirmarla. En Cataluña la oposición detestaba al Barça, y Raimon Pelegero, su cantante favorito, tronaba contra el futbol manipulat. El antifranquismo –sobre todo, la izquierda– se ciscó a discreción en el fútbol y, por extensión, en todo deporte de masas.
No sin motivo, porque uno de los éxitos indiscutibles del régimen fue el uso de la Liga y de la Copa (del Generalísimo) para la movilización dominical de la población masculina, apartándola así de las tentaciones de la política en el tiempo de ocio. Lo único que no consiguió imponer fue aquel neologismo castizo, balompié, para distinguir la versión española del fútbol de la del resto del planeta. En todo lo demás triunfó plenamente, borrando incluso la memoria del fútbol republicano, cuyos sobrevivientes se extinguieron en México. Por eso se hace tan chocante y escandaloso el tipo de reivindicaciones a lo Piqué de un Barça o de un Athlétic antifranquistas.
También la del Athlétic, en efecto. En la última novela del veterano Ramiro Pinilla – Aquella edad inolvidable (Tusquets, 2013)– se habla de un Athlétic abertzale ¡en 1942! El presidente del club en la ficción se expresa de esta guisa: «El Athlétic y el nacionalismo vasco son la misma cosa. ¡Nunca jugarán maketos en el Athlétic! A Franco le gustaría meterlos para cambiarnos, pero incluso en este tiempo de sangre en el Athlétic siempre mandaremos los nacionalistas». Ahora bien, el presidente histórico del club bilbaíno era por entonces Luis Casajuana Curiel, franquista hasta las cachas. Y a Franco, por supuesto, le encantaba que sólo jugaran vascos en el Athlétic, porque esa característica lo convertía en el equipo más español de España, mientras los demás contrataban jugadores húngaros, italoargentinos y lo que se terciara.
Dejé de ir a San Mamés al final de mi bachillerato, cuando me volví progre. Vi jugar al suegro del actual lendakari. Y también a Iríbar, e incluso a Piru Gaínza, mucho antes de que llegaran a ser iconos voluntarios del nacionalismo vasco radical. Si ya entonces eran nacionalistas, nada hacían para demostrarlo. Mis compañeros de grada –en la tribuna de gol Norte– eran chicos de mi edad, de connotadas familias franquistas, más forofos del Athlétic que yo mismo (para lo que no era necesario echarle demasiado ardor, la verdad). En fin, resulta divertido que les inventen un pasado de resistencia precisamente al Barça y al Athlétic. Quién lo iba a decir.
JON JUARISTI, ABC 26/01/14