Durante los debates estatutarios, el distanciamiento entre los dos grandes partidos en España va a rondar el límite de lo permitido. A ellos les puede parecer algo positivo: las opciones se ven claras y el enfrentamiento alimenta adhesiones apasionadas. Pero están rompiendo el espacio común de la política que se marcó hace treinta años.
«Desde el día de hoy el idioma oficial en la República de San José será el sueco y los hombres llevarán los calzoncillos por fuera». Esta parodia política, la recordarán, pertenece a la película de Woody Allen Bananas. Que haya ocho fórmulas para definir la entidad nacional de Cataluña todavía no pertenece a ningún guión cinematográfico, pero algún día llegará a las pantallas y esperemos que, a falta de humor, no sea como tragedia. Desde hace tiempo, tanto con el plan Ibarretxe como con el nuevo Estatut, le quieren cambiar a uno cosas fundamentales de su vida -incluso de dónde es, en qué hablar, cómo tiene que rotular una tienda en Barcelona-, y nadie se va corriendo al videoclub a coger la película de Allen para ver qué es lo que va a pasar al final. Lo cierto es que cuando vi la película me reí mucho.
Es verdad que no se les puede hacer mucho caso cuando hablan algunos políticos, casi todos. Salen ante la pequeña pantalla del salón de tu casa a meterte el miedo en el cuerpo y luego no pasa nada. ¿No pasa nada o pasa todo lo contrario? Como cuando salió en septiembre la ministra de Medio Ambiente a augurarnos un futuro de sequía y pedirnos que nos preparáramos para ello. A los pocos días Cataluña sufre inundaciones y la lluvia provoca problemas en Andalucía y Madrid. Viene a ser como aquella vez que en le hicieron rogativas en Navarra a la Virgen de Ujué y el subsiguiente pedrisco destrozó la cosecha. La jota que desde entonces se canta no es reproducible aquí. Que no salga la ministra a predecir el tiempo que le van a sacar una jota. Aunque las autoridades autonómicas, que no escarmientan en cuerpo ajeno, ya han anunciado que para el año que viene volverá a aparecer la famosa ola de Mundaka. Que no sea un tsunami.
Es para que la cosa pública en este país se pueda mirar con guasa, ¿o no? En Alemania los ciudadanos deciden en las elecciones un empate técnico entre los dos partidos principales. Alemania está atravesando por graves problemas estructurales. Alemania sí que pasa una profunda crisis, tanto en lo social como en el plano institucional. Sufre paro, recesión, déficit y el sistema federal ha colapsado la vida política. Ante esta situación y el resultado electoral, socialdemócratas y democristianos formulan un gobierno de coalición para hacer frente a los retos planteados.
¿Qué es lo que han destacado aquí nuestros políticos? Rajoy nada más enterarse de que la señora Merkel iba a ser la canciller lo anunció como una victoria propia, e inmediatamente diferentes portavoces socialistas corrigieron el tono triunfal de don Mariano explicando que los socialistas tienen más y más importantes carteras que el partido de Merkel. A ninguno se les ocurrió poner en valor lo que ha supuesto el encuentro entre estos dos grandes partidos, sin duda porque los nuestros están sometidos a la dinámica de una obra de guiñol a base de estacazos sobre nuestra entidad nacional.
No hay más que observar la prensa para comprobar que el distanciamiento entre los dos grandes partidos en España va a rondar el límite de lo permitido durante los debates estatutarios que se nos avecinan. Electoralmente, les puede parecer a ambos un hecho positivo: las opciones se ven claras y el enfrentamiento puede alimentar adhesiones apasionadas, pero están rompiendo el espacio común de la política que se marcó hace treinta años. Supone el deterioro de la política, y esto no es bueno para nadie.
Fue Churchill quien dijo que lo único que te sobresaltaba en democracia a las seis de la mañana era el lechero. Aquí nos aburrimos de la normalidad democrática y caminamos, sobresalto sobre sobresalto, con reformas muy importantes a manera de ducha escocesa. Vamos del plan Ibarretxe al nuevo Estatut, generando un clima político turbio, sin referentes estables, que debilita al Estado y hace muy difícil acabar con dolorosas hipotecas del pasado, entre ellas el terrorismo de ETA. No es posible que nadie crea que a base de rupturas con apariencia de reformas se va a propiciar un clima adecuado para acabar con él. Más bien, todo lo contrario. Un país institucionalmente tan inestable anima a cualquier osado a actuar a la brava y seguir en ello hasta la consecución de todos sus objetivos, hasta la victoria final.
¡Qué divertida es la película Bananas!
Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 19/10/2005