Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 30/10/11
El próximo 12 de febrero habría cumplido 80 años. Se llamaba Juan María Bandrés Molet y había nacido en San Sebastián en el seno de una familia de clase media acomodada, la del notario Bandrés.
Fue uno de esos personajes que resumen el aire de su tiempo y su lugar. Su físico recordaba un poco al actor Alfredo Landa, como suavizado por la diplomacia eclesiástica; tenía unas maneras abaciales y una sonrisa afable, perfectamente compatibles con la tenacidad que el estereotipo asigna en dosis grandes a los hijos de su tierra. Bajo sus exquisitos modales había un hombre de los que no renuncian fácilmente a lo que quieren.
Mario Onaindía le hacía un afortunado retrato en la segunda parte de sus memorias:
“Juan Mari Bandrés es la persona que disuelve el azúcar en el café con mayor profesionalidad e insistencia del mundo, como supongo que debería hacer toda persona bien educada: sin mover la muñeca y mucho menos el codo, con un ágil movimiento de las falanges arriba y abajo que hace girar la cucharilla”.
Su familia no era nacionalista y él era un joven abogado católico y rotundamente antifranquista; podría haber sido un gran político democristiano, si esta opción hubiera arraigado en España. En los años sesenta conoció a Jon Viar, un nacionalista que dedicaba su activismo a la ayuda a los presos de ETA y se estableció entre ambos una relación estrecha, que culminaría en el sumarísimo 31/69, también llamado el Proceso de Burgos. Ellos y José Antonio Echebarrieta Ortiz convirtieron lo que el Régimen había concebido como un juicio ejemplar en un proceso a la dictadura.
Primero en España, integrando en el equipo de abogados a socialistas, como Gregorio peces Barba y Juan Moreno Lombardero; comunistas, como Josep Solé Barberá; representación del nacionalismo radical con Castells y Letamendía, ácratas como Zarco e Ibarra. Después, mediante las informaciones que durante el proceso proporcionaban diariamente a los corresponsales extranjeros en el hotel Condestable, convertido en estado mayor de la defensa (procesal).
Bandrés adoptó la causa de sus defendidos. Estableció una relación muy próxima con Mario Onaindía y Teo Uriarte, que también compartía con Javier Markiegi. Muy pocos años después, en la transición, él consiguió encarrilar a aquella generación, primero por la amnistía, llevándoles a aceptar la figura del extrañamiento, y después por la vía estatutaria, en papel civilizador análogo al realizado por Fraga con el franquismo sociológico, y al de Santiago Carrillo con los comunistas.
Al filo de los 80, después de aprobado el Estatuto de Autonomía, él y Onaindía mantienen conversaciones con el ministro del Interior, Juan José Rosón, que dan como resultado el fin de ETA (político-militar), la única disolución de una banda terrorista en España hasta la fecha.
Sus siempre difíciles relaciones con Arzalluz hicieron crisis en 1985, cuando Bandrés denunció el doble lenguaje de aquél, alardeando de virtud en sus públicos desdenes y sugiriendo privadamente a los ya dirigentes de Euskadiko Ezkerra la conveniencia de que los polimilis movieran un poco el nogal cuando aún estaban en activo para acelerar la caída de nueces estatutarias.
Un año más tarde de esta polémica se produjo el cisma que se venía incubando en el PNV desde que Garaikoetxea fue obligado a dimitir como lehendakari, el 20 de diciembre de 1984. Una parte del grupo parlamentario del PNV se declara en rebeldía y el lehendakari sustituto, Ardanza, disuelve la cámara vasca.
Las elecciones tuvieron lugar el 30 de noviembre de 1986. Bandrés fue candidato a lehendakari por su partido y obtuvo un éxito extraordinario: sus votos aumentaron en un 45% desde los anteriores comicios, en febrero de 1984, y su representación en el Parlamento vasco pasó de seis a nueve diputados. Juan Mari Bandrés estaba en su momento más alto. Había sido el quinto, detrás del PSE, el PNV, EA y HB. No se arredró para autoproponerse como lehendakari, mediante una aplicación de la lógica que descartaba otras opciones. Benegas no podía ser en una sociedad mayoritariamente nacionalista; El PNV no podía gobernar con su escisión; HB estaba moralmente excluida por su relación con ETA y quedaba él. Javier Garayalde, ‘Erreka’, lo envió a Bruselas mientras intentaba la estrategia para un tripartito de progreso’, con el PSE y EA, y Garaikoetxea como lehendakari. Tambián fracasó.
Joaquín Sabina, seguramente el cantante con más talento de su generación, había colaborado gratis en aquella campaña, con una actualización de la letra de ‘Pongamos que hablo de Madrid’. Es una lástima que se dejara llevar por esa mitificación de la épica que no abandona a la izquierda, y que explica en parte por qué ha durado tanto la tragedia: “No hay mejor metralleta que una idea, pongamos que hablo de Bandrés”.
Bandrés sufrió un ictus cerebral en octubre de 1997, del que quedó con graves secuelas que le durarían hasta su muerte, ocho años después de la de su amigo Mario. Cinco años antes había fallecido de infarto su defendido en Burgos, Jokin Gorostidi Artola. La muerte, argumento dramático que los unió en aquel juicio sumarísimo de Burgos, ha ido retirando a los actores tanto tiempo después en el mutis de la vida cotidiana. Eso debe de ser la democracia.
Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 30/10/11