El asesinato de dos guardias civiles en Barbate el pasado viernes, embestidos por una narcolancha que les pasó por encima es, ante todo, una tragedia. La incuria radical de dotación –un piraucho, una zodiac, frente a una narcoembarcación infinitamente superior– es muestra de una pavorosa falta de medios. La escena de ese asesinato la hemos visto todos una y otra vez en las televisiones. No se olvida fácilmente. Y después, la constatación de la carencia radical de instrumentos: el desmantelamiento gubernamental de la unidad de élite de la Guardia Civil para la lucha antidroga en la zona del campo de Gibraltar (OCON SUR). Las patrulleras obsoletas cuando no directamente averiadas hacen muy difícil la lucha contra el narcotráfico en estado muy superior en medios económicos y materiales. Aparece una irrisoria desproporción entre las fuerzas de seguridad frente a la delincuencia vinculada al narco.
Es así que se producen las tragedias que provocan el espanto de la población. La constatación de un auténtico abandono por parte de quien debía proporcionar los medios adecuados.
Pero hay más, es lo que hace a la humanidad, o mejor, a la piedad, de los responsables públicos. Ese algo que es intangible pero decisivo, pues nos permite reconocernos como miembros de una sociedad, de una comunidad de hombres y mujeres que se respetan. Parece muy bien que el presidente del Gobierno se desplazara a Valladolid el sábado por la noche para asistir a la gala cinematográfica de los premios Goya. Pero qué dificultad insalvable tenía para, a su término, o mejor el mismo viernes por la noche, o el sábado por la mañana, dirigirse a Barbate, transmitir su solidaridad y su afecto a las familias de las víctimas, a sus propios compañeros. ¿Tan difícil era asistir a aquella localidad gaditana? ¿Era imposible acudir a las honras fúnebres de las dos personas asesinadas? ¿Por qué no lo hizo? ¿Todo se ha de despachar en un tuit o en dos? Son los gestos que caracterizan a un gobernante de talla humana, o simplemente, que conserva la piedad en su alma. Es algo que está por encima de las condiciones políticas, de la divisoria entre izquierda y derecha, que aquí deviene intrascendente.
La constatación de un auténtico abandono por parte de quien debía proporcionar los medios adecuados
En gran parte de España se guardó, en sus Ayuntamientos, en sus instituciones públicas, un minuto de silencio por las víctimas de ese crimen. Hemos podido ver a tractoristas que llevaban una corona de flores a la Casa Cuartel de la Guardia Civil en el municipio en que se encontraban, en señal de respeto y de duelo por lo ocurrido.
Hay dos supremas excepciones, una y media si se prefiere, a lo que ha sido el común universal de respeto de la población española por lo ocurrido en Barbate. Una ocurrió en Pamplona, gobernada por Bildu, que por supuesto no guardó ningún minuto de silencio en homenaje a los dos guardias civiles asesinados. Es cierto que no constituye ninguna sorpresa que los albaceas del terrorismo hagan muestra patente de su falta de humanidad. La otra, mucho más hiriente, se produjo en el Parlamento catalán donde el PSC se negó también a secundar las condolencias de esa cámara a la Guardia Civil, y a los guardias asesinados, uno de los cuales era precisamente nacido en Cataluña.
Se trata de un vacío moral abismal que patentiza una indiferencia radical ante el dolor y la labor que desempeñan las fuerzas de seguridad, que resulta insoportable. Que esa conducta sea seguida por Junts, por ERC, por la CUP, amén de descalificarles, denota lo que de ellos podemos esperar.
Porque es aquí donde empiezan los problemas que a todos terminan arrastrando; una población desamparada por los poderes públicos, con unas tasas de paro juvenil abrumadoras en el campo de Gibraltar, se convierte en caldo de cultivo ideal para la penetración social del narco, con una superioridad aplastante de medios. Lo vimos también, en los gritos de indeseables que aplaudían el crimen, ajenos a la más elemental condición humana. Es así que comienzan los narcoestados, sencillamente porque los delincuentes terminaron dominando a los poderes públicos que tenían la obligación de combatirles. Véanlo en países como México, como Ecuador, como Colombia, como Venezuela, como tantos otros. Es mejor tomárselo en serio, así empiezan las catástrofes.
Aquí donde empiezan los problemas que a todos terminan arrastrando; una población desamparada por los poderes públicos, con unas tasas de paro juvenil abrumadoras en el campo de Gibraltar, se convierte en caldo de cultivo ideal para la penetración social del narco
Uno de los mejores periodistas del siglo XX español, Manuel Chaves Nogales (1897–1944) nos dejó piezas literarias maestras de todo cuanto abordó en su extraordinaria obra. Entre ellas, “La agonía de Francia”, escrita tras la ocupación alemana de este último país en 1940. Se describe en esa obra, a la que siempre debemos volver, cómo una nación como Francia se desmoronó prácticamente con el primer asalto de un tanque alemán. Dice, entre otros muchos luminosos extractos: “La corrupción de los hombres públicos no basta para explicar catástrofes como la de Francia. La causa profunda de lo que sucedió hay que buscarla en el proceso de los últimos diez años de la vida francesa, proceso claro, evidente, de acabamiento, agonía y descomposición de un pueblo”.
Sí, cuidado con Barbate porque detrás de la tragedia emerge una situación de descomposición desarrollada por una clase política ajena a todo lo que no sea división y sectarismo; envenenada por la falta de piedad para con sus conciudadanos.
Y entre tanto, sin necesidad de exaltaciones ni de proclamarlo a voz en grito, sino serenamente y con la conciencia bien clara: ¡Viva la Guardia Civil!