Si hubiera que contarle a Onofre Bouvila todo lo que ha pasado en Barcelona desde la exposición universal de 1929, no sabríamos por donde empezar. Guerra, miseria, hambre, dictadura, democracia, gloria olímpica, procés, decadencia… Sería más sencillo arrancar por el final del principio. El de aquella tarde de junio del 2023 en el que cuatro concejales del PP arrancaron la alcaldía de la segunda ciudad de España al separatismo y se la dieron a los socialistas.
Es prodigioso, porque no es sólo el hecho de hacerlo, que también, sino el cabreo independentista. El discurso de Trías dobla el valor del gesto del PP. Su rabia es el éxito de Alberto Núñez Feijóo. Y si en un futuro la Generalitat depende de Feijóo, el PP se la dará a Salvador Illa. Cosa que jamás sucedería al contrario. Este pacto es el retrato del PSC, siempre dispuesto a echar a los populares de donde haga falta. Lo hicieron y lo seguirán haciendo siempre que puedan, que a nadie le queda duda alguna. Y si no, estemos atentos a la Diputación de Barcelona.
Barcelona, «el puto pacto español»
Por eso, no veremos a nadie del PSOE agradeciendo al PP el apoyo en Barcelona o Vitoria. Tampoco al PNV en Durango, pequeña gran victoria del incombustible Carlos García bien vendido por la maquinaria comunicativa del PP de Madrid fundamentalmente.
El «puto pacto español» de Barcelona, tal y como lo definió Pilar Rahola, les nubla el juicio. A los indepes, pero también a los socialistas. Lo vimos el domingo a primera hora con el tuit del ex lehendakari Patxi López, presidente del País Vasco por la gracia del PP. «Ayuntamientos del PSOE con Bildu: 0. Ayuntamientos del PP con Vox: 140». No han entendido en qué punto está la sociedad con esta gente. Y con ellos. Es tal la ceguera, que en Pamplona permitieron la alcaldía de UPN votando en blanco. Y eso que UPN no es el PP, pero el PP estaba en la suma. No pueden remediarlo.
Los Ayuntamientos ponen un punto y seguido a los pactos autonómicos y lanzan la carrera del 23 de julio con un PP favoritísimo para recuperar La Moncloa. No hay grandes errores en la estrategia del Feijóo. Y los que comete son perdonados por un electorado ávido de cambio. Todo el discurso de la lista más votada suena bien en las teles, pero no pasa de palabras huecas que casi mejor ahorrarse.
Feijóo está en ese punto de estado de gracia en el que todo va rodado. Su estrella política está en alza, mientras la de Pedro Sánchez languidece entre los borradores de unas listas pensadas para colocar a todos los que le ha acompañado en estos años.
Ocho años de Colau
Todo es posible en Barcelona. Se puede pasar de anarquista muerto de hambre a rey del hampa y temido empresario. Ada Colau ha sido alcaldesa ocho años. ¡Ocho años! Y ahora una suerte de gran coalición a la catalana, de la que no todos presumen, se carga a Colau, Puigdemont y ERC. Es un guion del mejor Eduardo Mendoza.
Toda historia tiene su anécdota, que aunque irrelevante en el contexto actual explica muchas cosas. Es Ciutadans, que no Ciudadanos. Es Anna Grau: 7.366 votos en Barcelona el 28 de mayo. El 1,10% por ciento. La última opción de cualquier votante constitucionalista para el partido que revitalizó el constitucionalismo en Cataluña. Según Grau, no sabemos a cambio de qué se reparten Barcelona Collboni y Daniel Sirera (PP). Se reparten. A Bouvila le hubiera durado dos telediarios.