Si hay que fiarse de lo que se escribe por ahí, Barcelona se debate hoy entre roja (Collboni + Colau) o rota (Trias + ERC) como si fueran opciones excluyentes y en Cataluña la una no implicara un poco de la otra y la otra, un poco de la una.
Habrá que informar a quien le importe sinceramente la suerte de Barcelona que la verdadera elección está hecha hace tiempo porque la ciudad es roja y, en consecuencia y por lo tanto y como consecuencia inevitable, lleva tiempo rota. Un cínico diría que dado que rota ya está, al menos nos podríamos ahorrar lo de roja.
Porque entre Collboni y Trias la elección es obvia. El problema es que Collboni llega con regalo. Un regalo llamado Ada Colau. La Barcelona roja.
El PP vuelve a pedir un pacto de gobierno a Collboni (PSC) para evitar una alcaldía de Trias y no descarta apoyarlo si Barcelona en Comú aparta a Ada Colau https://t.co/uaZjfhSpSv
— Europa Press (@europapress) June 16, 2023
Y la Barcelona roja ya la hemos catado y a la vista y al olfato están los resultados. Resultados, por cierto, cuya paternidad debe atribuirse ex aequo al propio Collboni, que dice ahora que la criatura no es suya, negando todas las pruebas de paternidad practicadas hasta el momento a la criatura. Pruebas que demuestran que el primer teniente de alcalde durante los últimos cuatro años ha sido él.
La Barcelona rota, en cambio, está por ver. Suponiendo que quede algo por romper en una ciudad que ni siquiera es la sombra de lo que fue porque apenas levanta un palmo del suelo y poca sombra puede dar ya eso. Cataluña es el único lugar del planeta en el que es legítimo sospechar que lo malo por conocer podría ser mejor que lo pésimo conocido.
Y si Waterloo acaba gobernando Barcelona será porque la izquierda de Colau, es decir la que antes era de Podemos y hoy es de Yolanda Díaz, esa izquierda a la que tantos incluían en el bloque constitucionalista cuando su lealtad está con la sedición, se ha negado a un pacto que implique al PP. Es la izquierda la que prefiere el independentismo al PP. Y cualquier análisis que no parta de ahí no está entendiendo nada.
Por eso no comprendo por qué en Madrid preocupan los teatros de unos partidos empeñados en fingir que son una cosa diferente de lo que son en realidad. Junts se finge independentista (cuando lo suyo es sólo xenofobia), el PSC se finge constitucionalista (cuando es catalanista y federalista), Colau se finge demócrata (cuando es peronista y nacionalista), ERC se finge izquierdista (cuando es agrocarlista), el PP se finge clave (cuando es irrelevante) y Vox no pinta nada así que da igual lo que finja.
¿Y en esa trifulca entre drag queens de la política queremos poner orden? Al contrario. Dejemos que los barceloneses se cuezan en lo votado mientras Madrid, Valencia y Málaga recogen lo que con tanto orgullo de provincias desprecia Barcelona.
Es más. Gobierne quien gobierne, Barcelona está abocada a una moción de censura en unos pocos meses. Asumamos entonces que Barcelona ha perdido los próximos cuatro años, que se sumarán a los ocho perdidos con Ada Colau, y centrémonos en cosas más importantes que una ciudad que pide la eutanasia elección tras elección. Algo no le podremos negar a los barceloneses: fidelidad a su historial suicida.
Pero bajemos al barro de la realidad.
La realidad es que en Barcelona todas las mayorías posibles pasan por alguna forma de populismo corrosivo.
«Es que no es lo mismo si el corrosivo es el alcalde que si el corrosivo es el partido menor de la coalición» dirán algunos. ¿Cómo demuestra la experiencia del PSOE y de Unidas Podemos en el Gobierno central? ¿Ese gobierno donde el presidente lo podía todo excepto todo lo que se le antojara al partido menor de la coalición?
¿Y cuál es la diferencia entre un tándem Colau-Collboni y un tándem Collboni-Colau? ¿Acaso se ha notado en algo la presunta mano moderadora de Collboni durante los últimos cuatro años? ¿Cuáles han sido sus diferencias programáticas? ¿Y por qué deberíamos suponer que alterar el orden de los factores alterará el producto?
Y eso asumiendo, que ya es mucho asumir, que el PSC no sea un partido nacionalista. ¡El PSC, ese partido que llama federalismo al independentismo!
Sepan en Madrid, pero sobre todo en Génova, dado que van a gobernar España durante los próximos cuatro años, que el federalismo tal y como se entiende en Cataluña no es federalismo, sino la peor forma posible de independentismo. El que dice que «separados, porque lo mío es mío, pero lo suficientemente juntos como para que lo tuyo sea también mío». Puestos en la tesitura de escoger entre independentismo y federalismo, espero que en Madrid quede la inteligencia suficiente para comprender que el primero es, con mucho, la menos cara de las dos opciones. Créanme.
También es mucho asumir que Colau no sea independentista. Porque los comunes han defendido a cara de perro todos los postulados del independentismo, incluido el acoso administrativo a quienes no hablan catalán y la erradicación de los símbolos de esa democracia con la que ellos, por cierto, tanto se han enriquecido.
Ada Colau se despide del pleno del Ayuntamiento de Barcelona. Si nada cambia en los próximos días dejará de ser alcaldesa.
No se va el mal menor, se va el mal mayor. Reúne lo peor de los nacionalistas y también lo peor de Podemos.
pic.twitter.com/iVfmt80kPt— Pedro Otamendi (@PedroOtamendi) June 14, 2023
Sorprende, en fin, que los viejos errores de esa intelectualidad socialista que bebía los vientos por Pasqual Maragall, el verdadero origen de la actual anomalía catalana, sigan repitiéndose ¡en 2023! ¿Es que no hay nadie en Madrid capaz de explicarse bien Cataluña? Capaz de explicar que sin el PSUC y el PSC, el independentismo no habría calado hasta los huesos en Cataluña.
Que el problema no tiene ya remedio.
Que el problema sólo está esperando a que el caldo primigenio borbotee de nuevo para andar por donde anduvo.
Que el problema no es Junts ni ERC, sino la incapacidad de Madrid para comprender Cataluña.
Y que la solución a ese problema no pasa por escoger entre Guatemala y Guatepeor en Barcelona, una ciudad paulatinamente irrelevante, sino por que alguien en Madrid asuma esa realidad que dice que en Cataluña sólo queda por hacer una cosa.
Y esa cosa, la única que no está destinada al fracaso, pasa por ce-rrar-el-gri-fo-del-di-ne-ro. Desde Madrid, que para algo es el dueño del grifo, del dinero y de la tubería.