Para entender los nuevos aires de concordia que puede tomar la política española, conviene ver el caso de la ciudad de Barcelona con cierta perspectiva de tiempo y de personas.
Recordemos, en primer lugar, que hace ahora cuatro años Ernest Maragall, candidato secesionista de ERC, ganó las elecciones municipales de 2019 en Barcelona. Sin embargo, hubo algo que le impidió ser alcalde. La causa fue que Manuel Valls, también entonces candidato a la alcaldía de su ciudad natal, anunció inesperadamente que sus votos serían a favor de Ada Colau, controvertida alcaldesa de Barcelona desde el año 2015.
El cálculo de Manuel Valls era que a sus votos se sumarían los socialistas encabezados por Jaume Collboni, y que así evitarían que Barcelona se convirtiera en ariete independentista de los nacionalistas catalanes. Aquella intervención de Manuel Valls asombró a todos, y muchos no lo entendieron en aquel momento, pues no era costumbre que en la política española alguien diera sus votos sin contrapartida a otro adversario con quien nada le unía -en ese caso la Sra. Colau-. Valls acertó en 2019, aunque se demuestre ahora.
Ese impedimento al secesionismo es el legado de Manuel Valls hacia su ciudad natal, Barcelona. Es el acto que le engrandece y eleva.
No era sencillo entender que, como en otros asuntos esenciales de la vida, también la generosidad puede ser un arte mayor de la política. Y así sucedió: el impulso excepcional de Valls al ofrecer su voto a Colau evitó que un independentista de ERC fuera alcalde de Barcelona y empeorase aún más el panorama de la ciudad y de Cataluña. Aunque Valls fue tan poco comprendido que incluso su grupo político de ‘Ciudadanos’ se le opuso en 2019, como si la política normal fuera un constante «cuanto peor mejor» que resulta insufrible para el común de los ciudadanos.
Gracias a aquella decisión Ernest Maragall perdió la alcaldía de Barcelona, que mantuvo Ada Colau. Ese impedimento al secesionismo es el legado de Manuel Valls hacia su ciudad natal, Barcelona. Es el acto que le engrandece y eleva. Y es ajeno a costumbres políticas que en España tantas veces son extrañas al interés general.
Ahora, cuatro años después, ese legado ha sido repetido por el Partido Popular, y adoptado por su candidato en Barcelona, Daniel Sirera. Como entonces Valls, y sin contrapartida ninguna, ahora el PP ha dado su voto al socialista Jaume Collboni para que sea alcalde de Barcelona. Así desplaza a Xavier Trias, candidato nacionalista de Junts per Catalunya, cuyo pésimo programa consistía en articular un frente secesionista con ERC, que ha sido impedido, al servicio de su catastrófico proyecto independentista para Cataluña.
Es el voto a favor de lo que necesita la gran mayoría, y a cambio de nada, porque es lo mejor para el común de los ciudadanos
Conviene valorar ese gesto, pues anuncia lo mejor de la política y su componente obligado de generosidad al servicio del interés general. Es el voto a favor de lo que necesita la gran mayoría, y a cambio de nada, porque es lo mejor para el común de los ciudadanos. Es el voto que favorece al servicio público por encima del interés de un mero partido. Es el voto del sentido común, que aspira al regreso de la mayoría a la centralidad política y al equilibrio de la convivencia ciudadana. Es lo que necesitamos en España.
Lo dijo así Manuel Valls en un artículo publicado en La Vanguardia el pasado 19 de junio: «Sigo convencido de que los grandes partidos constitucionalistas y europeístas deben recuperar fuerzas para unirse en lo esencial, para asegurar el futuro de España, que no puede depender de los populistas de izquierdas o de derechas. Y aún menos de los partidos separatistas«.
Basta ya de trincheras y de cainismo inservibles. Ya está bien de buscar conductas reactivas, peronistas o chavistas, como las que sufren en Latinoamérica y a nada bueno conducen
Es toda una declaración de intenciones para romper la actual política de bloques, que tan estéril y perniciosa nos resulta en España. Basta ya de confrontación, de polarización insoportable. Basta ya de desconcierto y división social inaceptables. Basta ya de trincheras y de cainismo inservibles. Ya está bien de buscar conductas reactivas, peronistas o chavistas, como las que sufren en Latinoamérica y a nada bueno conducen.
Se puede añadir que donde Valls incide sobre los partidos constitucionalistas, fuerzas vertebrales que en nuestro sistema democrático son el PSOE y el PP, ojalá no tengamos que depender de los «populistas de izquierdas o de derechas», se refiere a los extremos, ya sea la extrema derecha populista (Vox), ya sea la extrema izquierda populista (Sumar); y, desde luego, también a los independentistas catalanes y a Bildu. Son lo que hay que evitar, acabar de una vez con los bloques que pudren la convivencia.
En el caso de Barcelona la reacción de los independentistas ha estado fuera de lugar y de tono. Era de temer. Comenzando por el propio candidato nacionalista Xavier Trias, quien proclamó en el pleno municipal del Ayuntamiento de Barcelona el pasado sábado un inequívoco «que os den (o que os zurzan)». El mal estilo del candidato perdedor ha tenido su continuidad con otras declaraciones altisonantes, llegando a decir que el pacto a favor de Jaume Collboni para ser alcalde ha sido una intervención «encubierta» del Estado (un 155).
Eso es ya no entender nada por parte del nacionalismo, y no saber dónde está su realidad. No sólo porque no hay pacto alguno en la cesión de los votos del PP de Barcelona a favor del candidato socialista, sino por no querer ver que esa generosidad responde a la voluntad mayoritaria de que en Barcelona no haya un alcalde independentista.
Cuando tan grave se ha demostrado el interés del nacionalismo en romper la comunidad de ciudadanos en Cataluña, como bien lo ha explicado Félix Ovejero, es fácil comprender que esos votos del PP, cedidos gratis a su adversario político en España, tienen la simple finalidad de evitar que un frente secesionista gobierne esa ciudad.
La política queda engrandecida como servicio del interés general. Es su origen histórico y su finalidad futura. Es pública y viene de antiguo
No sólo ha sucedido así en Barcelona. También ha pasado en el País Vasco. En Ayuntamientos como Vitoria, donde el PP votó por la candidata del PSOE. O en Durango, donde el PP votó por el candidato del Partido Nacionalista Vasco. Y sucederá también en la Diputación Foral de Guipúzcoa, donde el PP votará a la candidata del PNV para que sea ella la diputada general (presidenta) en esa provincia. Todos esos votos son la expresión de la misma generosidad política que en Barcelona. En esos casos para evitar que EH Bildu, heredera política del terrorismo, gobierne aquellas instituciones vascas.
Es la muestra de la mejor política, justamente la que nos identifica con esta actividad valiosa donde nuestros votos pueden servir al adversario político a cambio de nada. O mejor, por algo tan decisivo como es preservar el bien común. Y así la política queda engrandecida como servicio del interés general. Es su origen histórico y su finalidad futura. Es pública y viene de antiguo. No hace falta ser conservador para entenderlo.