Josep Martí Blanch-El Confidencial

  • Estos cierres se producían al mismo tiempo que a través del Instituto Nacional de Empleo conocíamos que por primera vez Madrid superaba a Cataluña en número de trabajadores en el sector

Hace apenas una semana, Barcelona despertaba con la noticia del cierre del grupo de restauración El Barri, abocado a la suspensión de pagos. Caía para siempre la persiana de los restaurantes Tickets, Pakta, Hoja Santa y la Bodega 1900, tres de ellos con estrella Michelin. Solo un local del grupo, Enigma, seguirá abierto. La capital catalana perdía de golpe cuatro restaurantes de los que configuraban su oferta gastronómica de alto nivel, puesta en pie con el dinero de los hermanos Iglesias y el talento de Albert Adrià. No han sido los primeros entierros en la hostelería. Señor Parellada, Cal Pinxo, Can Soteras o Agut, menos ‘glamour’, pero mucha más historia, también se cuentan entre los cadáveres recientes del sector de la restauración barcelonesa. Y habrá más. 

Estos cierres se producían al mismo tiempo que a través del Instituto Nacional de Empleo conocíamos que por primera vez Madrid superaba a Cataluña en número de trabajadores en el sector de la restauración. Naturalmente, todo esto tiene en el covid-19 su principal explicación. A fin de cuentas, la Generalitat ha sido mucho más restrictiva con este sector que el Gobierno madrileño, así que la factura a pagar ha de ser forzosamente más abultada para Cataluña y Barcelona.

Los optimistas del lugar pueden agarrarse al clavo ardiendo de que Cataluña sigue liderando, junto a Canarias, el mercado turístico, con una cuota del 19%, según el Instituto Nacional de Estadística. La lástima es que la llegada de turistas a España se ha reducido en un 93,6%, con lo cual ahora mismo el liderazgo se ejerce sobre una cosa que ha dejado de existir. El 12% del PIB y el 14% del empleo giran alrededor del turismo en Cataluña y en Barcelona. Si toda España, desde el punto de vista económico, está en la UVI, Cataluña y Barcelona lo están un poco más. De ahí que en 2020 el derrumbe del PIB fuera superior en cinco décimas al que marcó la media española.

A ello hay que añadir que, promesas al margen sobre el coche eléctrico y las baterías, tampoco la industria da buenas noticias. Tuvieron que encenderse todas las alarmas con el anuncio del cierre de Nissan, al que habían precedido muchas otras empresas en un goteo interminable desde hace años, para que el concepto de reindustrialización empezara a oírse con insistencia en los discursos públicos. ¡A buenas horas, mangas verdes! 

Sin turismo y con una industria con un peso cada vez menor, Barcelona y Cataluña se asfixian. Súmenle la incertidumbre que durante un tiempo seguirán generando la pandemia y una agenda política encallada en el conflicto territorial —han transcurrido ya dos meses desde las elecciones y nadie tiene prisa por gobernar— para entender que el futuro no se presente nada halagüeño. El sueño del decrecimiento de Ada Colau se ha hecho realidad. Contaminamos menos, consumimos menos y, a este paso, pronto herviremos las cortinas para hacer sopa.

Esta semana, el Ayuntamiento de Barcelona ha organizado el congreso reAct para repensar el futuro económico de la ciudad, del que hoy se harán públicas las conclusiones. Pero ya se han oído claramente las dos voces principales del Gobierno de la capital catalana. 

La alcaldesa, Ada Colau, abogó por una ciudad que siga el modelo social y económico planteado por el economista recientemente fallecido Arcadi Oliveras. Sin dudar de la valía humana y del compromiso social coherente que caracterizó la vida de Arcadi Oliveras, lo cierto es que plantear en un escenario que busca la reactivación económica que el suyo es el modelo a seguir significa que la señora Colau no ha abandonado todavía su condición de activista y que no ha aprendido nada, o muy poquito, durante los seis años que lleva con la vara de alcaldesa en la mano. 

La necesidad de reactivar la idea de la gran Barcelona metropolitana que el pujolismo dejó en coma durante su largo mandato

Por el contrario, el socialista Jaume Collboni se mantuvo en posiciones más ortodoxas y sí dejó claro que lo urgente y necesario es crecer económicamente, porque solo generando riqueza habrá algo que repartir. Faltaría saber el cómo. No obstante, el discurso de Collboni sirve para hacer referencia a una idea que empieza a cocerse en entornos socialistas: la necesidad de reactivar la idea de la gran Barcelona metropolitana que el pujolismo dejó en coma durante su largo mandato y que jamás se reactivó. Resucitarla tendría un doble objetivo. Un primer objetivo tendría un carácter marcadamente político, pues sería una manera de amordazar el independentismo haciendo que la zona más poblada de Cataluña y menos soberanista actúe como un bloque. El otro objetivo sería de ambición más económica, intentando sacar provecho de la articulación como un todo de una región metropolitana que se extendería a 164 municipios, 3.234 km² y 4,6 millones de habitantes.

Hay coincidencia en este punto con la patronal Foment del Treball. Su presidente, Josep Sánchez Llibre, ha apadrinado el proyecto Rethink Barcelona, que trabaja precisamente en esa línea. Desde Fomento, vienen a decir que Barcelona se ha quedado pequeña y solo rompiendo nuevamente sus murallas —esta vez metafóricamente— será posible plantear un renacimiento económico catalán que acabe mereciendo tal nombre.

 Son movimientos que de momento son nada y en nada pueden acabar. Pero lo cierto es que algo disruptivo hay que imaginar porque no solo de proyectos ‘startup’, pequeñas empresas y autónomos vive el hombre. Barcelona está asfixiada. Y asfixiada Barcelona, Cataluña entera deja de respirar.